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Sergio del Molino, autor de 'La España vacía: viaje por un país que nunca fue'

De ruta por la España vacía de Sergio del Molino

Actualizado: 20/08/2020

Quizá este verano sea uno de los momentos más pertinentes para conocer esos rincones tan cercanos y a la vez tan olvidados que conforman el ya popular concepto de la España vacía. Contamos para ello con un "especialista" en este campo, el escritor Sergio del Molino. La Mancha quijotesca, la Montaña Palentina y el desierto de Los Monegros son algunas de sus propuestas. 
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Sergio del Molino (Madrid, 1979) en su último libro, La piel, publicado por Alfaguara, escribe que la velocidad a la que se viaja puede hacer que reparemos o no en el hecho de que la piel de la gente se oscurece conforme se va al sur. Del mismo modo que la melanina y la geografía están ligadas, existe una relación gradual, según Del Molino, cuando hablamos de la España vacía, ese gran mar interior que nos encontramos de golpe, sin transición, nada más salir de Madrid. "Yo lo veo de una manera mucho más agresiva donde vivo, en Zaragoza. La ciudad está rodeada por completo de desierto y las poblaciones más cercanas están muy lejos unas de otras. El vacío demográfico y el yermo en España aparecen de manera abrupta. La ciudad no se apaga poco a poco fundiéndose con el campo", reflexiona el autor del ensayo La España vacía: Viaje por un país que nunca fue (Turner, 2016).

Según Sergio del Molino, La España vacía es eso que hay entre la playa y Madrid. Foto: Facebook Sergio del Molino.
Según Sergio del Molino, La España vacía es eso que hay entre la playa y Madrid. Foto: Facebook Sergio del Molino.

Antes de convertirse en escritor, Sergio fue periodista del periódico Heraldo de Aragón. Como plumilla viajó por esa gran superficie sin apenas población, un territorio que ocupa la meseta peninsular y la depresión del Ebro. Una extensión más grande que la que recorrió Moisés en la península del Sinaí. Un gran vacío en el que el turismo es un arma de doble filo. "Da salvación a algunos sitios, genera un flujo de ingresos y un modo de vida para las poblaciones que lo sufren y disfrutan. A la vez es muy corrosivo para la identidad, la vacía de muchos de sus atractivos, la banaliza y los convierte en un decorado", explica.

La industria turística es muy pequeña, poco desarrollada y se concentra en núcleos monumentales, como pueden ser Albarracín (Teruel), Almagro (Ciudad Real), Cuenca, y Sanabria (Zamora), además de parques nacionales y naturales, como la Montaña Palentina. Es un turismo rural minoritario, basado en casas y hoteles con encanto, poco masificados, salvo excepciones y fines de semanas. "Es un turismo muy llevadero y vinculado a los placeres de la vida, al vino, a la buena comida y a la naturaleza", resume.

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Lugares que se encuentran entre Madrid y la playa, referencias que usa el autor para ubicar la España vacía. Un territorio vacío que son dos, el geográfico y el metal. Donde se suceden paisajes tan diferentes como lo son la Tierra de Campos en Castilla y León, los páramos mesetarios en Castilla-La Mancha, la dehesa extremeña y la estepa monegrina en Aragón. Lo que sí comparten, explica el autor, "es la bajísima densidad de población y que es una zona muy heterogénea, rica y diversa en muchos aspectos". Un paisaje más valorado por los viajeros románticos que por los propios españoles, al que estos últimos se han ido acostumbrando, a mirarlo, a descubrirlo. Sirva de ejemplo esta selección de lugares, inspirados en el ensayo de Sergio del Molino, en los que la muchedumbre de fin de semana da paso al silencio y la soledad de los días de diario.

1. Los Monegros

Los Monegros es una estepa geológica aragonesa y un desierto demográfico. Un trozo de otro planeta entre Zaragoza y Huesca. Una comarca silenciosa en la que la vida humana, animal y paisajística no solo sobrevive. Apenas llueve, el invierno es siberiano y el verano sahariano, condiciones climáticas que forjan a este territorio una identidad particular que se sacude el polvo con el viento del Cierzo. En este comarca esteparia y cinematográfica, cruzada por la sierra de Alcubierre de noroeste a sureste, abundan las sierras, bosques, barrancos, lagunas y saladas.

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Como bien indica Sergio del Molino en este paraje uno de esos placeres de la vida es comerse un ternasco monegrino en el bar 'El Español', en el km 390 de la N-II, a la altura de Bujaraloz. Otra experiencia extraplanetaria es alojarse en 'Cueva-Tardienta Monegros'. Un complejo turístico de cuatro hectáreas junto a Tardienta en el que su propietario, José Manuel Ayuda, ha dado rienda suelta a su inventiva.

2. La Montaña Palentina

Es el tupé de Palencia, una zona montañosa al norte de la provincia. Cimas, algunas, que sobrepasan los 2.500 metros de altura, y rodeadas de profundos circos glaciares y valles profundos. Un lugar propenso a la dualidad, alberga el Parque Natural de Fuentes Carrionas y Fuente del Cobre, además de ser el lugar en el que nacen los ríos Carrión y Pisuerga.

Una superficie de 781 kilómetros cuadrados en los que se puede practicar el senderismo, existen muchas rutas habilitadas y aptas para todos los niveles: Peña Espigüete, la Cascada de Mazobre, la Tejada de Tosande, la Senda del Oso, la Cueva del Cobre y el Camino Lebaniego, una ruta que arranca en Palencia, cruza la Montaña Palentina de sur a norte, y termina en el monasterio de Santo Toribio de Liébana, en Cantabria, muy cerca de Potes.

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Por el camino se puede disfrutar del Canal de Castilla, de Frómista, donde se cruzan el Canal con el Camino Francés, y del románico palentino. A la altura de Cervera de Pisuerga, la que es la capital de la Montaña Palentina, los peregrinos descansan antes de abordar las siguientes montañosas etapas. Para comer, quien no peregrine, una opción es acercarse a Brañosera, el pueblo más antiguo de España. Sus casas de piedra enclavadas en la montaña invitan a dar buena cuenta de un chuletón de vaca en 'La cueva del Coble'. Un restaurante muy acogedor abierto hace 22 años, decorado con numerosos objetos que su propietario, Jesús Gracia Delgado (68), se trajo de Canadá, país en el que vivió 16 años.

3. La Mancha quijotesca

El Quijote es el Jack Kerouac de La Mancha, a los dos les costaba estarse quietos y durante sus respectivos viajes alucinaron. Sergio del Molino se ríe con la comparación y la pule diciendo que eso significa, entonces, que Jack Kerouac es el Quijote de los Estados Unidos. El Quijote tiene mucho de road trip sobre La Mancha.

No sale de ese territorio, Puerto Lápice, Alcazar de San Juan, Campo de Criptana, sitios que hoy conocemos y forman una ruta. Un road trip que tiene mucho de descubrimiento en un espacio fronterizo, desértico, habitado, sobre todo, por gente marginal, del mismo modo que los miembros de la generación beat se cruzaban en las carreteras de Estados Unidos con personas que vivían en los márgenes de la sociedad.

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Es posible que a los protagonistas de En el camino les hubiera encantado poder bajarse en marcha de un tren y comer algún plato de esa cocina de labriegos y pastores manchega; unas croquetas de gachas, un pisto, unas migas y una bizcochá. Los turistas que vienen por aquí pueden probar a comer en la bodega 'La Tercia', que tiene un patio muy agradable en el que degustar sus vinos orgánicos con tapas, y 'La Viña E', que es un buen punto de partida a una jornada de tapas. Los dos sitios están en Alcázar de San Juan. Si se quiere comer sentado y en un sitio curioso hay que irse a Campo de Criptana, al restaurante 'Las Musas' (Recomendado por Guía Repsol). Además de degustar comida manchega dispuesta con elegancia en el plato sin perder un ápice de su sabor y tradición, desde sus ventanales se ven los molinos que de cabeza llevaron al Quijote.

4. Casar de Cáceres

La Vía de la Plata es uno de los muchos caminos que van a Santiago de Compostela. Este ramal que une Sevilla con Santiago pasa por Casar de Cáceres. El pueblo extremeño en el que se hace el queso Torta del Casar. Un olor característico que a todos despierta las fosas nasales. El camino que siguen los peregrinos atraviesa el pueblo, luego son pocos los que se van de Casar sin probar su famoso y oloroso queso ni cruzar alguno de sus cinco pasadizos, ubicados en puntos donde se cruzan calles y travesías, y sobre los que descansan viviendas. Los que tengan más tiempo pueden visitar este pueblo radial, todas sus calles salen y dan a parar a la iglesia, casi como la red ferroviaria española que toda ella pasa por Madrid. A las afueras del pueblo se puede ver un tipo de vivienda de forma circular denominada "chozo". Son de piedra, sin argamasa y las usaban los pastores de la trashumancia.

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5. Guadalupe

La dehesa extremeña fue tierra de frontera entre el mundo cristiano y el musulmán. Una vez saldadas las rencillas, las fortalezas, alcazabas y murallas se transformaron en balcones desde donde mirar al Nuevo Mundo. Como bien canta Robe Iniesta (del grupo Extremoduro), Extremadura es tierra de conquistadores: Hernán Cortés, Vasco Núñez de Balboa, los hermanos Pizzaro y un largo etcétera. El patrimonial y extremeño monasterio de Guadalupe aúna todo lo que significó la colonización. La evangelización, leitmotiv de la empresa colonizadora, derivó en un ir y venir de galeones cargados de oro y plata, pero también de frutas y hortalizas que transformaron los hábitos alimenticios del Viejo Mundo.

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Una modesta placa a la entrada del monasterio refleja el hito de que fuera en este santo lugar donde se bautizó por primera vez a dos indígenas que Colón trajo de América. El marino apátrida regaló unas semillas a los monjes jerónimos que regentaban por aquel entonces el monasterio y se convirtieron en los primeros en cultivar pimientos y tomate, el oro rojo. Un buen sitio para probar esas viandas es el restaurante de la 'Hospedería', en el mismo monasterio.

6. San Millán de la Cogolla

Debe haber pocos lugares en el mundo en el que sea posible localizar en ellos el nacimiento de una lengua escrita. Los monasterios de Yuso y Suso, en San Millán de la Cogolla (La Rioja), a 42 kilómetros de Logroño, bien a resguardo entre bosques y montañas, son sitios trascendentales porque en ellos se forjaron las palabras que hoy hablamos unos 400 millones de personas.

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Ese primer ejemplo de grafía romance, hoy castellano, fueron las Glosas Emilianenses, obra de los copistas del monasterio de Suso en el siglo XI. El templo, en cambio, data del siglo VI, una joya arquitectónica de estilo visigótico, mozárabe y románico y con una estructura laberíntica y anárquica. Se construyó junto a la montaña en la que estaban las cuevas en las que vivieron eremitas. El monasterio de Yuso también merece una visita, los dos forman un conjunto patrimonial artístico, literario y lingüístico digno de conocer.

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