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Destinos para todos los gustos a pocos kilómetros de casa.

Destinos para el Puente de Todos los Santos

Por todos los Santos, ¡descubre estos destinos ya!

Actualizado: 28/10/2019

Tenemos esa fecha marcada en el calendario desde el verano. Ese puente entre octubre y noviembre que sirve para coger impulso tras la vuelta a la rutina, para acomodarnos de nuevo a los planes de invierno y, por supuesto, para conocer rincones en los que no nos habíamos detenido antes. Muchos de ellos están más cerca de lo que pensamos. Carreteras para perderse por Cantabria y Valladolid, playas sin turistas en el litoral levantino y las Baleares, o viajes literarios por León son solo algunas de nuestras propuestas para los tres días más esperados del otoño, el puente de Todos los Santos.
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1. Cuando perderse es un placer

Hay carreteras en las que no importa el kilómetro en el que el viajero detenga el autómovil. Cada tramo tiene su encanto: una panorámica imponente, una curiosidad gastronómica, un hotel inolvidable. La carretera que une Muñorrodero y la Cuevona de Cueves, entre Cantabria y Asturias es un buen ejemplo de este tipo de vías. Los poco más de 60 kilómetros que hay entre la localidad perteneciente a Val de San Vicente y la cueva de Ribadesella se traducen en tres días inolvidables.

Por un lado de las ventanillas se cuelan los grandiosos Picos de Europa. Entran con tal fuerza que uno gira la cabeza al otro lado para escapar sobre las olas de las calas, cabos rocosos, prados reventones de verde, casas indianas, ermitas que coquetean con el románico y el gótico, o bisontes prehistóricos.

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Y del Cantábrico bajamos a Castilla, concretamente a Valladolid, donde la N-122 une Quintanilla de Onésimo y Peñafiel. Por el camino, el conductor que sabe disfrutar querrá pararse a en cada viñedo, en cada bodega y en cada castillo.

Como en tres días no hay tiempo para todo, hemos preparado una selección de los puntos más interesantes de este tramo, de tan solo 21 kilómetros. Un paseo en bici por la bodega 'Finca Villacreces', degustar alta cocina del Duero en 'Ambivium' y ver atarcerder desde el castillo de Peñafiel son algunos de los imprescindibles.

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2. Más allá de la toalla y la sombrilla

Lo bueno de pasar unos días en la costa cuando el verano ya es historia es que la afluencia suele ser menor y cuesta menos encontrar lugares en los que escuchar el sonido de las olas y no las conversaciones del vecino de sombrilla. De toda maneras, por si acaso alguien aún está indeciso nuestra propuesta es variada: Baleares, Levante y Galicia.

Las islas son un destino que no debería reducirse a bañarse en el mar y tomar el sol y las vidrieras catedral de Mallorca, los puestos hippies de Las Dalias en Ibiza, y comer caldereta en la Ciutadella de Menorca convencerá a los escépticos. Y los que no quieran salir de la península pueden elegir entre descubrir los rincones desconocidos de Benidorm, recorrer los seis puntos donde el mar luce más en la provincia de Almería o visitar Tabarca, un aldea pesquera de tan solo 60 habitantes en plena bahía de Alicante.

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Pero si lo que pide el cuerpo es norte y playas desiertas en las que pasear, no hay duda: Porto do Son, en A Coruña. Indicaciones con el nombre tapado con pintura negra, señalética oculta tras la flora o enmascarada por el trazado. En estas playas vírgenes, los lugareños se alían con la naturaleza para mantenerlas en secreto. Si buscas espacio y sentirte como un náufrago, Espiñeirido, Serans, Basoñas, Río Siera y Fonforrón son el destino ideal.

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3. Desconexión total

El concepto se ha puesto de moda. La España vacía existe y han venido a recordarlo un par de libros de buenos escritores en crisis y alguna multinacional nórdica. En Guía Repsol hace tiempo que nos pateamos esos lugares donde las escuelas han mutado a hogar del jubilado.

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Añoran los gritos de los niños en sus calles, pero encierran amor envuelto en una gotita de nostalgia e historia, sus casas rurales de fin de semana, un buen cocido al pie de una chimenea y la charla con risas para no olvidar de dónde venimos. Seas o no urbanita, hay pueblos que merecen una visita: Mogarraz, en Salamanca; Las Hurdes, en Cáceres; y Calatañazor, en Soria son un aperitivo de nuestros diez mandamientos para la desconexión.

4. Con el libro en la mano

Si además de cambiar de paisaje y resetear la mente hay ganas de aprender, nuestras rutas literarias solucionan más de un puente. Viajar con libros de extranjeros que describen, fantasean o cuentan aventuras del lugar que vas a pisar es un placer. O con los apuntes de esos escritores. Si no lo has experimentado, date el gustazo. Cómo vieron y nos describieron los escritores guiris Santa María del Naranco (Oviedo), la Segovia de Jan Morris, la Alhambra de los románticos Hans C. Andersen o Gautier, el embrujo de la Maragatería de Ford y Borrow, la Sierra de Guadarrama de Hemingway o la Sevilla de Gautier, Zweig y Borges. Un chute de adrenalina allá donde elijas andar, comer o dormir.

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El toque letrado siempre suma en la rutas por España y la perspectiva de los escritores extranjeros ofrece su morbo. Muchos viajaron hace un siglo; otros, hace 20 años pero cualquiera de ellas os cambiará el ánimo. Desde la sonrisa a la tristeza o viceversa; desde el orgullo por lo que hemos andado en las últimas décadas al asombro al comprobar de dónde venimos.

5. Entre dos tierras

Entre España y Portugal, justo en la frontera, también hay un buen puñado de lugares esperando a ser descubiertos. Por ejemplo, Sanlúcar de Guadiana (Huelva) y la localidad portuguesa de Alcoutim se miran a cara a cara. Entre ambos se encuentra el río Guadiana, que se ha convertido en un lugar reservado para el ocio. Tanto es así que se puede viajar de un pueblo a otro (de un país a otro) ¡en tirolina! Otra opción más tranquila pero también interesante: Riohonor y Rio de Onor, en Zamora y Bragança respectivamente, juntan entre ambos 50 habitantes pero tienen dos husos horarios, dos iglesias, dos cementerios y dos idiomas. Eso sí, también una lengua común.

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Para los que quieran darle un toque noveodoso al tópico de "ir a Portugal a comprar toallas", Valença do Minho está muy cerca de Tui (Pontevedra). Rodeada por una intrincada muralla de cinco kilómetros, el divertimento en Valença do Minho es rebuscar y curiosear entre la amalgama de restos de porcelana, toallas, joyas de filigrana portuguesas o vinos, hasta dar con un 'tesoro' vintage, comerse un buen bacalao y maravillarse con las apabullantes vistas del río Miño.

Porque La Mancha es algo más que Quijote y quesos. También es el atardecer desde los cerros de Mota de Cuervo, el girar hinóptico de los molinos de Consuegra, el pequeño museo dedicado a Sara Montiel en Campo de Criptana, y el olor a azafrán. En Campo de Criptana aún se puede ver una molienda tradicional el primer domingo de cada mes y en Consuegra se celebra durante estas fechas la fiesta de la Rosa del Azafrán, declarada de interés turístico regional.

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Ya en Ciudad Real, lo que en el imaginario colectivo de casi todos se traduce en un herial, surgen, de repente las lagunas de Ruidera, dispuesta a despojar del estereotipo de enjuta a La Mancha. En medio de la España vacía este oasis revela el abrazo refrescante de 15 lagunas que discurren escalonadas como vasos comunicantes, generando cascadas y saltos para zambullirse o simplemente contemplar mientras paseas.

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