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Bienvenidos a Brihuega. Venid con tiempo, que aquí hay para rato. Mucho para ver en esta villa ubicada en la parte occidental de la provincia de Guadalajara, a 33 km de la capital del mismo nombre, y a 90 km de Madrid. Una localización privilegiada que hace de este un destino idóneo para escapadas desde diferentes lugares de la península.
Hay que empezar por algún sitio, y, por qué no, recomiendo dirigirse a la Oficina de Turismo a por un mapa. Por el camino nos toparemos con la fuente de los doce caños, y con los antiguos lavaderos. Son tres imponentes pilones, que nos permiten entrever la riqueza en manantiales y aguas subterráneas del lugar, no en vano llamado El jardín de la Alcarria. Cuenta la leyenda que la jovencita que bebía de los 12 caños encontraba novio. Y también que las mujeres que lavaban mal en los lavaderos públicos eran conducidas a la cárcel. No son los únicos mitos truculentos en torno a la mujer en la historia local de Brihuega... más adelante hablaremos de la piedra Bermeja.
Decíamos que las llevaban a la cárcel, justo a donde nos dirigimos a por el preciado plano de la villa. Sí, la Oficina de Turismo está en lo que fue la prisión, construida por Ventura Rodríguez, primer arquitecto de la corte de Carlos III. "Brihuega era demasiado medieval para el siglo XVIII, así que encargó hacer este edificio y el del Ayuntamiento, justo al lado, y mandó construir la plaza en la que se encuentran ambos, porque no podía ser que la villa no tuviera un núcleo agradable donde juntarse los vecinos", nos explica encantadora Magdalena, de la oficina de Turismo. Una plaza que durante un tiempo sirvió de coso, y que está presidida por dos fuentes barrocas, regalo también de Carlos III.
Plano en mano nos ponemos en marcha. Primera parada: las cuevas árabes. Para acceder hay que pasarse por la carnicería 'Hermanos Gutiérrez', en el otro extremo de la plaza. Sí sí, habéis leído bien: además de la posibilidad de pedir cuarto y mitad de los excelentes chorizos que tiene colgados en su establecimiento, si le preguntáis a Miguel Ángel, el carnicero, por la llave de las cuevas, os la abrirá con desparpajo, 2 euros mediante. Es posible que os acompañe su padre, don Ángel Gutiérrez, quien puede contar al visitante anécdotas sobre las cuevas: "Aquí guardábamos los tocinos y los jamones de la carnicería", asegura, y añade "cuando éramos niños correteábamos y jugábamos dentro. Luego durante la guerra estas cavidades se usaron como búnker: sonaba una sirena y todo el pueblo para dentro. Muchas veces tumbábamos las vasijas vacías y allí dormíamos. Y las que están llenas tienen en su interior vinos de Toledo, que son los que se consumen por aquí".
Alrededor de 600 metros de grutas y caminos subterráneos abiertos al público que en realidad son de origen visigodo. Las recorréis a vuestro aire. Lo mejor es perderse por sus recovecos, dejarse fascinar por el tamaño de esas tinajas e imaginar todo lo que sucedió allí. Son solo una muestra del panorama subterráneo de Brihuega, horadado prácticamente en su totalidad. "Las cuevas a lo largo de todo el pueblo son propiedad de las casas que están encima. Muchos las han cegado, otros las tienen de trastero, o de bodega privada. Recorrer el pueblo bajo tierra es imposible hoy en día por eso mismo, pero antaño sí se hacía", nos cuenta Ana Bedoya, gerente de 'Niwa Hotel-Spa' (ubicado a las afueras) y encargada durante nuestra visita de enseñarnos los puntos históricos del pueblo.
Hay una zona en Brihuega que está declarada Conjunto Monumental Histórico-Artístico desde 1973, así que allá vamos. Tras atravesar el pueblo cuesta abajo llegamos al Arco de la Guía, coronado por una colorida escultura de la Virgen. Atravesándolo entramos en este entorno, que siglos atrás fue fortaleza defensiva, aposentos del reino taifa de Toledo, o lugar de recreo para el rey Al-Mamún y su hija, la princesa Elima. Su excepcional ubicación al borde de una peña y en plena naturaleza, regada por el Tajuña, hicieron de este lugar el sitio idóneo para que los poderosos pasaran ratos de asueto estival.
Merece la pena visitar el Castillo de la Piedra Bermeja. Debe su nombre a una gran piedra rojiza encastrada entre los sillares de su fachada. Representa la sangre derramada en el asesinato de una hermosa lugareña a manos del guardián del castillo en tiempos del dominio árabe. Cuenta la historia que este hombre, al que ella desconocía, quiso mantener relaciones con ella en el río, y cuando se negó, él la mató con su espada. La piedra sobre la que quedó tendido su cuerpo se tiñó de rojo. Los briocenses decidieron colocarla en un lugar bien visible como muestra de su dolor y consternación.
Ya en el interior del castillo se encuentran la capilla gótica mudéjar y la sala noble, restauradas a fondo en 2017, que bien valen una visita. En el patio central nos encontramos con un impresionante cementerio romántico. Aquí yacen los restos de muchas víctimas de la peste de finales del siglo XIX y principios del XX. Eso de pisar tumbas para poder pasar puede dar cierto respeto, pero aquí están acostumbrados. "El cementerio, situado contiguo al castillo, se quedó pequeño ante la epidemia. Por eso se empezó a enterrar aquí, y hasta hoy", prosigue nuestra cicerone, oriunda de Brihuega.
A continuación del conjunto monumental, y siguiendo la muralla, vemos la plaza de toros integrada en ella. Se construyó en 1965, y si uno no se fija bien, queda totalmente camuflada. Brihuega es un pueblo con mucha afición y todas las temporadas se dejan caer por aquí grandes figuras. Buena cuenta de ello dan las paredes del 'Bar-Café Carlos III' (Av. Constitución, 33). Y otra cosa más: si miráis bien la plaza os sonará de la película Hable con ella, de Pedro Almodóvar. Las escenas taurinas de la oscarizada cinta se rodaron aquí, así que millones de personas de todo el planeta han contemplado un poquito de Brihuega sin saberlo. Paseando extramuros unos metros más allá hay una espléndida vista del arco de Cozagón y el coso taurino desde fuera.
Dentro del recinto fortificado hay una casa amarilla que compró el célebre reportero de guerra Manuel Leguineche. Llegó a la zona por su afición a la caza y para visitar a amigos, y terminó enamorándose de la quietud y comodidad que aquí se respiran. El lugar que terminó por seducirle tiene mucha historia. Se trata de la escuela de gramáticos, construída en el siglo XVII por un briocense que hizo fortuna en las Américas y que quiso ayudar a sus convecinos montando una escuela en la que les enseñaran a leer y escribir. Pese a su generosidad, la iniciativa no cuajó. La vivienda tuvo otros usos en siglos venideros, hasta que en el siglo XX llegó a manos de la noble Margarita de Pedroso, poeta, ensayista, periodista y mecenas cultural, musa a su vez de Juan Ramón Jiménez (¡cuánto imán para intelectuales tiene Brihuega!). Aquí desde esa época se han reunido pensadores y personalidades de las humanidades en tertulias y encuentros sobre los más diversos temas.
Y más encuentros de ilustres de las humanidades se daban en el 'Restaurante Asador El Tolmo' (Av. Constitución, 26), a juzgar por las fotografías que decoran sus paredes. Un local al que se accede por una amplia barra de bar que suele estar muy ambientada, y donde siempre atienden al visitante con una buena tapa acompañando la bebida.
En el comedor nos esperan las más icónicas delicias manchegas. "Una de nuestras especialidades es el morteruelo, aquí viene la gente incluso de otros pueblos muchas veces expresamente a comerlo. Para quien no lo conozca, es una especie de paté caliente de caza, con liebre, conejo, perdiz, corazón de cerdo, pan rallado y orégano. Lo ponemos con nueces y acompañado de tostaditas para untarlo", nos cuenta el agradable equipo de sala de Antonio Rojas, dueño de este transitado local. Aquí los Tolmitos son otro de los platos estrella de la casa: pequeños lomos de bacalao rebozados y bien crujientes.
Recomendamos que no os vayáis sin probar la tapa ganadora del concurso provincial en 2017, llamada Platillos de la banda, que consiste en setas empanadas con frutos secos y lomo de orza con mostaza a la miel. De postre, bizcochos borrachos, un sabroso bollo impregnado en miel, jugo de limón, azúcar, ron cubano (muy nuestro, siempre) y moscatel. Delicioso y dulce cierre para una comida de diez.
¿Qué mejor para echar la sobremesa que conocer las hazañas y, sobre todo, los objetos de un briocense que hizo fama mundial por sus espectáculos de hipnosis y telepatía? Se trata de don Juan Elegido Millán, conocido como el Profesor Max, quien tiene un museo dedicado a su historia y a lo que fue trayendo consigo. “Max era un nombre más sencillo de pronunciar en cualquier idioma, y como él viajaba tanto...”, nos cuentan en el museo sobre el origen de su nombre.
El Profesor Max aprendió la hipnosis de su padre. “Era médico, y como en aquella época no había anestesia, hipnotizaba a sus pacientes para sacarles las muelas”, nos cuenta Javier Sánchez Elegido, sobrino de la afamada figura y fundador del museo. Y prosigue: “mi tío cosechó muchos éxitos en todas partes del mundo: América, África… Se hizo muy famoso también por hipnotizar por teléfono, en directo en televisión”.
Vale, pero, ¿y qué tienen que ver estas extraordinarias capacidades suyas con las miniaturas? “En su recorrido por el mundo, mi tío siempre quería volver a Brihuega con recuerdos. Entonces empezó a apasionarse por las miniaturas: eran fáciles de transportar y podía traer muchas”, nos cuenta su sobrino. Y tantas: en el museo hay más de 35.000 figuras en miniatura, entre ellas varios premios Guiness de los récords: la casita de muñecas más pequeña del mund; la escultura más pequeña, que está encima de una cerilla; y la pintura más pequeña del mundo, en la cabeza de un alfiler.
Un recorrido muy ameno repleto de urnas y lupas (muy necesarias, creedme) en el que mayores y niños saciarán su curiosidad. Todo es posible aquí: desde pulgas disecadas y vestidas, hasta la prótesis dental más pequeña del mundo, pasando por una pajarita de papel enana hecha por Miguel Delibes. En preparación, y todavía almacenadas en una sala no abierta al público, se encuentran unas fascinantes fotografías de Max protagonizando un espectáculo de hipnosis en un lugar que parece un estadio de fútbol repleto de público, en Guayaquil.
"Por aquí han pasado todas las guerras", nos dicen todos en el pueblo. Y es cierto. Es algo en lo que se puede indagar en otro museo, el de Brihuega, inaugurado en 2017. Aquí todo tipo de fotos, materiales y objetos nos hablan de la batalla de Villaviciosa y el asalto a Brihuega de 1710, momentos decisivos en la Guerra de Sucesión para el acceso de los borbones al trono.
También hay vestigios de la lucha contra los franceses acaecida en 1808 en la Guerra de la Independencia, y de cuando en 1937 Brihuega fue ocupada por las tropas italianas. Se enfrentaron con las tropas republicanas en una de las más sonadas batallas de la Guerra Civil. Es precisamente la que trajo por aquí a Ernest Hemingway. Estaba de servicio, ejerciendo de reportero desde España para la North American Newspaper Alliance (NANA). Desde el jardín de la Real Fábrica de Paños él divisaba todo lo que sucedía, y por eso hay un punto que ha tomado su nombre: el mirador de Hemingway.
Este jardín versallesco tiene su historia. Según cuentan en el pueblo, uno de los propietarios de la Real Fábrica de Paños le regaló a su mujer una copia (más modesta, pero del estilo) de los jardines de Versalles. Merece la pena darse una vuelta por ellos (están recién recuperados), refugiarse en sus rincones y contemplar la pajarera restaurada o la mesa-reloj de sol. Nos aseguran que aquí en verano se está fresquito, hasta en los días más asfixiantes.
Son muchos los agradecimientos de la corona por el apoyo de Brihuega a la causa de los Borbones. La Real Fábrica de Paños es uno de los más evidentes. En la zona ya existía tradición textil cuando el rey Fernando VI construyó esta factoría que albergaba decenas de telares. Un espacio industrial que traería esplendor a la zona. Su diseño en forma circular, un poco al estilo de una plaza de toros, es tremendamente atractivo. Una parte del recinto está en obras de recuperación. Aún no está terminado, pero entre los cascotes se pueden adivinar unas preciosas vigas de madera, enormes tinajas y algunos restos de telares. Tiene pinta de que cuando se pueda visitar será un lugar interesantísimo.
Porque no solo de lavanda en julio y de los campos frondosos en primavera vive esta villa. Con estas líneas creo que queda claro que visitarla en cualquier momento del año no tiene desperdicio ninguno. ¡A disfrutar todos de Brihuega!