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Eurovelo 8: 3 etapas de Cádiz en la ruta en bici por el Mediterráneo

Donde empieza el Mediterráneo ciclista

Actualizado: 01/06/2020

De la ciudad más antigua de Occidente, la Cádiz trimilenaria, al yacimiento arqueológico de Baelo Claudia, ya casi entrados en Tarifa. Tres etapas en bici dentro del Corredor Ciclista Eurovelo 8 que conecta Cádiz con Chipre, unos 80 kilómetros en total. De las salinas centenarias de San Fernando a la impactante duna de la playa de Bolonia, una mirada al Atlántico andaluz desde un acantilado en La Breña de Barbate. Varias paradas técnicas de avituallamiento de entrecots de vaca retinta y filetes a la plancha de atún rojo salvaje de almadraba en una zona que no solo se disfruta en verano.
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1. De Cádiz a San Fernando

Intramuros y más allá de las Puertas de Tierra en la Tacita de Plata. Desde aquí se abre el camino para conectar con carreteras asfaltadas con muy baja densidad de tráfico y senderos de tierra planos y, por tanto, muy llevaderos. Así comienza la ruta mediterránea de Eurovelo 8, una ruta ciclista de larga distancia (casi 6.000 kilómetros) que conecta Cádiz con Chipre. El aire huele a sal, templado, buena temperatura, todo preparado para ponerse en marcha con la bici y disfrutar de los mejores paisajes que ofrecen estas tres jornadas de ruta cicloturística.

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Chus Blázquez, de 'Rutas Pangea', es el cicerone en las tres etapas en las que vamos a recorrer parte de la Costa de la Luz. Su propuesta está enmarcada en el proyecto europeo Interreg MEDCycleTour y presta bicicletas híbridas en apoyo de quienes tengan menos resistencia. Desde el Campo del Sur, el conocido como malecón gaditano por su asombroso parecido con el de La Habana, se pedalea hasta salir de la ciudad por Cortadura. Junto a la playa, ya se divisa enorme aquella bahía que las tropas napoleónicas sitiaron sin éxito a principios del XIX.

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El paisaje, con el macropuente de La Pepa al fondo -llamado así en honor al sobrenombre que recibió la Constitución española de 1812 e inaugurado hace cuatro años-, invita a aflojar el ritmo y a contemplar la belleza de la bahía gaditana por el llamado sendero de Santibañez, entre las aguas del Atlántico y la vía del ferrocarril. Ya estamos en el Parque Natural Bahía de Cádiz. Al otro lado de la carretera, playa y más playa de Cortadura hasta Torregorda. En esta primera etapa los participantes se animan, quizás por su escasa dificultad, y nos vamos a ir hasta los casi 40 kilómetros cuando alcancemos La Barrosa, en Chiclana.

Rodeada de caños y esteros, a lo lejos, aparece la fachada norte de la casa salinera Dolores, un ventorrillo cerca del molino de mareas del río Arillo, ya en San Fernando. El Parque Natural Bahía de Cádiz nos abraza a cada pedalada y la planicie del terreno facilita disfrutar de unos paisajes naturales únicos.

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2. De San Fernando a Chiclana

Entramos en el puente Zuazo, que conecta a San Fernando (también conocida como Isla de León) con el resto de la provincia de Cádiz. Su construcción, en el 14 a. C., se atribuye a la época romana, obra del político y militar de Gades Lucio Cornelio Balbo, el Menor -para diferenciarlo de su tío, el Mayor, del mismo nombre y cónsul de Roma-. A punto de rodar para Chiclana, con 3.000 años de historia a cada pedalada, acabamos de abandonar la calle Real de esta luminosa ciudad gaditana, donde en el suelo se escribe: "Aquí empezó todo" -allí se materializó la Asamblea Constituyente de las Cortes que dio pasó a la Constitución española de 1812-.

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Vemos a un grupo de jóvenes saltar desde el puente al agua del caño de Sancti Petri. La imagen, como de otra época, refresca y anima a seguir. Ponemos tierra de por medio para llegar a Chiclana. Otros casi 20 kilómetros por la cañada de los Carabineros, el camino de Fuente Amarga y la carretera de La Barrosa.

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En el recorrido, encontramos la salina Santa María de Jesús, en el Parque Natural de la Bahía de Cádiz. A finales del siglo XVIII, Cádiz llegó a tener activas más de 170 salinas artesanales, hoy apenas resisten cinco. Entre ellas, vemos las montañas de oro blanco marino de unas salinas donde, por cierto, no solo venden sal. La experiencia de estas salinas de Chiclana se amplía con actividades náuticas, talleres y hasta el único spa salino natural de España, donde se mezclan los relajantes baños de sal con envolturas en algas y fango. Remineralizados, emprendemos de nuevo la marcha hasta la Loma del Puerco, una prolongación de la playa de La Barrosa.

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Antes de aparcar la bici en uno de los puntos mágicos de Chiclana, encontramos a un grupo avistando espátulas, aves surcando el cielo camino a África en sus movimientos migratorios anuales. Por el conocido como Corredor Migratorio Playa de la Barrosa-Cabo Roche circulan más de 15.000 ejemplares de una especie que estuvo casi extinguida a mediados del siglo pasado y que se recuperó para convertir esta zona de la provincia de Cádiz en uno de los referentes europeos para los amantes del avistamiento de aves migratorias durante prácticamente todo el año.

Ya en la Loma del Puerco, donde en 1811 se libró la Batalla de Chiclana para frenar el asedio de las tropas napoleónicas, se puede leer en una placa: "Miles de soldados británicos, franceses, españoles, polacos y alemanes regaron con su sangre esta loma. Hoy, ya en un nuevo milenio, los descendientes de aquellos soldados conviven en una Europa y en paz". Bien aparcada la bicicleta junto a la Torre del Puerco, una torre vigía del siglo XVI, no nos resistimos a pisar la arena dorada y fina de la playa, y darnos un merecido baño en aguas del Atlántico. Antes de rematar la etapa, la meta puede estar en el pescaíto frito del chiringuito 'Casa Luis', un clásico de esta zona de dunas y arenales vírgenes en Chiclana, o en el restaurante 'El Náutico', unos kilómetros más adelante, en Conil, con buenas gambas que ellos llaman de cristal o calamares rellenos.

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3. De Trafalgar a Baelo Claudia

Salimos en un nuevo día de ruta desde el Parque Natural de la Breña, en Barbate. Partimos del que fue uno de los mayores palomares de Europa, hoy deshabitado después de que en algún momento llegase a alojar a 15.000 palomas torcaces. El Palomar de la Breña se encuentra en el interior de una bonita hospedería en el cortijo de La Porquera, del siglo XVIII. Muy cerca del litoral y entre una enorme masa de pinares, bajamos plácidamente hasta llegar al filo de los acantilados. Por un sendero perfectamente señalizado de unos cuatro kilómetros, hemos dejado atrás la pedanía barbateña de San Ambrosio y llegamos al punto más elevado de esta zona escarpada, rocosa y, por supuesto, con unas vistas espectaculares.

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El acantilado del Tajo alcanza los 100 metros de altura sobre el nivel del mar y allí aguarda la Torre del Tajo, una antigua torre vigía del siglo XVI contra los piratas turco-berberiscos. Desde esta zona divisamos la ensenada de Barbate, la sierra del Retín -cuna de la carne retinta-, y, en días con cielo limpio, las costas africanas. Proseguimos la ruta con un pedaleo más intenso.

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Hay que cubrir unos 26 kilómetros, pasando por otros puntos paisajísticos tan especiales como la playa del Retín y Zahara de los Atunes, hasta alcanzar la duna de Bolonia, a la que llegamos sobre dos ruedas sorprendiéndola por su espalda, una imagen singular y mucho menos habitual que la que obtenemos al acceder por la zona de la ensenada. Con más de 200 metros tierra adentro y 30 metros de altura, la imponente duna natural está situada dentro del Parque Natural del Estrecho y es sin duda un paisaje que explica por qué Bolonia está considerada como una de las mejores playas de Europa.

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Aparcamos la bici junto al yacimiento arqueológico de Baelo Claudia, a unos pasos del punto anterior. Esta ciudad-factoría romana, pese a que solo se ha desenterrado un 15 % en cien años, está perfectamente conservada y pasear por sus dos vías principales, cardo y decumanus maximus, permite imaginar la vida en aquella época y, ya con mucha imaginación, incluso oler a salsa garum y a salazón, los productos estrella que se producían allí hace 2.000 años.

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Pero para productos estrella y buenos olores los del restaurante 'Otero', casi aledaño al yacimiento y una parada imprescindible con la que ponemos punto y final a la ruta. Terraza familiar y vistas al mar ideales para hincar el diente a su pulpo a la brasa, a unos gambones a la plancha o, por descontado, a sus entrecots y solomillos de retinto, y a su atún rojo salvaje de almadraba, ya sea en modo ceviche, tartar o tataki.

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