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Silvia Soler es la propietaria de la quesería del Miracle.

Santuario de Miracle (Lleida)

El santuario donde los milagros saben a queso y vino

Actualizado: 12/12/2019

Fotografía: César Cid

Hay un lugar oculto entre la espesa niebla y las primeras nieves que que espera visitas que no llegan desde hace 300 años. Un lugar singular donde monjes benedictinos comen cantando mientras una mujer elabora quesos premiados y un hombre embotella vino ecológico bajo sus pies. El Santuario del Miracle es un secreto a voces alejado del turismo de masas donde el que no busque paz espiritual encontrará productos de proximidad que saben a gloria.
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"Mi madre siempre dice que tenemos que tener mucha paciencia, porque si hace 300 años que no nos visitan, no pasa nada por esperar un poquito más. Solo espero que no tarden 300 años más". Las palabras del propietario del restaurante del Santuario del Miracle (milagro en catalán) mezclan sinceridad y una pizca de ironía. Sabe que el recinto sagrado lo tiene todo para ser un referente del patrimonio cultural, gastronómico y religioso de Cataluña, pero sigue esperando al visitante con 80 camas listas para dormir, 60 sillas libres en el comedor y un retablo barroco descomunal, que se salvó del saqueo durante la Guerra Civil oculto tras una tapia.

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Un recuerdo que se pierde entre los bancos de niebla del Pla de Lleida y las montañas nevadas del Prepirineo, donde se alza el Santuario del Miracle, un gigante que lleva tres siglos dormido. Los pocos afortunados que acuden hasta este oasis de paz espiritual encuentran a tres monjes benedictinos conviviendo con la propietaria de una quesería en las antiguas cocinas del recinto y un viticultor de vinos ecológicos debajo del claustro. "No queremos ser un centro turístico porque entre otras cosas no podríamos asimilarlo. Nuestro capacidad de crecimiento depende y mucho de nuestros pequeños productores y es bastante limitada". Queso, vino y fe para quien la desee. Un maridaje infalible para los que creen que los milagros existen, aunque aquí los que se multipliquen sean los quesos y los vinos, y no los panes y los peces.

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El majestuoso Santuario del Miracle tomó su nombre en 1458 cuando dicen que la Virgen hizo su aparición en forma de niña al lado de la balsa natural donde los animales paraban a beber agua. Con o sin ayuda de la Virgen, el santuario se alza en una de las zonas más maravillosas y desconocidas de Cataluña, donde las rutas tradicionales del turismo de masas ni están ni se las espera.

Los hogareños del lugar llaman al territorio de la comarca del Solsonés "municipio de las mil masías", quizás porque hay más masías que personas. En este ahínco por no caer en la trampa de la Cataluña vacía, los monjes han ido cediendo espacios del recinto sagrado para facilitar la puesta en marcha de diferentes proyectos que devuelvan la vida al lugar: el restaurante, los apartamentos donde pernoctar, la casa rural, la quesería y la bodega de vinos buscan formar parte de un todo que los coloque en el mapa.

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Algo que pasa por las manos de los tres monjes e irremediablemente por la Abadía de Montserrat a la que pertenecen. El más joven de ellos tiene 71 años y el mayor alcanza los 95 años. La vejez no les priva de estar al tanto de todo lo que pasa entre las paredes de su hogar sagrado. Eso implica que cualquier decisión se toma siempre con su beneplácito. Silvia Soler, propietaria de la quesería del Miracle, lo sabe bien: "Hablé con los monjes para la cesión del espacio de las antiguas cocinas cuando aquí aún convivían 80 monjes. No me costó convencerlos, pero aquí todo va a su ritmo. La decisión primero se toma en Montserrat y después de muchas charlas privadas con ellos busqué que mi negocio no rompiera sus rutinas diarias. Todo se decide en asambleas trimestrales. Es decir, cada decisión tarda unos tres meses en decidirse en Montserrat y tres meses más en aplicarse en el monasterio. Debes acostumbrarte a este ritmo vital donde las resoluciones tardan seis meses".

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Esta artesana quesera hace 20 años que vive en una de las mil masías de la zona, a dos minutos en bici del monasterio. "Si tuviera que hacer queso en mi casa no lo haría porque tenía claro que este queso solo tenía motivo de ser entre estas paredes. Éramos tres socios, pero ahora solo quedo yo. Como esto es una cooperativa estoy abierta a recibir a gente nueva con ganas de hacer queso".

Mientras no llega nadie se basta y se sobra para hacer cuatro quesos magníficos. Dos curados y dos blandos con leche cruda de ovejas lacaune de Sant Climent y sal natural de la montaña de Cambrils. Produce tres días a la semana para un total de 900 litros que le da para toda la producción. "Lo básico es aprender a respetar el silencio. Los monjes benedictinos comen cantando y mi trabajo no puede entorpecer sus oraciones. Si a la una y media del mediodía no he terminado, detengo la producción para que coman en paz. Adapto mi trabajo a sus rutinas. Es una cuestión de buena convivencia".

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Una buena convivencia que se basa en el respeto mutuo, que le ha valido para montar un obrador de dimensiones descomunales comparado con otros obradores artesanales: "Son las ventajas de estar en un monasterio. Si alguna cosa tiene es espacio de sobra". Aunque reconoce que tuvo una pequeña traba en el camino no prevista para hacer realidad su sueño: "El mayor de los monjes colgaba los tomates aquí y aún hoy se queja porque le he quitado su sitio. Curiosamente, no le gustan mis quesos. Hasta que no haga un queso Gouda no le gustarán", dice entre risas. Porque cada monje tiene su carácter y su manera de ser y hay que aprender a lidiar con todos. El padre Jordi hace acto de presencia y se sincera como es debido: "Sus quesos están muy buenos. El que ha ganado el premio me lo podría comer entero yo solo. La convivencia con Silvia es muy fácil", dice el padre antes de retirarse a sus aposentos con prisas.

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El padre Jordi hace referencia al queso El Claustre, el queso curado durante nueve meses en las cavas naturales debajo del claustro del monasterio. Un enorme depósito de agua de piedra hace las funciones de termorregulador natural. "Es una joya que me permite no tener que climatizar la zona. Mi idea es apostar aún más por la cava natural. Aprovechar las paredes centenarias del monasterio, porque esta piedra te da una humedad y un hongo muy particular. Es completamente salvaje. La temperatura se mantiene igual en invierno que en verano y los quesos evolucionan de una manera espectacular. Después de recibir el premio, el queso El Claustre ha volado. Me los compraron todos", dice orgullosa enseñando una muestra que se ha quedado para ella.

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Los aromas del queso curado se mezclan desde hace poco más de un año con la uva de la vendimia. Jordi Molner se encarga de dar vida al 'Celler El Miracle' embotellando 3.200 botellas al año. Su vino no está dentro de ninguna Denominación de Origen y de momento apuesta por viñedos ecológicos de muy poca producción, con el objetivo de buscar el máximo de concentración para vinos de crianza. "Estamos a más de 800 metros de altura y es una viticultura muy diferente a la que solemos ver en otras partes de Cataluña. Hay pocas variedades de uva que se adapten bien a este clima y por eso apostamos por las de ciclo de maduración corto como marlot, macabeo, sumoll o ull de llebre (tempranillo).

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Claro está, el maridaje con el queso El Miracle es fundamental. "Sin buscarlo marida a la perfección. Tenemos muy claro que si vamos juntos, de la mano, lograremos llegar mucho más lejos que si vamos en solitario". Para poder elaborar vino en el santuario de los monjes Jordi Molner pasó por el mismo proceso de aceptación que Silvia Soler con sus quesos: "Los monjes cada día me preguntan cuándo estará listo el vino. Más de una vez les dejo pasar para que hagan una pequeña cata. Antes de encontrarme con una barrica vacía por sorpresa prefiero que lo prueben aunque no esté listo", bromea.

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Ciertamente se hace difícil pensar que los tres monjes tengan alguna queja con buenos manjares en la mesa y la panza contenta. Así es mucho más sencillo esperar sin prisa pero sin pausa la llegada de los turistas de la ciudad, caminando por estancias con historia, pasillos sin final a la vista y rincones polvorientos. Un pequeño gran mundo por descubrir que huele a queso y vino.

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