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Allá donde las mugas (como se conoce a la frontera en Navarra) se funden entre los bosques está el valle de Xareta. Es el límite antes de cruzar a Francia, a solo 10 kilómetros del mar Cantábrico. Un lugar que este otoño todavía no ha cambiado a los ocres y marrones característicos de la época, y que con el frío a punto de comenzar, sigue manteniendo el verde de sus prados.
Al final de una pequeña carretera, en la que difícilmente caben dos coches (un desvío de la NA 121-B), espera Zugarramurdi, pueblo de casonas de piedra blanca y rojiza, que guardan el eco de historias de brujas que en realidad no eran tales. Un lugar que contiene, detrás del halo de misticismo que lo rodea, historias reales. Las de los lugareños (mujeres especialmente) que veneraron a la naturaleza y cuyas creencias no fueron entendidas por el pensamiento de la época.
Pero tras las niebla que difumina las laderas de los montes también hay lugar para la leyenda. La del Señor de los Bosques, guardián y protector del camino o, del lado de la oscuridad, la del Macho Cabrío, la apariencia que adquiría el diablo en los conocidos akelarres, las celebraciones donde aquellas mujeres veneraban a la Madre Naturaleza.
Sin embargo, caminar por Zugarramurdi es realizar una inmersión desde la oscuridad hacia la luz, a unos tiempos donde las buenas intenciones no supieron prevalecer frente a la superstición y el miedo de la época. "La geografía ha marcado la historia de este lugar", nos dice una de las guías de la Oficina de Turismo de esta localidad navarra. "Al igual que los límites físicos del terreno siempre han estado difuminados entre los bosques, la dedicación a la tierra y la veneración a la naturaleza de nuestras gentes siempre se ha mezclado con supuesta magia negra y mitos".
Para conocer lo que aconteció entre estos valles primero hay que buscar en los diccionarios de lengua vasca el significado de la palabra "bruja". En euskera sorgin significa "nacer o crear", por lo que ya da cuenta de quiénes eran aquellas lugareñas, auténticas comadronas que ayudaban a dar a luz a las mujeres del pueblo en las propias cuevas.
Pero esta es una historia de dobles connotaciones. De un valle donde las rocas son las auténticas pregoneras de lo que ocurrió en el siglo XVII, cuando Europa estaba llena de persecuciones a todos los dioses y creencias alternativas. Siguiendo el viejo camino que une Zugarramurdi con Sara (Francia) se llega a la Cueva de las Brujas, una cavidad kárstica donde la conocida Regata del Infierno (el río Olabidea) sigue dando forma a la roca desde tiempos inmemoriales.
Desde la Oficina de Turismo matizan: "Al igual que esta Regata del Infierno ha moldeado la roca, el boca a boca de las gentes también ha desgastado el significado de la palabra sorgin; las historias de aquellas mujeres curanderas se han ido convirtiendo en leyendas de brujas y magia negra".
En la Cueva de las Brujas, los 120 metros de largo y los 12 de ancho que la forman están llenos de un eco donde todas esas historias se mezclan, llenando de misticismo este lugar mágico. Una de esas "brujas buenas" era María de Ximildegui, nacida en Zugarramurdi. Cuentan que "tras vivir un tiempo en Ciboure (al otro lado de la frontera), María volvió al pueblo diciendo que era bruja y que había participado en akelarres. Fue en ese momento cuando empezó a señalar a la gente y cuando llegó todo lo demás... El pueblo se reunió en la Iglesia a confesarse, pero alguien, según rezan los escritos de la época, se chivó a la Santa Inquisición y comenzaron las persecuciones".
Pero la reverberación que se escucha al bajar las escaleras hacia la cueva también suena a aquellos contrabandistas que en su día escondieron sus mercancías aquí, mientras esperaban el mejor momento para cruzar la muga al otro lado de los Pirineos. Hombres y mujeres que conocían al detalle cada rincón de estos valles, que de alguna forma se convirtieron en su hogar.
Hoy, el verde que rodea estos parajes cubre el antiguo sendero que cruzaron tantas veces los estraperlistas, caminos que pueden recorrerse en bici o a través de un tranquilo paseo en caballo –pottoka, en lengua vasca–, entre pastos y caseríos donde pacen tranquilamente ovejas y vacas y por donde, a lo largo de la historia, también pasaron comerciantes y peregrinos.
En Zugarramurdi el día a día estaba ligado a la labranza y el campo. Un escenario al que los zugarramurdiarras estaban completamente volcados y al que veneraban. "La tierra, junto a las plantas y las hierbas medicinales llevó a muchas de las vecinas de este pueblo a interesarse por la fertilidad, por la reproducción y el parto, por el sexo y sus posibilidades", explica una de las guías.
Y todo ello cobraba vida en esta cueva, la de las brujas, donde realizaban rituales sagrados en los que veneraban a la Madre Tierra –Ama Lur, en euskera–. "Sin embargo, las gentes de Zugarramurdi empezaron a ser señaladas por mirar más a la tierra que al cielo, al mundo real que a la religión mayoritaria y ahí fue cuando esas celebraciones cobraron todos los tintes de lo que hoy conocemos como akelarres". Todo ello derivó en 11 personas acusadas de practicar magia negra y condenadas a la hoguera por la Inquisición en 1610.
Un pequeño sendero separa la Cueva de las Brujas del museo del mismo nombre, ubicado en el antiguo caserón Induburua. Una casona que llama la atención por sus esquinas en piedra rojiza de la zona, que en su día fue el antiguo hospital de la localidad. Mitología y plantas medicinales, rituales y nombres propios llenan de significado esta construcción tradicional de la zona, que se funde con la estética del resto del pueblo.
Aunque algunos de los caseríos del pueblo guardan un pasado nobiliario, cada una de las casas que se exhiben a lo largo de sus callejuelas es digna de fotografía. Porches de madera y piedra dan la bienvenida al viajero, llenando de encanto esta villa en el corazón del Baztán, donde los tonos rojiblancos se mezclan con el verde y el colorido de sus plantas, que todavía aguantan a mediados del otoño.
A menos de 100 metros del Museo de las Brujas está la Casa Barrenetxea, donde vivó Graciana, señalada por ser otra de las "reinas" de los akelarres. "A sus 80 años, fue acusada de practicar magia negra junto a su madre y su hija", dice la historia. Pero solo es una de estas casas llenas de historia e historias, donde las puertas adinteladas y los grandes balcones guardan el legado de generaciones enteras de este rincón del Baztán y en las que los más afortunados quizá puedan adquirir algún queso local de oveja de elaboración casera.
Subiendo pueblo arriba se llega a la plaza, con la imponente Iglesia de la Asunción presidiéndola. Su fachada neoclásica en blanco roto y piedra rojiza es una reconstrucción, después de que la original fuera parcialmente destruida por las tropas francesas a finales del siglo XVIII.
Justo enfrente de la iglesia, los chefs franceses Celine y Julen Lamothe reciben al visitante que llega a este pueblo mágico en la 'Posada del Pueblo' o 'Herriko Jatetxea'. Un gran platanero es la puerta de entrada al restaurante, donde el olor inconfundible de la parrilla abre el apetito. Un lugar frecuentado por franceses, donde la especialidad de la casa es, sin duda, la txuleta de carnes del Baztán (especialmente de buey), pero prologada por el foie de pato casero (proveniente de las Landas), imprescindible en una carta influenciada por su cercanía a Francia.
Un local con cierto ambiente de sidrería, donde es de obligado cumplimiento pedir su tortilla de hongos en los entrantes. Los quesos de oveja del Alto Pirineo protagonizan los postres, regados por vinos fundamentalmente Rioja, como el Beronia Gran Reserva, Azpilicueta o Campo Viejo (Reservas).
La creatividad que sobrevuela el valle del Baztán también bebe de otra historia conocida en esta zona, donde las leyendas navarras son también vascas y de Iparralde (la Baja Navarra). Desde esos tiempos que se pierden en el recuerdo, los comerciantes, pastores, contrabandistas y peregrinos se introdujeron en los bosques de este lugar inspirados por una historia: la del Basajaun, rey del Baztán y protector del caminante.
De forma humana pero, según la leyenda, con una pezuña en lugar de uno de sus pies, se dice que tiene su hogar en las cavernas de los bosques baztandarras. Protector de esa naturaleza tan venerada en Zugarramurdi, los pastores siempre han rendido culto a este personaje, que vela por los rebaños y los protege de los lobos.
Pero la labor del Basajaun, cuyo significado etimológico viene de Basa (bosque) y jauna (hombre) trasciende la mera protección, ya que en este pueblo, según cuenta una vecina, el Basajaun también se asocia a las labores ligadas a la tierra. De hecho, "en la Cueva de las Brujas hay un horno de cal que se dice siempre estuvo protegido por él".
Una leyenda sobre alguien que, como el resto de vecinos del valle, rindieron culto a la tierra en su día a día, a la naturaleza que, según por dónde venga el viento, susurra los ecos de una historia mezclada con la leyenda. Un pueblo, un valle, donde las historias sobre personajes mitológicos eran, en el fondo, el reflejo de los secretos de la tierra y de la labranza, de gentes cuya vida siempre ha estado ligada a mitos que llegan hasta nuestros días.