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Apenas ha amanecido en Villarta de San Juan (Ciudad Real) y es hora de probar los cohetes. Estallidos aislados retumban en las calles y van despertando a los menos madrugadores, que aun descansan tras la noche de vigilia que pasaron alrededor de una gigantesca hoguera. Un vistazo al cartucho que sale disparado de la mano, seguido de un giro de cabeza hacia arriba, dan a los coheteros el primer veredicto informal sobre el viento y la calidad del proyectil pirotécnico que le vendieron los levantinos. "Este año los cohetes suben bien y el viento no sopla fuerte", nos comenta un miembro de 'La Paz Ifica', una de las veintisiete peñas coheteras que llenarán de arañazos de humo blanco el cielo de su pueblo.
Las Paces, en honor a la virgen de la Paz, es la fiesta grande más temprana del año, la más ruidosa de este territorio de olivos y viñedos. Acaba de pasar San Antón y en unos días San Blas cerrará el ciclo de los santos viejos, esos barbudos milagrosos que tanto cariño levantan en los habitantes de todo el país y rompen de nuevo la cotidianidad de la vida laboral. Hogueras, antorchas, velas, quema de rastrojos y fuegos artificiales son las diferentes caras del fuego purificador que los humanos han idolatrado como a uno de los primeros dioses que, junto al sol, nos ofrecían luz y calor.
Y de fuegos artificiales va este día con frío de invierno. Miles de docenas de cohetes voladores, así los cuentan aquí, se lanzan el 24 de enero en Villarta de San Juan. Cada cohete, una ofrenda; cada explosión, un agradecimiento; cada estallido, un pequeño susto que nos encoje involuntariamente y nos libera adrenalina.
El azul purísima y el blanco son los colores que más destacan entre los rojos, amarillos y marrones que los peñistas de las asociaciones coheteras lucen este día en sus buzos, que los cubren de pies a cabeza. La desaparecida peña 'NQT (no queremos trabajar)' dio paso a 'La Tradición', 'La Paz' o 'La Favorita', nombres de estos grupos que no pararán de lanzar cohetes durante todo el día, cubriéndose la cabeza con gorros, boinas y sombreros; botas, gafas y guantes de trabajo. Cualquier protección es buena para lidiar descuidos que nos puedan aguar la fiesta.
Mientras la virgen de la Paz espera la salida dentro de su iglesia, en las casas hay un trasiego doméstico, capitaneado por las mujeres que mantienen la tradición gastronómica propia de este día, que gira en torno al Cocido de las paces o a la pepitoria, auténticos regalos para los familiares llegados de lejos, pero que mantienen en su memoria los sabores de siempre. Esperanza Alabau, una villartera que salió del pueblo cuando era niña, pero que regresa cada año por estas fechas –de paces a paces como dicen aquí–, alaba la pepitoria de su tía Amparo Dotor, una octogenaria que sigue encandilando a todos los que comen apresuradamente en su casa este día tan especial. "Con la carne utilizada para elaborar un caldo de cocido, a base de gallina, trozos de jamón y hueso de codillo, se hacen unas albóndigas que se bañan en una salsa hecha con cebolla, ajo, laurel, huevo duro picado y el caldo del cocido", nos cuenta Esperanza sobre este guiso, que nos recuerda a las cocinas cervantinas.
Se acerca el mediodía y los impactos de los cohetes van estampando el cielo con lunares blancos que se desvanecen al momento. Si el día sale nublado, los voladores ahuyentarán las nubes. Los más afortunados se abrazan a las andas de su virgen y la sacan de la iglesia para recorrer con parsimonia las calles impregnadas de olor a pólvora quemada. La marcha real, la pieza musical más tocada por las bandas de música, da el pistoletazo de salida a la protagonista de la fiesta. A una distancia prudencial, las peñas abren paso entre la niebla dulzona y los silbidos que producen los cartuchos explosivos.
Durante horas, miles de anhelos y agradecimientos suben hasta reventar y son devueltos a la tierra convertidos en una lluvia de carrizos que caen haciendo tirabuzones. Una alfombra de palillos va cubriendo el suelo, aromatizado ya con toques de carbón y azufre, componentes esenciales de la pólvora negra. Los lanzadores de las peñas, formados convenientemente por la autoridad para saber hacer su labor, son asistidos por los porteadores, los encargados de acarrear los sacos llenos de promesas en forma de cohetes.
Son las tres de la tarde y la imagen de la virgen de la Paz llega entre vítores y petardazos al mirador de la vega del río Cigüela, uno de los que alimentan al Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, donde será un testigo más de la denominada Operación 2.000. Una batería formada por dos mil docenas de cohetes arderá en menos de tres minutos entre el júbilo y los aplausos de los visitantes.
Todavía pasarán unas horas hasta que la patrona de Villarta de San Juan se vuelva a meter en su morada. Alrededor de doscientos mil cohetes voladores salieron hoy disparados para que la Paz siga otorgando lo que pidieron los villarteros, para agradecer que se cumplieron los deseos y para festejar que el año recién estrenado sea más lluvioso que el anterior. El ruido seco de los proyectiles seguirá sonando desordenadamente durante todo el día en los cuatro puntos cardinales de la localidad, en los patios y solares de las casas manchegas que siguen en pie.
No estaría mal darnos un paseo por el río Cigüela para conocer el puente romano que ejercía de entrada a este pueblo, que era parada obligatoria en una de las rutas principales hacia Andalucía. Declarado monumento artístico nacional, esta obra arquitectónica mide alrededor de 500 metros de longitud y cuenta con 46 ojos irregulares de gran belleza.
Camino de vuelta a casa, con los oídos todavía tronando, los músculos contraídos y el vacío que produce el silencio, podemos visitar el pueblo vecino de Arenas de San Juan, a pocos minutos de Villarta, donde nos sorprenderá una absoluta rareza levantada en tierras manchegas, la iglesia de Nuestra Señora de las Angustias, una construcción románica con formas mudéjares que comenzó siendo torre de observación romana, mezquita e iglesia fortificada de la orden de San Juan a partir del siglo XII.
Otro sonido diferente, el de los pájaros, nos espera para despedirnos relajadamente de esta comarca. El Parque Nacional de las Tablas de Daimiel está tan próximo que no podemos dejarlo a un lado. El humedal de llanura más importante de España, tan nombrado como poco conocido, es una reserva de la biosfera donde moran ahora miles de especies de aves llegadas de la fría Europa. Un paseo por sus pasarelas y sus islas nos dejará un recuerdo que nos creará una conciencia hacia la defensa de los espacios naturales.
Fiesta, gastronomía, historia y naturaleza son ingredientes suficientes para ir terminando un mes con una cuesta que, hasta ahora, creíamos que subirla era difícil de alcanzar.