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Para José Luis Nobel Goñi, los extranjeros en San Fermín siempre fueron un soplo de aire fresco que traían lo nuevo llegado desde el más allá de Los Pirineos, pero sobre todo de los EE UU, Inglaterra y Francia. Aunque ahora, son los australianos los que arrasan. A Nobel le atraían sus pintas desinhibidas que olían a libertad. Pega el ojo al visor de la cámara y luego busca por el centro de Pamplona cuán poco han cambiado algunas cosas y cuán diferente puede ser el resultado, dependiendo de la sensibilidad puesta en la mirada a través de la lente. Seguro que descubres otra fiesta por muchas veces que hayas estado en ella.
En la foto de apertura del artículo vemos al Kiliki Napoleón, uno de los personajes más conocidos de la comparsa de Gigantes y Cabezudos, echa la bronca al musculado rockero, que se esconde tras la manta de dormir. Probablemente es primera hora de la mañana por las calles de Pamplona. A los guiris les entusiasmaba –y les entusiasma– la comparsa más famosa de las fiestas de San Fermín, que encierra muchas historias entre sus personajes.
¿Woodstock allá por el final de los 60 o principios de los años 70? Pues no. Años 80, San Fermín, en Pamplona por la mañana, quizá después del encierro. Nobel recorría las calles del casco viejo sin parar, sabiendo que entre los muchos jóvenes venidos de media Europa y de EE UU, era casi obligado recuperar la estética de los festivales de los sesenta. La flauta, la melena, el vaquero con una vuelta a ras de tobillo y el chaleco sobre camisa blanca rodean al desconocido duermiente, puede que el único que haya corrido el encierro.
Vale, podría ser la mítica furgoneta Volkswagen que está a punto de cumplir los 70 años, pero ella, con estilismo de pamela negra y camiseta bordada ¿en qué desmerece a lo que uno se encuentra en las rebajas estos días? Solo la sucursal del Banco Central –ya desaparecido absorbido por otros dos bancos– que aparece detrás de la furgoneta y la trasera del utilitario recuerdan que eran otros tiempos. Con un par de retoques, los chavales de la furgo podrían hoy dirigirse a cualquier playa surfera. Lo más probable es que ya sean abuelo.
Los parques de alrededor de la plaza del Castillo, de la Recoleta o las orillas del Arga –hoy en día convertidas en maravilloso paseo para acoger a todo aquel que no tenga problemas en subir o bajar la cuesta de Santo Domingo– sirven desde hace décadas para pernoctar. Encontraréis antes la manta y el saco que envuelven a los asiáticos –¿o son lationamericanos?– que la caja de Domecq para arroparos de madrugada.
Que sepamos, ni son primos de Rod Stewart ni de Simón & Garfunkel, pero no podemos daros el lugar de la peluquería donde el de la derecha se hacía las mechas ni el de la izquierda compraba las gafas. ¿Quizá las Ray Band de aviador? No, demasiado vulgar. O quizá no, corría 1984 según el archivo de Nobel, cuando hizo esta foto que hoy puede tomarse en cualquier festival de la península.
Aprender a beber de la bota después de que te hayan rociado la camiseta con tinto de arriba a abajo, es más fácil que correr en el encierro. Más si la bota encurtida te la sujeta una rubia de esas que invadieron primero las costas de Marbella en los 50 y aún hoy en estas fechas abundan por las calles de Pamplona. José Luis Nobel Goñi capturó el momento a mitad de los 80.
Observa el empedrado, mira el bordillo, convéncete de que la moza de la foto hoy será una abuela, quizá joven y moderna, pero más que cincuentona. ¿Qué más se le puede exigir a esa minifalda, niki a rayas y sandalias de tiras? Nada, incluso la talla de cintura está en su punto. Solo una duda, con el tacón de cinco centímetros difícilmente se le ocurriría acudir al encierro. No hay duda, Nobel Goñi lo vio casi todo en los Sanfermines.
Hace 35 años, los puestos de baratijas ya sustituían a los de los ajos. Por lo demás, la vendedora y las presuntas compradoras nos resultan tan familiares como las del mercadillo del sábado en tu ciudad. Solo el cigarro del hombre de la foto chirría. Hoy quizá lo luciría una de las protagonistas de Nobel.
¿Por qué dar por hecho que ambos son extranjeros? La cámara de José Luis Nobel Goñi transmite esa sensación si sabemos que es el principio de los años 80? Al fin y al cabo, ella es morena aunque más alta que la media española de hace cuarenta años. Él podría ser un amigo de los Beatles, pero ¿qué hacen en unos Sanfermines tan populares pero tan bruscos? La disculpa a la violencia que perciben en las corridas de toros muchos foráneos es que, por contra, asistir al encierro desde los corrales hasta la plaza, cuesta de Santo Domingo arriba, es uno de los espectáculos de belleza plástica más grande. Sobre gustos...
Es fantástica ¿no? Desde la camisa de lunares hasta los pantalones campana, más los topolinos de corcho de su acompañante a la izquierda de la foto y las playeras de la chica melena casi bob con camiseta de rayas. ¿Dónde estarán ahora, habrán vuelto a San Fermín alguna otra vez? Seguro que serían partidarias de la ocurrencia del ayuntamiento de este año, que ha decidido repartir por las calles un líquido que salpicará a quien orine en la calle.
Estos africanos no tienen ningún miedo de posar ante la cámara del fotógrafo navarro. Incluso le dedican alguna de sus sonrisas. Tampoco parece que vigilen preocupados por la llegada de los guardias que les vayan a obligar a echar a correr con sus pertenencias a cuestas. No podrían ir muy lejos con tal cantidad de máscaras, elefantes, gacelas (o como se llamen) y demás cachibaches que les rodean. Ni necesitaban móvil ni pinganillo para comunicarse el acecho policial. Aún eramos un país amable con la emigración.
Las fotos de José Luis Nobel "retratan, lo mismo que las de Masats, Inge Morath o Koldo Chamorro, unas fiestas que ya no volverán, mucho más espontáneas y sorprendentes que las de ahora. Tiene un anecdotario sanferminero que destaca por su abundancia y calidad", escribió el fotógrafo Joseba Zabalza, en septiembre de 2011, pocos días después de la muerte de José Luis Nobel Goñi, uno de esos amantes de la cámara, autodidacta como tantos en ese oficio del reporterismo de calle. Pese al maltrato de la instituciones, nunca pagaremos suficiente la obra de los fotógrafos locales.
Como Zabalza se temía en el recuerdo que dedicó a su amigo hace cinco años, los "clichés" –Nobel nunca dejó de utilizar esa palabra– y el archivo del fotógrafo –se crió en la calle Mayor de Pamplona– aún siguen durmiendo el sueño de los justos, mientras su familia toma una decisión a la que no ayudan los responsables de la cultura pública ni las instituciones privadas. Mientras que por una colección de 88 fotos de Inge Morath, la primera fotógrafa de Magnum y segunda mujer de Henry Miller, el ayuntamiento de Pamplona pagó 8,5 millones de pesetas en 1999, firmando un contrato leonino que impide a la municipalidad la reproducción de las fotos sin permiso de los herederos de Morath, el archivo de Nobel con miles imágenes de los Sanfermines desde todos los rincones de un natural de la ciudad permanecen lejos del recuerdo de los navarros. Las jóvenes generaciones ni siquiera tienen conciencia de que haya existido un retratista de la tradición que llegó más allá de los trillados tópicos en torno a Hemingway. De los encierros al desfile de los gigantes, de las calles tomadas por los extranjeros al mercado de ajos, de las casetas y el circo al durmiente en la plaza del Castillo o los esquiadores de San Fermín y mucho más, nada se escapó a la cámara de Nobel.