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El río Garona, en sus más de 500 kilómetros de recorrido por el sur de Francia, baña fértiles tierras y también grandes ciudades como Toulouse o Burdeos, ya muy cerca de su desembocadura en la costa atlántica. Sin embargo, el cuarto río galo tiene orígenes españoles. Es algo así como un emigrante que crece, se desarrolla y deja lo mejor de sí en el país de adopción, pero nunca puede renunciar a las fuentes donde todo empezó.
En el caso del Garona esas fuentes son varias. Todas ellas en territorio hispano. Las más evidentes en el Valle de Arán catalán, pero la más secreta y sugerente en Aragón. En concreto en el paraje de Aigualluts, donde el sólido hielo del glaciar de los picos Aneto, Maladeta y otros tresmiles se convierte en agua líquida. Uno de los enclaves más hermosos y salvajes de la cordillera pirenaica y, sorprendentemente, también uno de los más accesibles, incluso para montañeros inexpertos y excursiones en familia donde no pueden faltar los peques de la casa.
No obstante, pese a las escasas dificultades, jamás hay que olvidar que esta es una actividad en alta montaña. Un paseo a unos 2.000 metros de altitud. Muy agradable y asequible para todo el mundo, pero repetimos, esto es alta montaña, y por lo tanto requiere del equipo adecuado, en especial en lo referente al calzado. ¡Siempre con botas de montaña! Además, es imprescindible la protección solar, tanto en forma de gorra como de crema para la piel. Y aunque brille el sol, no está de más consultar la meteorología para evitar posibles tormentas.
También es recomendable llevar el móvil con la batería a tope, no solo para hacer fotos, sino para tener la opción de llamar al 112 en caso de accidente o emergencia. Y en la mochila que no falte agua y algún picoteo. Por cierto, cualquier envoltorio, bolsa o recipiente, lo mismo que suben en la mochila, bajan hasta que se encuentre un contenedor. ¡No dejar basura! Ni colillas, ni el papelito de un caramelo, ni un kleenex usado, ni nada de nada. Parece ridículo que haya que recordarlo, pero lamentablemente es necesario. Dichas todas estas advertencias, podemos ya emprender la excursión hasta Aigualluts. Preparados, porque vamos a disfrutar de lo lindo.
Literalmente se puede decir que esta excursión empieza donde se acaba la carretera. Se hace necesario llegar hasta la villa de Benasque para proseguir por la vía A-139, la cual en algunos mapas se denomina como carretera a Francia. Ironía pura, ya que se interrumpe una docena de kilómetros más allá, a escasa distancia de esa línea imaginaria que es la frontera con el país galo. Precisamente, poco antes de llegar hasta el corte abrupto del asfalto, aparece un giro a la derecha indicando los Llanos del Hospital.
Tomemos tal desvío y hagamos una primera parada: el ‘Hotel Hospital de Benasque’. Este establecimiento emana el aroma de la historia, de cuando los viajeros y peregrinos que cruzaban las montañas se encontraban con lugares donde recuperarse de los esfuerzos. Algo que queda estupendamente reflejado en el centro de documentación pirineista que alberga en sus instalaciones.
No obstante, no todo es tradición. El alojamiento rezuma modernidad. Permanece abierto prácticamente todo el año. De hecho el invierno es temporada alta, cuando no es extraño que la nieve alcance espesores considerables y dejé unas condiciones ideales para la práctica del esquí nórdico en la vecina estación Llanos del Hospital.
En condiciones climatológicas más benévolas no decae la afluencia de apasionados de la montaña y turistas. Por ejemplo, son habituales las reuniones de moteros clásicos. Así como deportistas de élite, que eligen el lugar para realizar sus concentraciones en altura, como han hecho más de una vez los futbolistas del Athletic de Bilbao. Y hasta estrellas de rock, como los Héroes del Silencio, se refugiaron en el Hospital de Benasque para fraguar su último disco de estudio, que casualmente, nacido entre montañas, se tituló Avalancha.
Esta parte alta del Valle de Benasque es una de las áreas más visitadas del Pirineo oscense, así que, para evitar las masificaciones, durante los meses de estío se restringe el paso de vehículos. Es obligado dejar nuestro coche en los parkings habilitados antes de llegar al citado hotel, e incluso se recomienda aparcar en Benasque y tomar el autobús que nos acerca hasta aquí y que prosigue su recorrido por una bacheada pista hasta alcanzar el paraje de la Besurta, auténtico inicio de la ruta senderista de Aigualluts.
Aunque no seas un montañero experto, no hay pérdida posible. Desde el cubierto de la Besurta, la señalización es perfecta. Tanto en forma de flechas del Parque Natural como con las franjas de pintura roja y blanca sobre las rocas que nos indican que estamos en pleno sendero de Gran Recorrido. En este caso es un corto tramo del GR-11 cuyo trazado íntegro transita por toda la vertiente española de los Pirineos, desde el Mediterráneo hasta el Cantábrico, o viceversa.
En el camino desde la Besurta, el ascenso es paulatino y muy asumible por todos los excursionistas. Además, el paisaje de pinos negros, abetos y grandes rocas hace más que llevaderos los primeros pasos. Casi sin darnos cuenta se camina hasta divisar una cascada de agua y frente a ella aparece una bifurcación. Está perfectamente indicada: a la derecha se ve el zigzag de las cuestas que llevan al refugio de La Renclusa, la base de operaciones para los alpinistas que piensan hollar la cima del Aneto.
Pero ese no es nuestro objetivo. De manera que hemos de seguir por la senda de la izquierda, mucho más plácida. Aún así, es un tramo ascendente, pero en ningún momento agobiante. Pronto llegamos a una vieja cabaña de pastores. un buen lugar para descansar antes de la última pendiente y de paso contemplar el panorama. Por cierto que nadie se sorprenda si descubre marmotas rondando por la zona e incluso algún corzo pastando a escasa distancia del camino.
Todo depende de nuestro ritmo al caminar, pero por muy lento que se vaya, en más o menos una hora llegamos a uno de los puntos destacados de la ruta: el Forau de Aigualluts. La palabra forau en aragonés se podría traducir como agujero, y de eso se trata, de un gran hoyo en el paisaje, una sima descomunal de unos 70 metros de diámetro y hasta 40 de profundidad. No es posible descender hasta ahí abajo, pero desde arriba se aprecia cómo discurren las abundantes aguas de un torrente hasta que se remansan frente a la gran pared vertical y, con total naturalidad, se filtran en el subsuelo y desaparecen. Así de simple.
Durante mucho tiempo solo había especulaciones respecto al destino de ese caudal. Fue el francés Raymond de Carbonnières, considerado el padre del pirineismo, quien a finales del siglo XVIII propuso que ese torrente podía convertirse en el río Garona. Sin embargo, aquello no fue más que una corazonada. Hubo que esperar hasta 1931 para comprobarlo de forma fehaciente.
Aquel año, otro francés, el espeleólogo Norbert Casteret, decidió verter en el forau unos cuantos barriles de fluoresceína, un colorante amarillo. Y sospechando posibles salidas, colocó observadores en el entorno. Pues bien, resultó que las aguas tintadas brotaron al otro lado del macizo de la Maladeta, en el Valle de Arán. Exactamente el agua amarillenta manó en el paraje de Güells del Jueu, cerca de Viella. Un trayecto subterráneo y kárstico de casi cuatro kilómetros en línea recta para surgir en Cataluña, pero ya en la vertiente norte de la cordillera. Desde ahí, se les puede seguir la pista a esas aguas para descubrir que enriquecen un arroyo que pronto se transforma en un portentoso río llamado Garona.
Descubrir cómo se ocultan las aguas en el Forau de Aigualluts no es el final de la excursión. Más bien se trata de una invitación a remontar el cauce. ¡Ya que no podemos ver adónde van, al menos curiosear de dónde vienen! Para eso basta con seguir la senda, rodear la gran sima y, de pronto, vemos a escasa distancia una cascada. Casi antes de observarla, ya se escucha su estruendo. Parece mentira, pero tal escándalo lo provocan los mismos litros y litros de agua que a escasa distancia desaparecen sin apenas un susurro en las entrañas del Pirineo.
Y en cuanto salvamos la cascada, de nuevo el silencio. Aunque ahora el paisaje es más abierto y asombroso si cabe. Un gran plano verde por el que el arroyo divaga en varios cauces. Es una amplia llanura protegida por enormes montañas. Entre ellas el propio pico del Aneto, que con sus 3.404 metros de altura es la mayor cima pirenaica. En sus laderas se distingue el blanco helado de un glaciar que cada año es más pequeño, y que lamentablemente parece condenado a desaparecer.
Cuando eso ocurra la belleza de este paraje será menor. Así que, mientras tanto, lo mejor será hacer esta excursión hasta el Plan de Aigualluts. Una vez allí, disfrutad de las vistas, de las fotos y de las sensaciones. Buscad un buen lugar a orillas de este torrente de montaña para descalzaros y remojar los pies tras la caminata. Comeros ahí un bocata y saboread la idea de que estas gélidas aguas donde nos refrescamos viajarán hasta la Gironda bordelesa y el océano Atlántico. ¡Caprichos de la naturaleza!