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Monasterio de Montserrat (Barcelona)

La Trinidad de Montserrat: monasterio, santuario y montaña

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Actualizado: 28/08/2020

Fotografía: Sofía Moro

Como esculpido en las escarpadas paredes de la montaña, el Monasterio de Santa María de Montserrat (Barcelona) se erige como uno de los símbolos más reconocibles de Cataluña. Este rincón, en el que se funden devoción, arte y naturaleza, atrae a millones de peregrinos y turistas de todo el mundo. Una oportunidad para ver de cerca y tocar a la Moreneta, contemplar uno de los tres Caravaggio que hay en España o perderse por los caminos escarpados de la sierra siguiendo el rastro de una salamandra.

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Cuentan, de manera poética, que los ángeles han esculpido, con una sierra gigante, las agujas, monolitos, valles y cuevas de este macizo rocoso que se eleva bruscamente en la orilla occidental del río Llobregat. La Sierra de Montserrat, como madre protectora, da cobijo a los viñedos y cultivos que se extienden por las comarcas de Bages, la Anoia y Baix Llobregat, en la provincia de Barcelona. En sus 10 kilómetros de longitud, el Parque Natural de la Montaña alberga bosques de encinas, robles, tejos, pinares y bajos arbustos de zarzaparrillas, boj y aladiernos, por los que se ve corretear ardillas, cabras salvajes, jabalíes y algunas salamandras.

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A los pies de la montaña, Pablo eleva la mirada y contempla las paredes escarpadas y el paisaje teñido de grises y verdes. Esta mañana de finales de julio, le han traído sus avis para conocer el Monasterio de Montserrat y pasar el día en el campo: "Lleva casi cuatro meses encerrado en la ciudad. ¡Al menos que le dé el aire fresco!". A sus siete años, confiesa con valentía que no le da miedo subirse al Aeri. Este teleférico, inaugurado en mayo de 1930, recorre los 1.350 metros que separan la carretera C-55 del santuario y salva un desnivel de 544 metros. "En temporada alta, sin covid-19, la cabina va a tope, con sus 35 pasajeros. Hacemos una media de 1.200 personas al día", apunta Héctor García, su director.

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Durante el ascenso, dentro de la cesta amarilla, las vistas son de infarto. La carretera, los caminos y el cauce del río se van transformando en finas arterias que rasgan el paisaje y los vehículos y la cabina que desciende cada vez se van haciendo más hormiguitas, al tiempo que son ya visibles los detalles del complejo monástico. "Eso cuando no atravesamos un mar de nubes, habituales en otoño", señala José María, uno de los operarios, que también advierte de la inversión térmica "de hasta 11 grados que se da en invierno, cuando abajo coges el Aeri con plumas y gorro y arriba pasas calor y te sobra todo".

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Estos días, lo que no sobra es la gorra, la sombrilla y una buena dosis de protección solar. Aunque esta nueva anormalidad que vivimos nos sorprende con la posibilidad de disponer de bancos y sombra para todos los visitantes en pleno verano. "Yo no había visto así Montserrat en todos mis años de trabajo", anuncia el guía Esteve Serra al recibirnos a las puertas de la estación del ferrocarril cremallera que comunica el santuario con el municipio de Monistrol. Sorprende lo grande que es el complejo turístico, incrustado en la misma montaña, donde destacan la basílica, el monasterio con su torre y claustro, un museo, hoteles, restaurantes, celdas (apartamentos), tiendas, supermercado, estaciones de tren y funiculares, bancos y hasta una comisaría.

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Esplendor y decadencia de un santuario

"En los últimos años, en circunstancias normales, estábamos rozando los 3 millones de visitantes. Al monasterio-santuario de Montserrat llegan miles de peregrinos de todo el mundo –franceses, ingleses, alemanes, rusos, americanos y, últimamente, muchísimos asiáticos– atraídos, fundamentalmente, por la devoción a la virgen de la Moreneta", añade Serra. Y todo comenzó en una pequeña cueva.

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La leyenda sitúa en el año 880 el descubrimiento, por parte de unos niños pastores, de la imagen de la Virgen en el interior de una cueva –la Santa Cova, que hoy se puede visitar con un placentero paseo de una hora aproximada desde la abadía–. Estas tierras de la Montaña de Montserrat fueron reconquistadas a finales del siglo IX a los árabes y su nuevo propietario, el conde Wifredo Velloso, las donó a su hijo, que se había hecho monje. No será hasta el año 1025 cuando los benedictinos de Ripoll, con el abad Oliba –bisnieto de Wifredo– a la cabeza, fundan su comunidad en una de estas ermitas. La veneración de la talla de la Virgen (del siglo XII) hace crecer rápidamente la congregación y alrededor del siglo XIV ya es el gran santuario de toda Cataluña.

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"En la historia del Monasterio de Montserrat siempre diferenciamos dos grandes periodos: el de esplendor y el de decadencia", arranca su explicación Esteve Serra. En 1493, tras décadas de crisis de la vida monástica en toda Europa, el rey Fernando el Católico decide enviar a monjes de Valladolid a Montserrat y nombra prior a García Jiménez de Cisneros, primo del todopoderoso cardenal, consejero y confesor de los Reyes Católicos. "En esta etapa de Valladolid se construye la nueva basílica, se crea un taller tipográfico, se consolida la escolanía... Incluso uno de los religiosos termina acompañando a Colón en unos de sus viajes a América".

Pero de manera abrupta, llega 1811 y las tropas napoleónicas incendian y bombardean sin miramientos el cenobio en dos ocasiones –"los locales serían responsables del saqueo de su rico patrimonio"–, tras haber sido declarado Patio de Armas durante la Guerra de la Independencia. "No quedará prácticamente nada en pie", se lamenta Serra. Luego llegarían las desamortizaciones y no será hasta la segunda mitad del siglo XIX, con el impulso del movimiento intelectual catalanista La Renaixença, cuando resurja. De la etapa de resplandor solo queda de recuerdo parte del antiguo claustro gótico del siglo XV, justo en la plaza que da acceso a la basílica; "todo lo demás es moderno".

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'La Moreneta' en su camarín de plata

La entrada a la iglesia se realiza a través de un atrio, al que dan las ventanas de las celdas donde residen los monjes benedictinos. Al cruzarlo, da la impresión de que la montaña va a engullir el edificio, y con él las esculturas, sepulcros y esgrafiados que decoran este espacio. La ausencia de casi turistas nos permite acceder a la basílica sin hacer fila –"algo inimaginable en pleno julio"–. Las últimas reformas han dejado entrar más luz al interior de la nave, "aunque aún se conserva ese ambiente íntimo de reflexión y devoción que ha marcado este lugar durante siglos".

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Por el lateral derecho se atraviesa una espectacular portalada de alabastro, cuya escalera está escoltada por mosaicos de vírgenes y santas madres, que da acceso al camarín de la Virgen, protagonista absoluta del altar mayor. Se trata de una talla románica de 96 cm, de rasgos delicadamente estilizados, esculpida en madera de álamo policromada y dorada. "Está datada en el siglo XII, aunque los estragos que sufrió durante la guerra con las tropas de Napoleón le hicieron perder la mano de la Virgen y la figura completa del niño Jesús, que tuvo que ser reconstruida". En esa reconstrucción es cuando se sustituyó el orbe que sujetaba el niño en su mano izquierda por una piña, "símbolo de la fecundidad y la vida eterna".

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La Virgen de Montserrat fue declarada el 11 de septiembre de 1881 patrona de Cataluña y por el color de su tez y manos es conocida cariñosamente como la Moreneta. "Ese tono es producto de la oxidación natural de la madera y de los barnices que se han ido utilizando a lo largo del tiempo. Creemos que la influencia del humo de las velas, cirios y lámparas de aceite, colocadas durante siglos a sus pies, no es la principal causa de su negritud", aclara Serra. El hecho de poder subir a ver a la Moreneta, incluso tocar el orbe que sostiene en su mano derecha, es algo relativamente reciente. "Hasta 1947, cuando se construye la entronización de plata y el acceso, solo unos pocos devotos, cumpliendo unos requisitos muy específicos, podían acercarse a la talla", recuerda el guía.

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Guardianes de libros, un 'Caravaggio' y momias

A las 13 horas, de lunes a viernes durante el periodo escolar, en el interior de la iglesia resuena el coro de voces blancas de la Escolanía interpretando la Salve y el Vilorai. "La música ha sido uno de los hechos distintivos de Montserrat", indica Serra. De hecho, es uno de los coros infantiles más antiguos de Europa y su origen se remonta al siglo XIII. Hoy cantan en él 40 de los 50 niños que estudian aquí hasta que cumplen los 12 años y les cambia la voz.

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Esta vinculación con la cultura no se limita solo al ámbito musical. "Desde su génesis, el monasterio y su comunidad benedictina han sido cuna y custodio de un importante patrimonio espiritual y cultural". Tuvo su propio scriptorium en los siglos XIV y XV; el abad Cisneros creó, en el año 1499, un taller tipográfico; en los siglos posteriores, la biblioteca fue creciendo y diversificando sus fondos, que en su mayoría se perdieron en la guerra contra los franceses. "Actualmente cuenta con unos 300.000 volúmenes y es una de las más importantes de España", presumen en la abadía. Obras de teología, filosofía, historia, arte, literatura patrística, grabados, incunables, mapas y un fondo de papiros y notables documentos musicales conforman este espacio reservado para monjes e investigadores.

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Pero no solo libros han custodiado los benedictinos. A principios del siglo pasado, adquirieron un José de Ribera que resultó ser un San Jerónimo de Caravaggio (del maestro barroco hay tres obras de autoría confirmada en España, las otras se pueden ver en El Prado y el Thyssen de Madrid). También hay cuadros del Greco, Luca Giordano, Berruguete, Tiepolo, donaciones de artistas como Dalí, Miró, Tàpies, Picasso o representantes del impresionismo francés como Renoir, Monet, Sisley o Degas. "Estamos ante una de las pinacotecas más importantes de Cataluña", sostiene Serra.

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El museo cuenta además con un fondo arqueológico interesante, de los estudios bíblicos de los monjes, con colecciones de arte procedentes de Egipto, Mesopotamia, Tierra Santa... incluso una momia. Lo que no está, "y nunca estuvo", es el Santo Grial. El romanticismo alemán de Goethe mostró en varias ocasiones su atracción por ese misticismo que rodeaba siempre a Montserrat. Y tentado con esa obsesión enfermiza por las reliquias –y los expolios–, aquí que se presentó un 23 de octubre de 1940 Heinrich Himmler, jerarca nazi y líder de las SS, "que tuvo una acogida muy fría, el prior se negó a recibirlo, porque muchos religiosos sabían ya lo que estaba haciendo el nazismo", apunta el guía, que llegó a conocer en persona al monje que hizo de traductor y cicerón del despiadado gerifalte.

Pero además de peregrinos y turistas atraídos por el santuario, las historias y arte que encierra, este rincón de la montaña también es muy transitado por excursionistas, senderistas y escaladores. La curiosa morfología de las rocas, producto de milenios de erosión de agua y viento, han llevado a bautizar con divertidos nombres muchos de estos picos: cavall Bernat –con 200 metros de pared vertical–, la trompa de elefante, el gigante encantado, las agujas, la palomera o Sant Jeroni, el punto más alto con 1.236 metros. Desde aquí arriba –para los menos deportistas hay un funicular que asciende hasta Sant Joan– tendrás unas vistas del monasterio casi como las que disfrutan las águilas perdiceras y los halcones peregrinos que sobrevuelan el macizo de Montserrat.

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