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​ Oropesa del Mar, Castellón ​

Planes diferentes que hacer en Oropesa del Mar en 1 día

Tres planazos en Oropesa del Mar (y ninguno es Marina d´Or)

Actualizado: 15/08/2021

Fotografía: Eva Máñez

Oropesa y Marina d’Or son, a ojos de muchas personas, la misma cosa. Sin embargo, esta localidad en la costa de Castellón tiene, al margen del complejo vacacional, un buen número de atractivos que lo hacen merecedor de una visita. Nadamos entre praderas de posidonia, tomamos el sol en un espacio casi virgen y cenamos a la luz de la luna en la parte más alta del centro histórico. ¿Te vas a resistir?
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Si a cualquier persona le preguntan qué es lo primero que le viene a la cabeza cuando le mencionan Oropesa del Mar, probablemente la respuesta más inmediata sea Marina d’Or. El complejo vacacional, que adquirió un tamaño gigantesco la década pasada, con sus balnearios y sus atracciones familiares, ha conseguido situarse en el imaginario colectivo a base de marketing y campañas de publicidad.

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Sin embargo, identificar Oropesa del Mar únicamente con Marina d’Or es un grave error. Porque al margen de estas moles de apartamentos y hoteles, situados en la parte norte del municipio, Oropesa guarda, en su parte sur y en su casco histórico, muchos atractivos que bien la hacen merecedora de una visita. Naturaleza, deporte, gastronomía e historia se dan la mano en este pueblo costero donde, por cierto, tuvo su residencia vacacional durante muchos años Luis García Berlanga. Por algo sería, ¿no?

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El genio del cine -del cual este año se cumple un siglo de su nacimiento- tuvo muy buen ojo para elegir el lugar. Al fin y al cabo, el cineasta valenciano conocía bien esta zona costera. El año 1954 había rodado en Benicàssim, municipio colindante, la comedia Novio a la vista. Probablemente fue entonces cuando se quedó prendado de Oropesa. Construyó su casa sobre un peñasco, rodeado de pinos y con acceso directo a la llamada cala del Rector. Tenía, pues, privacidad, y, sobre todo, un espacio sublime: una cala pequeña, rodeada de roca, casi virgen. ¡Quién sabe cuántas de sus guiones no salieron de aquellas apacibles estancias veraniegas!

Oropesa del Mar, Castellón
Luis García Berlanga tuvo su residencia vacacional en Oropesa durante muchos años.

1. Descubre la Renegà, el Mediterráneo como era antes

En todo caso, volvamos a la vida pedestre. Oropesa pone a disposición del visitante una amplia oferta para quienes gustan de disfrutar del Mediterráneo. Les Amplaries, Morro de Gos y la Concha son buenas opciones -aunque muy concurridas- para quienes quieren una experiencia más convencional. Sin embargo, aquellos que buscan privacidad y naturaleza harán bien en desplazarse hasta la zona conocida como la Renegà, un conjunto de pequeñas calas de roca y arena gruesa esculpidas a golpe de mar y viento, rodeada de una vegetación enrevesada que la convierten en un lugar prácticamente mágico.

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Para acceder a ella con vehículo propio, hay que salir desde la playa de la Concha, dirigirse al puerto deportivo -a mano izquierda dejaremos la antigua casa de Berlanga- y desde aquí seguir una carretera serpenteante y estrecha rodeada de pino blanco. Es la llamada carretera de “Benicàssim por la costa”, un trayecto que ya nos anticipa a qué tipo de paraje nos dirigimos. Superadas las alturas y de vuelta al nivel del mar, el o la conductora hará bien en dejar el coche en la zona de aparcamiento. Intentar atravesar el puente de dos ojos que da acceso a la Renegà resulta sencillamente temerario.

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Para aquellos que les gusta el pedaleo y rehúyen del vehículo a motor, una forma saludable y ecológica de acceder a la Renegà es a través de la vía verde que une Benicàssim y Oropesa y que aprovecha el antiguo trazado de la línea del tren. También, claro está, se puede ir caminando. Sin duda, una opción más que recomendable.

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¿Y qué es la Renegà? Es, sobre todo, un ecosistema salvaje, sin urbanizar, en el que el mar y la montaña se funden y colisionan al mismo tiempo. A izquierda y derecha se abren varias calas diminutas, oquedades y pequeñas cuevas esculpidas por la fuerza del agua y el viento, como esculturas de un artista guiado por una intuición elemental. Visitar la Renegà es, también, imaginar cómo era el Mediterráneo antes de que los humanos lo colonizáramos todo.

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Sentarse a leer un libro o simplemente fijar la mirada en el horizonte mientras las olas, mansas, van y vuelven resulta un placer infinito, en especial si hacemos coincidir la visita con la caída del sol. Aquí y allá podemos encontrar, fijado en la arena, el rastro preciso del escarabajo pelotero o el rápido avanzar de la lagartija colilarga.

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Equipados con unas buenas gafas de bucear y unas zapatillas de agua cerradas podemos adentrarnos en el mar para seguir los bancos de peces que habitan la zona o porque no, tratar de encontrar algún tomate marino (¡ojo, estamos hablando de un animal!) o un erizo de mar. Si eres de los que tienes suerte en la lotería, quizás hasta puedas ver alguna tortuga boba, una especie endémica que en los últimos años aparece con cierta frecuencia por estas latitudes.

2. Cálzate las aletas en busca del bosque marino

Para aquellos que quieren sumergirse aguas adentro, una opción más que recomendable es la de contratar los servicios de Barracuda, una casa de buceo situada en el puerto deportivo de Oropesa. Son múltiples las opciones que ponen a nuestro alcance: desde hacer bautizos de submarinismo a inmersiones nocturnas; desde sumergirnos 30 metros -si estamos capacitados para ello, claro- hasta explorar el parque natural de las Islas Columbretes. Y si no nos gusta mojarnos, siempre podemos dar un paseo en golondrina.

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En este caso, seremos menos ambiciosos y disfrutamos (¡y mucho!) de hacer snorkel frente a la costa de la Renegà. Son ellos mismos quienes, todavía en el puerto, nos proporcionan todo lo necesario para una inmersión profesional: traje de neopreno, escarpines, aletas y kit de snorkel. Álex Ruiz y Antonio Blasco, monitor y patrón, se encargan de darnos los consejos básicos antes de embarcarnos y adentrarnos en las tranquilas y cálidas aguas del Mediterráneo.

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Por el camino, observamos acantilados agrestes, escaladores temerarios (hay vías abiertas para quién tenga las aptitudes necesarias) y una colonia de cormoranes que nos observan desde sus aposentos. Dicen que esta especie, que habita la península durante el verano, es capaz de bucear y capturar a sus presas bajo el agua. Y dicen, también, que su presencia es un indicador de la calidad de los ecosistemas.

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Pero volvamos al barco. Después de una travesía que dura diez minutos, el barco, que puede acoger hasta 10 tripulantes, echa el ancla. Llega el momento de sumergirse. Por debajo nuestro se abre un universo nuevo. Si algo resulta especialmente espectacular es el ir y venir de las praderas de posidonia al ritmo de las corrientes marinas. Resulta un baile sencillo y bello a la vez. Alguien podría pensar que no son más que plantas, pero se equivocaría.

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Las praderas de posidonia son el alma del Mediterráneo, porque oxigenan la arena, evitan su erosión y, sobretodo ejercen de guardería de muchas especies marinas que lo habitan. Multitud de ellas depositan sus huevos en estas praderas y los mantienen a salvo de los predadores, permitiendo de este modo que continúe el ciclo de la vida. El impacto de la pesca de arrastre y el calentamiento del agua por el cambio climático, entres más factores, han provocado un retroceso alarmante de la posidonia. Observarla en su plenitud en la Renegà es, por tanto, un privilegio que nos debería hacer reflexionar sobre la fragilidad de este ecosistema. Cuidarlo es también nuestra obligación.

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Son muchos los secretos que van emergiendo de entre estas praderas: bancos de salpas, obladas, doncellas y también algún pulpo roquero que, elegantemente, se aparta al detectar la presencia humana. También algún pepino de mar, una especie animal que filtra y purifica los fondos marinos. De entre las especies más llamativas se halla algún ejemplar de nudibranquios, unos moluscos sin concha también conocidos como babosas de mar que aquí se pueden ver con cierta facilidad.

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La actividad no requiere una gran forma física, simplemente saber nadar, por lo que puede realizarse en familia. A la vuelta podemos ir identificando las torres, todavía en pie y rehabilitadas, desde las que en el pasado se vigilaban las costas: la Torre Corda, la Torre Colomera …

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3. Enciende el paladar alejado del bullicio

Ya en tierra firme, haremos bien en recuperar fuerzas. Oropesa, como todos los municipios costeros, dispone de una amplia oferta de bares en las zonas más turísticas. Sin embargo, en este caso os invitamos a huir de las aglomeraciones para adentrarnos en su casco histórico. Merece la pena callejear por sus sinuosas calles, dejarse llevar por entre las casas de dos alturas de paredes blancas que nos acaban conduciendo hasta la 'Casa Encesa', un restaurante situado en la plaza de la Iglesia, alejado del bullicio turístico y que, por su ubicación, nos ofrece una magnífica panorámica de este municipio castellonense. Su propietario es Míkel Estíbariz, un vasco que se vino a esta zona con 20 años y que se formó en la Escuela de Hostelería de Castellón. En la crisis financiera de 2008 se quedó sin trabajo y decidió montárselo por su cuenta.

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Quería un espacio alejado de la masificación, que tuviera personalidad propia y encontró esta casa en las alturas, en un espacio singularísimo. No se lo pensó dos veces. Más que reformarla, la hizo suya y hoy todavía se puede reseguir la estructura de una antigua vivienda familiar, con su escalera encajonada y sus pasillos estrechos. Antes de la pandemia, sus paredes y espacios estaban disponibles para los artistas que querían exponer y también para alguna actuación musical.

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“La intención era aunar arte y gastronomía. Pensamos en el nombre de “la Casa Encendida”, pero como ya existía una en Madrid, decidimos traducir el nombre al valenciano”, explica Míkel. Cenar en la misma plaza de la Iglesia o bien en la terraza superior, a la luz de los farolillos, es una experiencia altamente recomendable.

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Y lo es por el lugar pero también por la gastronomía, ya que a partir de la materia prima de proximidad, Míkel nos abre el paladar con una carta de combina carnes y pescados y unos entrantes bien acabados. Para abrir boca optamos por un tartar de remolacha y alcaparras con humus de berenjena que, con su frescura, y tras un día rodeados de salitre, nos abre los sentidos.

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Y continuamos con una escalibada de verduras que nos descubrirá uno de los secretos de la cocina de la Casa Encesa: un horno moruno con el que Míkel consigue dar a sus platos un toque absolutamente personal. 3.500 ladrillos y muchos quilos de mortero ignífugo hubo que utilizar para darse este capricho técnico que alimenta cada día con leña de naranjo. “Requiere unas dos horas de encendido antes de coger temperatura”, nos explica, orgulloso. Es precisamente con el horno moruno que cocina un pulpo que acompañamos con un vino tinerfeño, Nubes de altura, un blanco afrutado de la Denominación de Origen Valle Güimar.

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Y no podemos acabar sin probar las manitas de cerdo rellenas de almendra y pasas, una de las especialidades de la casa. Es realmente un plato sabroso que combina, a cada bocado la gelatina de la manita con el crujiente de la masa brick, una combinación que funciona muy bien y que, definitivamente, nos devuelve las energías después de nuestro ajetreado día. La nota dulce de la cena la pone una tarta de queso son cereza amarga que nos recuerda que no muy lejos de aquí, en el Maestrazgo, se cosechan excelentes variedades de esta fruta roja.

Hincando el diente a la croqueta de calamar.
Hincando el diente a la croqueta de calamar.

“En un principio, nuestro objetivo era aprovechar la temporada al máximo. Sin embargo, ahora hemos optado por tener cada noche entre 35 y 38 comensales", expone Míkel. "Porque queremos cuidar al comensal, asegurarnos de que viva una experiencia relajante. En definitiva, que disfrute de la gastronomía y del lugar”. El objetivo está más que cumplido. ¿Quién dijo que no había vida más allá de Marina d’Or?

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