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Paramos el coche en el parking al pie de las pistas de esquí de Panticosa-Aramón. Hemos quedado ahí a las 11:20 horas con Virginia Cortés, de la oficina de Turismo. Tras los saludos de rigor, echa un vistazo a nuestro atuendo. "Perfecto, lleváis botas de montaña y algo de agua. Si acaso, os veo con mucha ropa. Dentro del barranco no os sobrará, pero como hoy pega el sol, tal vez cuando subáis al mirador paséis calor".
No hay que asustarse, porque no es una excursión demasiado exigente, aunque las precauciones en la montaña nunca están de más. Nos aguarda una hora de camino, que en gran parte discurre dentro del barranco del río Caldarés. Una zona angosta y salvaje que hasta hace nada era intransitable para los senderistas. Pero ahora queda al alcance de cualquiera.
"Os he citado a esta hora, porque regulamos la entrada a las pasarelas por motivos de seguridad: 40 personas cada 20 minutos. Personas de cualquier edad, ya que hasta los más mayores pueden hacer el recorrido. Solo hay que pasear, estar atento y disfrutar". Las pasarelas de Panticosa están compuestas por unos 700 metros de estructura metálica colgada sobre el río. En algunos puntos se elevan hasta 80 metros de altura y en su mayor parte transcurren pegadas al roquedo de granito para remontar una auténtica garganta de montaña resquebrajada por el hielo glaciar durante milenios.
"Tenéis que seguir las flechas junto a la telecabina. Es imposible perderse. En unos minutos veréis una garita. Es el acceso a las pasarelas". Todo está aquí controlado y solo se hace el recorrido en un sentido. Siempre en aras de la seguridad, ya que los pasos son estrechos, y dos direcciones provocarían embotellamientos. De modo que el mejor modo de controlar la actividad, es que sea de pago.
"Son 3 euros por persona, y los tickets se reservan con fecha y hora en la web de las Pasarelas de Panticosa. Y aquí en el mismo parking habrá una máquina expendedora. Además hay gente en la entrada y guías en el recorrido para evitar atascos. En fin, disfrutad. Yo me vuelvo a la oficina de Turismo porque desde que abrimos a finales de marzo, no para de llamar gente para venir".
Tal y como nos ha dicho, tras 5 minutos de senda se divisa la entrada. El personal que da la bienvenida hace la pregunta clave: "¿Sufres de vértigo?" Quién lo padece, ni siquiera se le ocurre llegar hasta aquí. Pero aquellos que duden sobre si tienen miedo o no a las alturas, pronto lo sabrán. El inicio es lo más vertiginoso del recorrido. Literalmente se entra en el barranco gracias a la fuerte pendiente descendente de unos peldaños huecos, pero seguros. Atención con esa primera impresión. A partir de ahí ya solo queda gozar de las vistas y las sensaciones.
Estamos en la margen izquierda del río Caldarés, cuyas aguas provienen de los lagos que hay más arriba, en los Baños de Panticosa. Por su nombre de origen latino podemos pensar que es un río de aguas calientes, o al menos templadas, pero lo cierto es que son gélidas. Y es que el río ya está en su tramo final, próximo a su desembocadura en el vecino embalse de Búbal, junto a la población de Pueyo de Jaca.
"Lo más impresionante es cruzar el puente colgante. Es la mejor vista". Nos lo dice uno de los guías repartidos por las pasarelas y que informan sobre los atractivos visibles del recorrido. Por ejemplo, gracias a ellos reconocemos en el cielo a buitres, milanos y alimoches o descubrimos el nombre de una curiosa planta que crece en las grietas de la roca formando una roseta verde. "La llamamos corona del rey y solo florece un verano en la vida, pero puede dar cientos de florecillas blancas".
Los guías ayudan a que los pasos sean fluidos. Entre eso, el control de aforo y varios apartaderos algo más anchos es posible ir con calma, haciendo fotos y hasta charlar con otros excursionistas. Nosotros coincidimos con Tomás y Antonio. Este último no dejaba de admirarse por la obra. "¿Cómo habrán hecho esto? ¡Vaya trabajo!".
Esa reflexión la tiene todo aquel que hace el recorrido. Es imposible no mirar hacia abajo y comprobar la seguridad del camino aéreo. Incluso se identifican los anclajes empleados para el montaje de la obra, una invitación a imaginarse cómo se construyó sobre el vacío. "Tuvieron que ser montañeros expertos", argumenta Antonio. Y su compañero Tomás añade que también serían obreros especializados. Y así fue, porque la obra la ejecutó la empresa aragonesa PRAMES, empeñada desde hace décadas en habilitar las rutas más singulares.
En la actualidad, este tipo de equipamientos es una tendencia. Caminos que llevan a territorios recónditos, para lo cual es necesario crear infraestructuras tan poderosas como difíciles de integrar en el paisaje. Pero en su favor hay que decir que ya no hace falta ser un avezado alpinista ni una cabra montesa para llegar a parajes tan atractivos como este. En definitiva que contemplando las vistas, las propias pasarelas y los múltiples encuadres que nos proporcionan, el recorrido pasa volando, nunca mejor dicho. Pronto llegamos a la salida del barranco, donde comienza la segunda parte del itinerario.
La ruta abandona la garganta del río y la senda nos lleva entre el boj y delicadas flores de primavera. De pronto una flecha indica una bifurcación. Por la derecha podemos dirigirnos hacia las calles de Panticosa y por la izquierda se asciende al mirador de O'Calvé. Tomamos esta segunda opción.
Tal y como nos previno Virginia, el calor aprieta. Pero es muy llevadero, y más por lo interesante del camino, ya que enseguida nos topamos con un par de búnkeres que formaron parte de la Línea P, la gran línea defensiva de los Pirineos construida en los años 40.
Daniel, otro excursionista que ha venido a pasar el día, nos cuenta que él ha visto nidos de ametralladoras semejantes por toda la cordillera. "Los hay desde el Mediterráneo hasta el Cantábrico. ¿Sabéis qué pasaba? Pues que Franco, cuando los aliados liberaron Francia quiso defender bien la frontera. Por si acaso". Y es cierto, ya que la Línea P se considera la mayor obra de fortificación construida en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Hay miles de búnkeres en estas montañas, aunque muchos de ellos se han perdido o su estado es lamentable; sin embargo, estos dos de Panticosa son visitables.
Al salir de los búnkeres seguimos subiendo y en unos minutos llegamos al mirador O’Calvé. "¡Wow, qué vistas!", dice Coral que, acompañada de sus padres, se ha sentado en uno de los bancos del mirador para disfrutar del paisaje. Y realmente, el lugar es un deleite. A un lado, hacia el norte, se encuentran los Baños de Panticosa y el nacimiento del río Caldarés que acabamos de recorrer. Y en dirección sur, queda el pueblo a nuestros pies y una panorámica con las cumbres nevadas de Sierra de Partacua, entre las que destaca Peña Telera con sus 2.762 metros.
El lugar es un regalo y todos los que subimos hasta aquí nos quedamos un buen rato contemplándolo. Pero hay que seguir. Y de nuevo tenemos dos opciones, la de bajar directamente hacia el casco urbano o deshacer lo andado hasta los búnkeres y reconocer el ramal que hemos desechado antes. Eso hacemos.
De esta manera regresamos a Panticosa en apenas 30 minutos. Primero, entre granjas y pastos por el camino llamado de As Paúles, y luego entrando a la población por el barranco Bachato que nos devuelve al parking donde iniciamos la ruta hace ya un buen rato. Teníamos previsto invertir más o menos una hora en el recorrido. Pero nos lo hemos tomado con tranquilidad para paladear la experiencia y casi hemos estado el doble. Aunque no tenemos sensación de haber perdido el tiempo.