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La bajada hasta el embarcadero de Santo Estevo del río Sil es en sí misma un espectáculo. La espesura compone una estampa vegetal que hace promesas sobre la belleza que se revelará más tarde. Se cumplen las expectativas: el paisaje no defrauda. Cuando en las curvas finales se despeja el horizonte, el río Sil aparece acunado entre las nubes y las montañas. En el embarcadero, poco antes del mediodía, un grupo copioso y políglota espera con ganas la subida al catamarán. Con una capacidad para 95 personas y dos pisos de altura, este día saldrá lleno.
Los pasajeros se van colocando en los asientos disponibles en cubierta; otros, en el interior. Pero un consejo: la proa es el mejor sitio para realizar la travesía de una hora y media. Para los frioleros, solo hace falta una chaquetita para burlar ese viento frío que sopla de vez en cuando a lo largo del recorrido. Mientras cada uno busca su lugar en la embarcación, las verdosas aguas del Sil ni pestañean, como si fueran una masa sólida y lisa anclada al lecho. Solo en algún punto la brisa se atreve a rizar la superficie sacándole brillos danzarines al agua.
Salimos del embarcadero, donde la profundidad del río en un día de cauce normal ronda los 100 metros. Este curso fluvial divide las provincias de Lugo y de Ourense, cuyas laderas al principio se yerguen en forma de rocas gigantes a veces tan simétricas que recuerdan las esfinges dormidas del Oráculo del Sur en La Historia Interminable, queriendo proteger el meandro más fotografiado de este río. Solo que al atravesarlas en barco, aquí nadie corre el peligro de despertarlas.
Los castaños, robles y abedules trepan las faldas entre arbustos típicos gallegos abriéndose paso entre las grietas que les dejan las partes más rocosas. En lo alto, y a lo largo de todo el recorrido, se observan las plataformas de los miradores más conocidos que permiten a los viajeros conocer el río Sil desde arriba. Aunque surcándolo es más fácil apreciar sus deslumbrantes dimensiones.
Al poco tiempo de iniciar la travesía, se vislumbra una de las grandes riquezas de esta región de Galicia: sus viñedos. En la ladera de la izquierda, la lucense, la viña conocida como Cividade, se encarama en bancales para dar cobijo a sus uvas. Es muy pequeña y tiene una producción de 700 botellas al año, lo que no le ha impedido hacerse con varios premios internacionales.
Es a los 45 minutos de paseo cuando el cañón se abre y se observan las viñas más accesibles. Los viñedos de la denominación de origen de la Ribeira Sacra se han adaptado a las difíciles condiciones del terreno y su cultivo exige que las labores agrarias sigan siendo manuales. Desde la cubierta es fácil observar a los viticultores trabajando en los bancales en época de vendimia. "Esas grandes piedras, ubicadas en medio del viñedo, tienen una función: acumular el calor durante el día para luego durante la noche soltarlo a las raíces de las cepas y así salvaguardarlas de fríos o heladas", explica Pilar Requejo, miembro de la tripulación y guía del catamarán.
Los romanos ya se enamoraron de esta comarca y resulta fácil entenderlo. En algunos tramos, cuando desaparecen los viñedos y la ladera permanece salvaje, las rocas parecen unidas como las piezas de un puzle, como si algún dios benevolente, quizás Júpiter, se hubiera dedicado a unirlas después de ser rotas en mil pedazos. El resultado de una partida de tetris bien jugada que empieza a ofrecer formas con las que dejar volar la imaginación: ¿un obispo? ¿un indio? ¿Bart Simpson? Pilar ayuda a los pasajeros del barco a soñar con las posibilidades de las formaciones rocosas que observan impasibles el lento baile del Sil. Y –¡atentos!– para no perderse los miradores conocidos como los Balcones de Madrid.
La guía explica que para realizar este crucero fluvial hay que venir de mediados de febrero hasta el puente de la Constitución. Lo que queda del mes de diciembre y enero son las vacaciones de la tripulación. Sin embargo, buenas noticias, el resto del año, "hay salidas garantizadas a las 12.00 y las 16.30 todos los días", subraya, más las que se van añadiendo según aforo en temporadas altas. Antes de abandonar el embarcadero de Santo Estevo, dirigiéndole una última mirada al Sil desde su orilla, es inevitable recordar la leyenda de Juno y alegrarse del mal carácter de la diosa.