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No vamos a poner en duda la talla poética de Joan Manuel. Pero es una pena que sus conocimientos en geografía no estuvieran a la misma altura cuando compuso su canción más popular. Porque, si somos rigurosos, la segunda estrofa de Mediterráneo debería haber sido algo así:
"... Yo, que en la piel tengo el sabor
Amargo del llanto eterno
Que han vertido en ti cien pueblos
Desde Tarifa a Estambul
Para que pintes de azul
Sus largas noches de invierno…"
De haberse escrito así, todo el mundo sabría que el Mediterráneo occidental empieza en Tarifa, en el punto frente a la isla de las Palomas donde se encuentra con el océano Atlántico.
Esta peculiaridad geográfica, la unión de dos mares, solo la comparten unos pocos lugares en todo el mundo y solo por esto ya merecería la pena bajar -en la península ir a Tarifa siempre implica bajar, porque es su punto más meridional- y observar la costa africana, a solo 14 km de distancia, en ocasiones con una nitidez asombrosa. Lo que hace a Tarifa tan apetecible es que allí podemos ver cómo se unen dos mares mientras disfrutamos de un ambiente, una gastronomía y diversión que no encontraremos en el estrecho de Bering o en el Canal de la Mancha...
El término municipal de Tarifa es conocido por sus playas amplísimas, abiertas, con esa luz increíble que da nombre a su costa. Pero curiosamente, la primera playa del Mediterráneo tarifeño no se puede decir que sea grande. De hecho, se la conoce como la playa shica por sus reducidas dimensiones. Una de sus peculiaridades es que el agua está siempre muy fría, lo que no impide que haya valientes locales que en cualquier época del año se atrevan a nadar desde la playa hasta la isla de las Palomas y regresar, ayudados por la relativa tranquilidad de las aguas.
La otra característica de esta playa es que es la favorita de muchos tarifeños, quienes obligados a estar más cerca unos de otros por las limitaciones de espacio, dan rienda suelta a su carácter abierto y aprovechan para socializarse con el vecino y disfrutar de ese humor -natural, innato, nada de pose- que tienen la mayoría de los gaditanos. Si un día estás en la Playa Chica y cerca de tu toalla se instala un grupo de señoras tarifeñas, hazte un favor; apaga el reproductor de música de tu móvil y disfruta ampliando tu vocabulario.
Y al otro lado del istmo, nos encontramos con la primera playa del Atlántico: Los Lances. Aunque goza de menos prestigio que Valdevaqueros y Bolonia, muchos, incluido un servidor, la preferimos.
Los Lances es la playa más vinculada al núcleo urbano de Tarifa, al que está unida por el paseo marítimo; es la playa a la que uno puede ir andando desde casa para aprovechar un ratito antes de volver a sus quehaceres, sin tener que preparar una excursión. Es el lugar al que bajas con la seguridad de que acabarás encontrándote con alguien conocido para compartir unas pipas Reyes y alguna Cruzcampo. Es donde bajan los chavales del Instituto Baelo Claudia a comerse el bocadillo del recreo (un instituto a pie de playa... ¿puede haber mayor tentación para hacer unas pellas?).
En las horas permitidas, también es uno de los lugares que preferirá tu perro para hacer la croqueta en la arena y jugar con otros perretes (en Tarifa hay muchos, muchísimos, y son aceptados cada vez en más establecimientos). Atravesando Los Lances se encuentra el camino de madera conocido como "ruta del colesterol", perfecto para pasear y atisbar algunas de las numerosas aves que anidan en la zona. Y también es la playa perfecta para, una vez tomado el sol, despedirse de él con una copa en alguno de sus chiringuitos ('Waikiki', 'Carbones', 'Mandala. Café del Mar', 'El Papagayo'...) mientras se disfruta el último pase de un espectáculo que, aunque lleva miles de años en cartel, sigue sorprendiendo cada día: el ocaso en el Estrecho.
Tras Los Lances, en un continuo dorado y azul, se suceden algunas de las playas más espectaculares de España desde el punto de vista paisajístico y muy especialmente para los amantes del surf en todas sus variantes (windsurf, kitesurf, paddle surf). Desde el río Jara hasta Bolonia, nos encontramos las playas de Valdevaqueros, Punta Paloma y Bolonia, con espacios como el 'Hotel Dos Mares' o el 'Arte Vida', en los que podremos reponer fuerzas tras el disfrute deportivo en un ambiente siempre festivo y relajado: Tarifa es muy chill out, en general.
Bolonia merece mención aparte, porque además de estar considerada una de las mejores playas de Europa, nos ofrece un paseo por la historia a través de las ruinas de Baelo Claudia, un pequeño enclave romano dedicado principalmente a la elaboración del garum, una salsa a base de pescado fermentado con hierbas que causaba fervor entre los romanos más foodies. Los foodies de ahora serán muy felices acudiendo a 'Las Rejas', 'Otero' o el 'Albero', restaurantes familiares con todo lo bueno que tiene esta costa: tortillitas de camarones, croquetas de choco, arroces y, por supuesto, los pescados más frescos.
Pero, por raro que nos parezca hoy, no siempre estas playas estuvieron tan concurridas; la costumbre de tomar baños de mar no estaba arraigada en la población en la época de nuestros abuelos. No se estilaba. La relación con el mar era más nutritiva que lúdica: al mar se salía a pescar. Tarifa no es exclusivamente un pueblo de pescadores, pero sí es una localidad en la que la pesca ha tenido y tiene una gran importancia. Hoy, esta actividad se manifiesta en dos vertientes.
Por un lado, existe una flota estable dedicada principalmente a la pesca del besugo de pinta o voraz. Esta especie única, amparada por su distinto de marca de calidad, tiene la buena costumbre de alimentarse casi exclusivamente de marisco, de ahí su increíble sabor. El otro gran protagonista en la lonja tarifeña es el atún rojo. En primavera se despliega la almadraba, este arte de pesca milenario en el que el atún es cazado, más que pescado, gracias a un complicado laberinto de redes.
La recompensa por todo este trabajo de los pescadores tarifeños es que el visitante, sobre todo si procede de tierra adentro, va a alucinar con la calidad del pescado de aquí. Es un placer para los ojos curiosos acudir al mercado y descubrir en puestos como los de la familia Mandunga la variedad y frescura que se nos ofrece: voraz y atún, sí. Pero también lenguado de roca, acedías, choco, la delicada brótola (dificilísima de encontrar lejos de la costa), gallo, 'aguja palá' (pez espada), jurel, sardina, caballa... Cada día podemos sorprendernos con algo nuevo y delicioso.
En la gran mayoría de locales tarifeños encontraremos un pescado excelente, con interpretaciones que van desde lo más vanguardista a la tradición de guiso y fritura, según el talante de cada establecimiento. Pero si hay que destacar un lugar donde el pescado nunca falla, que combina las recetas de toda la vida con nuevas formas de explorar la calidad del género, hablaremos de 'El Ancla'.
Lo que antaño fuera un taller de reparación de barcos es hoy, gracias al buen hacer de Manolo Blanco y familia, una cita obligada para encontrarse con las esencias del mar gaditano. Desde las impresionantes croquetas de choco al atún en todas sus advocaciones: tartar, plancha, macerado en aceite y vinagre... Si no te gusta el pescado en 'El Ancla', es que no te gusta el pescado. Por cierto, también es la sede tarifeña de la peña del Athletic de Bilbao: pescadores del norte y del sur hermanados.