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Es el Rocío Jurado de los lagos: el más grande. Y por doble partida: por su origen natural y por su formación glaciar. Zamora presume de tener el mayor sistema lacustre natural de origen glaciar de España y de toda la Península Ibérica: el Lago de Sanabria. Un espacio protegido desde 1978 bajo el paraguas de parque nacional que se perfila como una de las mejores opciones para refrescarse frente al calor de verano. ¿Hay algo mejor que darse un chapuzón en un inmenso lago derretido del hielo y la nieve? No lo creo.
Lejos de sombrillas balinesas, música a todo trapo, yates a gogó y gin-tonics para los más sibaritas, en el Lago de Sanabria encontrarás más bien sombrillas de flecos a lo rococó, una banda sonora de cigarras, pedalós y chiringuitos de piedra y pizarra. Aquí se lleva lo auténtico, lo campestre, lo de toda la vida. Es el destino low cost pionero del movimiento slow life antes siquiera de la invención de estos esnobismos para miles de lugareños y foráneos que vuelven una y otra vez a un lugar que, sencillamente, atrapa.
Los abrumadores datos dan una ligera idea de su majestuosidad. El lago abarca en torno a 350 hectáreas de superficie. Posee más de 3.000 metros de longitud máxima y el punto más profundo alcanza los 50 metros bajo el agua. Más de 1.500 especies vegetales abrazan su rico entorno botánico y 140 tipos de aves sobrevuelan este espectacular paisaje de belleza indomable tallado en la última glaciación Würm -hace entre 10.000 y 100.000 años- en un enclave privilegiado que linda con León, Galicia y Portugal. Un paraíso en el que reina la calma a lo largo y ancho de sus cinco principales zonas de baño.
“Aquí, en el Lago de Sanabria, lo tienes todo: agua, montaña…”, resume Asier antes de zambullirse al agua desde los cuatro metros de altura de Rocas Negras. Este bilbaíno de 22 años con raíces sanabresas veranea cada año en la comarca. Por sus venas corre sangre de la familia Seoane, uno de los apellidos más repetidos bajo la estatua en memoria de los 144 fallecidos en la tragedia de Ribadelago. Tiene la triste historia grabada a fuego y la relata de pe a pa. “En la madrugada del 9 de enero de 1959, la presa de Vega de Tera se rompió y ocho millones de metros cúbicos de agua embalsada arrasaron el pueblo destrozando y anegando todo lo que encontraron a su paso. Justo el 9 de enero mi abuela cumplía 18 años, pero logró salvarse, sobrevivió”, recuerda. Tan solo 28 cadáveres fueron recuperados y, desde entonces, los cuerpos del resto de víctimas reposan eternamente en el fondo del Lago.
Rocas Negras es la zona más cercana al pueblo de Ribadelago Nuevo -localidad adscrita al municipio de Galende-, construido tras la destrucción del pueblo por la catástrofe. Recibe su nombre por la escasez de arena y la profundidad de sus aguas. “Una vez que te tiras no ves nada, solo oscuridad”, explica Adrián, madrileño de 14 años también de ascendencia zamorana.
Ambos se tiran una y otra vez desde las rocas, donde se encuentra una rebautizada con nombre de videojuego de Nintendo. “Los más jóvenes la llamamos Mario Bros porque tienes que saltar mucho para no darte”, explican con una sonrisa. “El resto de los nombres son menos originales: rocas grandes, medianas y pequeñas en función de su tamaño”, señalan encogiéndose de hombros.
También conocida como playa chica o pequeña, se encuentra ubicada en el extremo oeste. Arena y piedra conforman la alfombra natural de esta playa a la que se accede cruzando la carretera desde el parking, regulado por Chelo y el resto de controladores de la ORA, uniformados con su traje amarillo flúor. “Ala, en toda la escalera ha aparcado ese”, se escucha.
Aquí y en Viquiella el aparcamiento es de pago de lunes a domingo entre las 09:00 y las 20:00 horas, a diferencia de las playas de Los Enanos y El Folgoso, donde el estacionamiento solo está regulado los fines de semana. Como consecuencia de la pandemia, el cierre del chiringuito ‘Casa César’ continúa bajado.
Eso sí, los aseos accesibles permanecen abiertos, igual que el merendero en medio del robledal, el servicio de alquiler de piraguas y patines a pedales (con o sin tobogán), y el embarcadero para subir a bordo del primer catamarán eólico y solar del mundo en el que conocer a fondo todo el ecosistema del Lago. Varios peñones jalonan la orilla de Custa Llago, donde la distancia social entre toalla y toalla no es ninguna novedad y donde se entremezclan los acentos sanabrés y portugués de los bañistas lusos.
También llamada playa grande o larga. Es la más amplia y completa del lago, de ahí que el cartel de Parking completo suela colgarse antes del mediodía. Cuenta con chiringuito, parque infantil, merendero y hasta su propio malecón. Además, destaca por su accesibilidad con rampas de madera y espacios reservados para las personas con discapacidad. Es el caso de Mercedes, de 86 años, quien disfruta de las privilegiadas vistas del lago sentada a la sombra junto a su andador. “El paisaje es maravilloso y las aguas son riquísimas para la salud”, expresa. Lleva viniendo al Lago de Sanabria desde el año en el que se produjo la fatídica tragedia junto a su marido, Miguel, de 89 años, pescador aficionado y amigo íntimo de Ángel Quintas, fotógrafo que retrató el horror y el dolor de la catástrofe.
Como indican desde la Casa del Parque, situada en la rotonda de Rabanillo, “los pescadores tienen en Sanabria un escenario ideal para la captura de la trucha de sus sueños”. Se han llegado a pescar ejemplares que superan los 80 centímetros de longitud y los 10 kilos de peso, aunque su captura es cada vez más compleja. “Antes las truchas se pescaban con una vara… ¡Ahora ni con jamón!”, exclama Miguel.
Mientras tanto, Gael juega en la arena de la orilla bajo la atenta mirada de sus padres zamoranos, quienes disfrutan de una escapada de tres días a este paraíso llamado Sanabria sentados en “primera línea” de playa. La pequeña Claudia posa para una foto que le hace su madre y, al lado, un padre juega a las palas con su hija tras acercarse desde Benavente a pasar el día. Es la hora de comer y el merendero de roca presenta una estampa como las de antes. Fiambreras, sillas plegables, hules y neveras portátiles de tonalidades chillonas pueblan las mesas de piedra y madera, alrededor de las cuales se sientan familias enteras para disfrutar de una rica tortilla o unos filetes empanados con vistas al lago.
“Na más que empieza el calor en Sevilla, nos subimos”, explica una mujer que huye de las asfixiantes temperaturas del horno hispalense. “Además, desde hace unos años está muy arreglaíto”, comenta valorando las mejoras realizadas. Su marido lleva 48 veranos viniendo a Sanabria ya que la familia es oriunda de aquí, en concreto de los pequeños pueblecitos de Rioconejos y de Donado, de apenas una veintena de vecinos cada uno, fiel reflejo de la España Vaciada. En la mesa de al lado la familia procede de Ceadea, localidad alistana donde también vive solo un puñado de habitantes.
Un manantial de salud y leyendas
Continuando en coche por la ZA-104, en torno a la cual es frecuente avistar ciervos en plena naturaleza, cabe destacar las ruinas del antiguo balneario de Bouzas, construido a finales del siglo XIX aprovechando las aguas sulfurosas que manaban de un recóndito manantial ahora abandonado. Aún hoy en día se pueden observar los restos de alguna bañera de piedra de un balneario donde, en 1930, se alojó Miguel de Unamuno para escribir una de sus obras cumbre, San Miguel Bueno, mártir.
El literato de la Generación del 98 se inspiró para la trama de su novela en una de las leyendas más populares de la tradición oral sanabresa que se remonta al siglo VIII. Los cantares de gesta franceses de aquella época narran la conquista por parte de Carlomagno de una misteriosa ciudad española: Valverde de Lucerna, una población sumergida bajo las aguas del lago cuyas campanas se escuchan tañer cada madrugada de la noche de San Juan. Una leyenda que envuelve aún más de misticismo un lugar de por sí ya mágico.
Cruzando un pequeño puente sobre el río Tera nos adentramos en los arenales de Vigo, zona donde nos encontramos dos playas principales: Los Enanos -con gran zona de aparcamiento, aseos y chiringuito- y El Folgoso. Con la red de mariposas en mano, los más pequeños surcan este mar de agua dulce en busca de los peces que nadan entre los bañistas y que se pueden observar desde la superficie gracias a la pureza de sus aguas.
Como precisan Claudia y Cristina, monitoras de la Casa del Parque, “truchas, gobios, bogas, escallos y bermejuelas son las cinco especies, todas ellas autóctonas, ninguna invasora, que podemos encontrar en el Lago de Sanabria”. En todas las zonas de baño es aconsejable el uso de cangrejeras, escarpines o cualquier tipo de chanclas para sortear las piedras de la orilla, aunque son prescindibles para las plantas de los pies con más callo.
De menor tamaño que Los Enanos, la playa del Folgoso recibe el nombre del camping situado a apenas 100 metros de su entrada, donde también se ubican los baños, el parking, un merendero y un chiringuito con vistas un poco más allá. Quizá sea la playa orientada hacia los más deportistas a tenor del servicio de alquiler de patines a pedales y canoas gestionado por Esteban. Cómodas embarcaciones en las que remar o dejarse llevar por la corriente y descubrir más secretos del lago, como las playas de Dos Bahías o Sirenas.
Barcas hinchables, flotadores y tablas de paddle surf también navegan sobre este inmenso oasis bañado por bosques de ribera y alisos, los cuales ahora están más cerca que nunca gracias a la llegada del AVE a la comarca tras la reciente entrada en servicio de la estación de Otero de Sanabria. Solo 110 minutos separan a Madrid del paraíso y apenas media hora desde Zamora capital.
Un aliciente más para poder escaparse al corazón de este parque natural donde reequilibrar cuerpo y mente. Sobra decir que Sanabria también es tierra de lobos, con una Navidad de dulce y unas mascaradas ancestrales tan vivas como su color. Es gastronomía, es historia, es leyenda y es magia. Es pizarra y aroma a leña cuando el termómetro baja. Es casa. Sanabria es, en definitiva, mucho más que un lago. Pero, qué lago.