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Estamos en la Comarca del Matarraña, apodada desde hace unos años como la Toscana aragonesa por sus suaves colinas, viñedos y bodegas, rebaños de ovejas, olivos milenarios, casas de labranza, olor a hierba y comida casera, que nos recuerdan a la región italiana. Dieciocho pueblos que aparecen ocres, terrosos, vertebrados por un río, el Matarraña, y sus afluentes, que da nombre a la comarca. Sus aguas cristalinas los convierten en un reclamo para unas vacaciones en familia o entre amigos con un objetivo común: disfrutar del placer de bañarse en plena naturaleza.
El cambio merece la pena: las chanclas por los escarpines; las prisas por la tranquilidad absoluta, y el gentío de la costa por un puñado de veraneantes y vecinos. Dado que su acceso desde las grandes ciudades no es un paseo, no suele ser un destino de vacaciones de muchos urbanitas, que prefieren enclaves más cercanos. Dos horas y media separan este lugar de Barcelona por la AP-7 y la N-420, el mismo tiempo que se emplea desde Valencia, mientras que, desde Zaragoza, se requiere una hora y 40 minutos para llegar por la N-232. Pero una vez allí se acabaron las prisas, los atascos y las colas.
Si vamos en busca de las mejores zonas de baño, debemos perdernos por sus caminos y carreteras secundarias. La TVE-V-3004 nos lleva al primer río de nuestra ruta: el Tastavins, cuyo nombre en castellano -catador de vinos- nos da una pista de la economía de la zona. Su caudal varía bruscamente por los torrentes que desbordan el cauce en época de lluvias. Discurre entre varios municipios de la comarca, pero, puestos a elegir, es en las proximidades de La Portellada donde despliega su mayor poderío.
Los 260 vecinos de este municipio han apostado por la bucólica vida de campo, creando su aceite, su jamón, su vino e incluso su propio cava. En sus calles juegan en libertad los 23 niños y niñas que mantienen abierta la escuela rural, desde la que iniciamos la ruta con varios de ellos y sus familias. Bañador puesto y mochila al hombro, subimos a los coches en dirección a El Salt, un espectacular salto de 20 metros en medio de un paraje de estrechamientos y tormos erosionados con capricho.
Para llegar hasta allí debemos tomar la carretera que conduce a Valderrobres y, en un par de kilómetros, cogemos un desvío señalizado que nos lleva, tras una ligera pendiente, hasta la misma orilla del río. Allí serpentea, en apariencia tranquilo, hacia el lugar desde donde se precipita al vacío. A simple vista no encontramos ninguna zona de baño. La sorpresa está escondida, ahí abajo. Con mucho cuidado y siempre acompañados de un adulto, es posible detenerse al borde de la cascada, donde veremos la poza y nos sentiremos como Simba, dominando el valle desde lo alto de la roca. Desde allí también se divisan las ruinas de un antiguo molino de harina, del que sólo quedan las paredes.
Los niños se lanzan a saltar de piedra en piedra sin mojarse los pies, mostrando una gran habilidad, al estilo de Mowgli en El libro de la selva. Se nota que conocen bien el río. Y es que, para disfrutar de la zona de baño, es necesario cruzar al otro lado de la orilla y descender por una senda. Una vez en la parte baja del cauce, descubrimos ante nosotros el paraíso en forma de un anfiteatro natural presidido por la cascada, que al caer con el paso de los años ha ido dibujando un hoyo de hasta ocho metros de profundidad. De ahí que hay quien se atreve a hacer el salto del ángel desde lo alto, pero conviene hacer una llamada a la prudencia.
El Salt recuerda a El Lago Azul por la tonalidad de sus aguas. El toque verde intenso se lo dan las muchas especies de algas que viven en el fondo, únicas entre los ríos de la vertiente mediterránea. Un privilegio el poder bañarse bajo la cascada e incluso atravesarla por detrás como Indiana Jones. Y como toda película, se necesita, además de un buen decorado, una banda sonora. El atronador y a la vez relajante sonido del agua al caer rompe el silencio y la tranquilidad del paraje. Los chapuzones y el eco de sus gritos de guerra, que nos devuelve la pared de roca en cada salto también nos acompañan durante el baño.
Podemos acceder al agua fácilmente a través de una playa de piedras, eso sí, con un buen calzado. La otra opción es la que más les gusta a los más pequeños: subirse a las rocas y lanzarse a la poza para sentirse vivos y descargar adrenalina. Aunque no tiene oficina de turismo, el Ayuntamiento de La Portellada contrata a una persona que se encarga de hacer de guía turístico durante la temporada estival. También podemos preguntar por Víctor Vidal, guía de la naturaleza que lleva años realizando actividades de animación y cuidado del medio ambiente, tanto en el Pirineo como en el Matarraña, que conoce el ecosistema de la zona como la palma de su mano.
Para reponer fuerzas, podemos llevarnos unos bocatas impresionantes con pan de pueblo que prepara Susana en el único bar de La Portellada, próximo a la plaza, u optar por un menú casero en su terraza, carne a la brasa incluida, con vistas al pueblo si lo que queremos es descansar tras el chapuzón. Allí también nos pueden indicar otros rincones y pozas donde a buen seguro estaremos solos, como los que encontramos en el mismo río entre las poblaciones de Ráfales y Fuentespalda y a las que se accede por caminos rurales que sólo los habitantes de la zona conocen.
Cambiamos de río y de municipio. Desde Valderrobres, capital de la comarca, tomamos el desvío hacia Beceite por la carretera A-2412, otra de esas rutas secundarias llenas de curvas, túneles naturales y una vegetación frondosa donde conviene ir despacio, ya que podemos cruzarnos con alguna cabra montesa.
Una vez en Beceite, el abanico de zonas de baño se divide entre dos ríos: el Ulldemó y el Matarraña. Si sólo queremos refrescarnos, mejor este último, ya que no necesitamos coger el coche. Podemos acceder a sus pozas dando un paseo. Aunque está prohibido el baño en la zona alta de El Parrisal, sí se permite en su parte baja y más cercana al pueblo, donde se encuentran dos parajes privilegiados para los bañistas.
El primero, la Font de la Rabosa. El río está encajado en medio del pueblo y se accede por una de sus estrechas calles, en las que encontraremos indicaciones. Seguimos a un grupo de jóvenes que, toalla en mano, se dirigen allí a refrescarse. El agua y el paso del tiempo han ganado la batalla a la roca caliza y ha ido formando varias pozas de poca profundidad, ideales para los más pequeños.
Cerca de allí, camino del Parrisal, pero sin llegar a él, nos encontramos con las piscinas naturales de l’Assut, de entrada libre y gratuita, con escaleras y duchas como en una piscina de verdad. Conviene estar mentalizado para el baño, ya que la temperatura de sus aguas es baja, más propia de los ríos pirenaicos. A cambio, los bañistas salen con una sensación de activación, listos para proseguir el día con energía. La instalación dispone de un chiringuito para tomarse un refrigerio, lo cual siempre es un aliciente.
A tan sólo cinco minutos tenemos otra opción para hidratarnos: el ‘Camping de Beceite’, donde se respira una tranquilidad absoluta. Allí podemos alojarnos o saciar el apetito con las pizzas y pasta que prepara Chicho, un italiano afincado en Beceite con su mujer, Kenia. Ambos regentan este establecimiento familiar que cuenta con 300 plazas y está ubicado en lo alto de una terraza natural, un escenario privilegiado desde el que disfrutar de las mejores vistas panorámicas del pueblo medieval. Desde allí también se alcanza a ver los picos más emblemáticos de la zona como la Caixa, el Perigañol y Peñagalera, lo que le convierte en un campo base ideal para los senderistas que quieran perderse por los Puertos de Beceite.
Desde Beceite parte la última ruta fluvial que os proponemos en este reportaje y la más turística, por ser también la más espectacular: Las Pesqueras. Un conjunto de 15 pozas, diseminadas en una reserva natural protegida de unos siete kilómetros, un vergel de exuberante vegetación en el que el río Ulldemó serpentea, dejando a su paso pequeños saltos de agua, pozas, remansos y playas fluviales.
Las pozas están encajadas en un paisaje espectacular, bajo la atenta mirada del macizo de Peña Galera. Recibe este curioso nombre por su parecido con un barco. En su relieve, de fisonomía muy variable, se levantan sus verticales murallas de roca negra, que proyectan el calor sobre el valle. Esta característica de su roca, junto a los meandros que dibuja el cauce, hacen que la temperatura del agua sea hasta cinco grados superior a la del Matarraña o el Tastavins.
Nos acompaña en su furgoneta Alberto Moragrega, uno de esos emprendedores de la zona que ha apostado por dar vida a su territorio. Es propietario de Senda, una empresa que organiza rutas a pie y en bicicleta por la comarca, o en canoa en el cercano embalse de Pena. Con él recorremos la pista forestal abierta al tráfico que discurre en paralelo al río. Durante los meses de verano, para proteger esta reserva natural, el Ayuntamiento de Beceite controla el acceso a esta pista de coches y motos, que deben pagar una tasa por entrar, ya que está prohibido dejar el coche fuera de los aparcamientos señalizados. En su página web se puede reservar la entrada con antelación hasta completar el aforo, de unos 70 u 80 vehículos.
La opción que nos recomienda Alberto es hacer la ruta a pie. Desde Beceite hasta la primera poza, o toll, como le llaman en la zona -el Toll de L’Olla-, tenemos tres kilómetros y medio por una senda con poco desnivel, lo que convierte el recorrido en una alternativa asequible para hacerlo con niños. Si tenemos más sed de aventura, podemos ascender el río hasta su nacimiento, diez kilómetros de ida y vuelta en los que podemos hacer una parada en alguna de sus pozas. Las siete primeras son las más demandadas, ya que cuentan con zonas de baño más profundas. A partir de este punto son algo más modestas, pero cada una tiene su encanto, jacuzzis naturales incluidos, en los que la temperatura del agua hará que nos sintamos en un auténtico spa. Por el camino nos acompañará el boj, el enebro, la cornicabra y la matisa. También encontraremos balmas, cuevas naturales que los pastores aprovechaban para guardar a su rebaño. De fondo, escucharemos el canturreo de los mirlos en todo momento.
Para aquellos que sienten la llamada de la montaña, un reto es ascender al macizo de Peñagalera para disfrutar de las mejores vistas del valle. Un recorrido circular de 19,5 kilómetros y un desnivel de 970 metros que cuesta en torno a seis horas y media. La senda arranca tras cruzar el Toll de Pablet, la poza número 6. A partir de ahí se asciende por la Solana de Estes, dejando a la derecha el Racó de les Olles y el Racó de San Antoni y se desciende por la otra vertiente del macizo hasta volver al río Ulldemó, que de nuevo se cruza hasta alcanzar el camino asfaltado.
El Matarraña ofrece mucho más que sus ríos y pozas. Para los amantes del riesgo, en la localidad de Fuentespalda se encuentra la tirolina más larga de España. Dos kilómetros de recorrido y doscientos metros de desnivel que hacen soltar adrenalina volando por encima de pinares y rocas prehistóricas.
Sin salir de la localidad podemos acercarnos a su ‘Bioescuela’, una explotación agrícola alternativa donde Inés y Javier muestran a los visitantes cómo es posible vivir de forma autosuficiente creando sus propios alimentos y abonos. Esta pareja dejó sus trabajos y su ciudad, Ávila, hace siete años para dedicarse por completo a la explotación de la naturaleza de forma totalmente sostenible.
Y si lo que nos gustan son los dinosaurios, en Peñarroya de Tastavins se puede visitar Inhospitak, una subsede de Territorio Dinópolis donde se guardan los huesos originales de Tastavinsaurus, que vivió hace más de 100 millones de años y que fue encontrado en esta localidad, así como su réplica a tamaño real de 17 metros de longitud, única de un dinosaurio español. Además, audiovisuales y una reproducción de un yacimiento, mostrarán a los más pequeños cómo se excava un dinosaurio.
En el Matarraña hay muchas opciones para alojarse y disfrutar de la gastronomía de la zona, con ofertas variadas para todos los bolsillos. Aquí no hay ninguna cadena hotelera, sino hoteles pequeños y alojamientos rurales con menos de 20 habitaciones con un trato muy personal.
En Ráfales, por ejemplo, encontramos ‘Casa Juano’, una casona solariega de principios del siglo XVIII restaurada, regentada por Javier, cuya terraza tiene las mejores vistas a la montaña y donde se respira una tranquilidad absoluta. Para comer, dentro de la misma población, una buena elección es ‘La Alquería’, uno de los soletes de verano. Ubicado en los soportales de la Plaza Mayor, ofrece una cocina tradicional actualizada de nivel que enamora la vista y el paladar.
En Beceite podemos alojarnos en ‘La Fábrica de Solfa’, un pequeño hotel familiar con encanto y cálidas habitaciones adaptadas para personas con movilidad reducida y con estancias que dan al mismo río Matarraña. Además, el establecimiento cuenta con un restaurante de buena cocina, que sabe sacar provecho al producto de la zona. Otra opción en Beceite es ‘La Font del Pas’, alojamiento con un gran jardín y piscina ideal para familias, que también dispone de un restaurante con terraza, donde degustar un tartar de trucha, un buen ternasco de la zona o un gazpacho de cerezas de postre.
Las alternativas más lujosas son la ‘Torre del Marqués’ y la ‘Torre del Visco’, ambos ocultos en grandes fincas por donde pasear visitando sus zonas de olivos y viñedos, perfectas para quienes para quienes buscan privacidad y relax. Para más información, es recomendable llamar o informarse en la Oficina de Turismo del Matarraña (Tel. 978 89 08 86), ubicada en la capital de la comarca, Valderrobres.