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La personalidad medieval que destila Trujillo no viene dada solo por el impresionante castillo -datado en época califal, aunque adaptado en numerosas ocasiones tras la conquista cristiana- que domina la estampa, sino por un casco histórico caracterizado por los numerosos palacios y callejuelas que se sitúan alrededor de su Plaza Mayor, relatando una historia vinculada a las grandes casas nobiliarias y las riquezas de traídas por conquistadores como Pizarro tras el descubrimiento de América.
Además, gracias a la reconversión del monasterio de las clarisas del siglo XVI en el Parador de la localidad, quienes decidan pasar más de un día en Trujillo podrán descansar en uno de los espacios con mayor valor arquitectónico al tiempo que disfrutan de todas las comodidades propias del alojamientos contemporáneos.
Los tiempos de dominación árabe también quedan patentes en el icónico aljibe del siglo X, cuyas tres bóvedas interiores atraen a decenas de turistas. Sin embargo, otra civilización ya dejó su impronta hídrica en la ciudad y ha seguido en uso hasta el siglo pasado. Se trata de la Alberca, unos antiguos baños públicos romanos que, si bien ya no refrescan a los vecinos, mantienen ese aura mística del Imperio.
El puente romano del siglo II da la bienvenida a todo aquel llega a Alcántara, uno de los pueblos de Cáceres con más historia. Los ingenieros del Imperio proyectaron una de sus obras más sofisticadas para salvar el Tajo en este punto de Extremadura, dando lugar a un paso de 194 metros de longitud, 8 de ancho y 71 metros de altura que a día de hoy sigue soportando el tráfico rodado sin inmutarse.
Esta tierra ha visto pasar a los romanos, visigodos y musulmanes a lo largo de los siglos, aunque fue la Orden Militar de Alcántara la que dio más gloria a la localidad tras la conquista de la comarca. Además de la presencia recuerrente de la icónica flor que identifica a la comunidad de freires, el Conventual de San Benito, sede la orden construida en el siglo XVI, es el mejor ejemplo de la trascendencia que tuvo. Hoy en día, además de albergar una de las visitas obligadas, organiza cada mes de agosto el Festival de Teatro Clásico de Alcántara, todo un orgullo para los alcantareños que se congratulan de ser uno de los vectores culturales de la zona.
La gastronomía autóctona es otro de los baluartes del municipio, siendo recogida ya en el Libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita. Su célebre forma de cocinar la perdiz o el faisán al modo de Alcántara o la mormentera, su dulce popular, son algunas de sus delicias más reconocidas.
Una indestructibilidad heroica envuelve el aura de Granadilla. Los continuos vaivenes y conflictos propios de los tiempos de disputa de estas tierras entre cristianos y musulmanes, con murallas y un castillo que reflejan este pasado bélico, encontraron su particular eco, esta vez a causa de la dictadura, cuando se llevó a cabo el desalojo forzoso de la localidad para la construcción de un embalse en este tramo del Alagón. El pueblo se vació, pero las aguas no llegaron a tocar sus calles, con lo que quedó a merced de las inclemencias y la vegetación.
Sin embargo, gracias a la declaración como Conjunto Histórico Artístico y su inscripción en el Programa de Reconstrucción de Pueblos Abandonados, Granadilla evitó el que parecía su triste destino. A través de la iniciativa Visitar Granadilla Cáceres se puede descubrir la localidad con la misma personalidad que tenía hace décadas, recorriendo sus calles empedradas y sus coloridas casas, comprendiendo cómo se desarrollaba la vida en esta tierra. Además, si el tiempo acompaña, siempre vienen bien dejar unas horas libres para embriagarse por su entorno natural y hacer un pícnic a la orilla del embalse.
Sin duda, Plasencia es uno de esos lugares imprescindibles de la provincia. Sus hitos históricos se remontan a los tiempos del enfrentamiento entre Juana la Beltraneja e Isabel la Católica por el reino de Castilla, con legados más recientes que aún se mantienen como atractivos como el Palacio de Mirabel, propiedad de la familia Falcó y visitable con cita previa, frente a la iglesia de San Nicolás -siglo XIII-. El conjunto arquitectónico también acoge otro de los edificios históricos mejor conservados de la localidad como es el Convento de San Vicente Ferrer, construido en el siglo XV, y que actualmente se ha convertido en uno de los alojamientos más solicitados tras su reconversión en Parador.
La riqueza arquitectónica de la ciudad merece una visita en sí misma, destacando sus dos catedrales solapadas -una datada en el siglo XIII y otra en el XV-, que atrajo a grandes maestros de la época, y una gran cantidad de casas señoriales que, con los años, están resurgiendo como sede de otras actividades y salvándose del abandono.
Su cercanía al Valle del Jerte es otro de los grandes polos de atracción turísticos, pudiendo disfrutar de un entorno natural de ensueño, como es el Parque Nacional de Monfragüe, y productos exquisitos como sus cerezas. Si se tiene la oportunidad, es recomendable dar un paseo por el mercadillo que se organiza todos los martes en la Plaza Mayor -desde hace más de 800 años-, donde se pueden adquirir las cerezas en temporada y otras delicatessen de la zona.
Los apasionados de la historia del Imperio romano tienen en Bohonal de Ibor un destino ineludible. A pesar de que originalmente los restos que se pueden observar de las Ruinas Romanas de Augustóbriga estaban en Talavera la Vieja, pueblo inundado por la construcción de un embalse, sus “mármoles” -como se conocen a lo que queda del templo a pesar de estar hechos en granito- fueron trasladados piedra a piedra hasta su ubicación habitual. Una excusa ideal para acercarse a la localidad y disfrutar de este rincón de Los Ibores. Ya en el pueblo, conviene acercarse hasta la iglesia de San Bartolomé y observar el edificio construido entre los siglos XV y XVI antes de darse un homenaje gastronómico a base de se tradicional cabrito frito y pestiños.
De entre todos los valles que se suceden dentro de los límites de la provincia de Cáceres, los que se encuentran en la comarca de las Villuercas albergan el tesoro más internacional de Extremadura. Se trata del Real Monasterio de Guadalupe, objeto de peregrinación durante siglos que sigue atrayendo el fervor de los creyentes y, de paso, de un buen número de senderistas que se dejan encandilar por el entorno. Este complejo aúna convento, iglesia y castillo y cuya trascendencia viene dada por resguardar la talla de la mítica virgen de Guadalupe, patrona de Extremadura y reina de la Hispanidad. Un conjunto arquitectónico de raíz mudéjar y elementos góticos, renacentistas y barrocos, que es el principal reclamo de la localidad.
Sin embargo, Guadalupe tiene encantos que complementan al monasterio en sus callejuelas y casas tradicionales de su casco histórico, que muestran que en esta zona la esencia rural se sigue manteniendo, y una buena colección de bares y restaurantes en los probar su recetas tradicionales. Además, la abundancia de ríos y arroyos regalan diferentes rutas en la que conocer este enclave ajeno a la llanura extremeña, donde aves como buitre negro, el águila real o el halcón peregrino han encontrado su hábitat predilecto.
Llegar hasta Hervás, al norte de la provincia y casi lindando con Salamanca, se convierte en un deleite para los sentidos desde la carretera, por ello se recomienda hacerlo por el Puerto de Honduras, donde si el tiempo acompaña se pueden observar las cumbres nevadas de la sierra. Una vez en la localidad, su gratamente conservada judería invita a un paseo por la Historia. Las casas tradicionales de esta zona, construidas con adobe, maderas de los castaños de la zona y encaladas, regalan una de las perspectivas más auténticas de esta parte del rural cacereño, por ello Hervás se convierte en uno de los pueblos con encanto de Cáceres.
Aunque hay dos edificios que, sin duda, acaparan todas las miradas: a iglesia de Santa María de las Aguas Vivas, cuya muralla data del siglo XIII, y la de a de San Juan Bautista, cuya visita es prácticamente obligada. Además, desde aquí parten varias rutas aptas para todos los senderistas por el Valle de Ambroz, un entorno natural cuya belleza se ve potenciada durante el otoño e invierno y que invita a disfrutar de las clásicas carnes a la brasa famosas en la localidad.
Pasear por sus estrechas callejuelas retrotrae al visitante décadas atrás. La arquitectura tradicional de Rebollar, con construcciones en las que predominan los materiales habituales de esta zona del Valle del Jerte como la madera y los muros de adobe, se ha convertido en la mejor manera de trasladar la identidad del pueblo, con sus características Casas del Canchal, construidas sobre moles de granito y apoyadas en columnas, simulando el efecto de las casas colgadas.
El turismo de naturaleza es otro de los grandes reclamos de la localidad, ya que la profusión de ríos y cascadas propias del valle brindan una buena colección de espacios de refresco para el verano y de tranquilas sendas durante todo el año. La más popular es la conocida como ruta a la garganta de la Puria, aunque otros senderos la zona cuentan con el mismo magnetismo. Una buena excusa para hacer ejercicio antes de degustar sus famosas calderetas o platos de migas, que a buen seguro darán la energía necesaria si se quiere volver a adentrarse en el monte.
La tierra que en su día se hizo famosa a nivel mundial debido al rodaje del documental de Luis Buñuel Las Hurdes, tierra sin pan hoy poco tiene que ver con esa imagen de miseria. El extremo norte de Cáceres atrae las miradas en la actualidad gracias a su belleza natural, protagonizada por un buen número de ríos y una espesa vegetación, y la dignificación de su arquitectura típica, que regala una de las fotografías más hermosas de la provincia. Riomalo de Abajo es uno de los mejores pueblos para contemplar estas edificaciones de mampostería seca y tejados de pizarra, con callejuelas estrechas por las que perderse y observar cómo se va coloreando el paisaje urbano con diferentes tonos con el paso del día.
En las afueras, donde los caminos se adentran entre el brezo, los enebros, acebos y madroñeras silvestres y los campos de olivos y cerezos, la fotografía que buscan todos los turistas que se acercan a este rincón extremeño, donde la masificación no resulta un problema, es la del meandro del Melero. Se trata de un increíble giro del río Alagón que genera una isleta digna de cualquier guía de viajes y que, sin duda, deja poso en la memoria. Tras el paseo por las sendas que circundan la localidad, nada mejor que sentarse a la mesa en alguna casa de comidas y pedir un plato de caldereta de cabrito, migas o patatas meneás, el mejor y más autóctono de los reconstituyentes.
Una de las comarcas que más proyección han dado a Extremadura es la de La Vera gracias a su icónico pimentón y, transmitiendo ese mismo espíritu de tradición rural que desprende la rojiza especia, Villanueva de la Vera resulta uno de los mejores lugares para descubrir su identidad. La forma de vida de esta localidad no ha cambiado mucho con el paso de las décadas. Los vecinos siguen acudiendo a las mismas tiendas de siempre, donde se les conoce por el nombre y los apellidos de sus familias, y las calles mantienen la arquitectura verata que siempre ha caracterizado sus imágenes.
Al Medievo se remonta el Peropalo de los Carnavales, donde se recuerda el ajusticiamiento que se ejerció sobre un bandido o un recaudador de impuestos -no está claro el origen de la leyenda- y que a día de hoy se emula con la representación de un gran muñeco. Seguramente en la época en la que estos hechos acontecieron, los vecinos de Villanueva también tenían por costumbre acercarse de cuando en cuando a la Cascada del Diablo, una catarata encajada en las montañas que rodean el perímetro de la localidad y que es uno de los grandes atractivos naturales del pueblo, más aún a mediados de primavera, cuando las aguas corren con más fuerza.
La serpenteante carretera que conduce hasta Cabañas del Castillo -nombre del municipio que agrupa a los otros tres núcleos que lo componen: Solana de Cabañas, Retamosa de Cabañas y Rotura de Cabañas- se ve amenizada en cada curva por la perspectiva que las sierras de Las Villuercas. A pesar de que el trayecto exige circular a velocidades moderadas, merece la pena llegar hasta este punto por personalidad única.
El castillo de origen árabe domina la estampa sobre las rocas, aunque uno llega a preguntarse qué estructura supuso una mayor defensa contra los enemigos, si la natural que conforman las montañas o la propia fortaleza. Caminar al atardecer entre sus calles es una de las formas más recomendables para conocer el pueblo, dejándose embriagar por los tonos que pintan las casas.
El auge turístico que ha experimentado la Sierra de Gata hace que compita con otros destinos clásicos de la provincia como La Vera o Las Hurdes. Muchos de estos turistas acuden a este rincón limítrofe con Portugal atraídos por la gran cantidad de piscinas naturales que alivian los calores del verano extremeño, sin embargo, sus atractivos no se limitan a las frescas aguas que pueblan esta zona.
En Robledillo de Gata podemos encontrar uno de los conjuntos históricos mejor conservados para observar cómo se ha desarrollado la arquitectura en esta zona, donde habitualmente convivía el ganado con los dueños en la misma casa, dedicando la parte inferior a las bestias y las superiores como estancias del hogar. Estas construcciones combinan madera con muros de adobe o mampostería de pizarra, que también se emplea para techar las viviendas, y suelen contar con bonitos balcones. Una visita, sin duda, encantadora que descubre una de las zonas menos conocidas de España.