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Medina del Campo: Castillo de La Mota (apertura)

Ruta por Medina del Campo (Valladolid)

La ciudad en la que quiso morir la reina de todas las reinas

Actualizado: 08/05/2019

Nació en la cercana Madrigal de las Altas Torres y su hija Juana fue confinada de por vida en una casona-palacio en Tordesillas. Pero Isabel la Católica, la monarca que más ha marcado el devenir de la historia de España, dejó su mayor legado en Medina del Campo (Valladolid). Aún se conserva el Castillo de La Mota, una fortificación de ladrillo que imitaron en toda Europa, la enorme Plaza Mayor donde se celebraban importantísimas ferias mercantiles y financieras en los siglos XV y XVI, y un Palacio, que el paso del tiempo ha ido menguando, donde dictó su testamento y murió la reina de todas las reinas.
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Todavía son frías las primeras horas de la mañana en la meseta castellana, aunque la primavera ya arrancó hace semanas con la llegada de las cigüeñas y las grullas haciendo las maletas. Por eso no sobran los abrigos encapuchados y los pañuelos que protegen el cuello entre la parroquia de medinenses que salen a caminar a estas horas por el paseo que conduce al Palacio de las Salinas, una de las rutas del colesterol más concurridas de Medina del Campo (Valladolid).

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Junto a la carretera que va a Bobadilla del Campo, en un camino asfaltado entre pinares salpicados de tomillos, retamas y altramuces, se cruzan jóvenes runners con pequeños grupos de señoras que andan a paso acelerado mientras se comentan las novedades del día. Por la tarde, cambiarán de recorrido y saldrán a entrenar o estirar las piernas por la reformada calzada de la avenida V Centenario, que discurre paralela al cauce seco del Zapardiel y desde la que se observa, a lo lejos, la elevada silueta del Castillo de La Mota, el edificio más emblemático de la ciudad.

Castillo de La Mota, vanguardia del siglo XV

"El otro día un escolar me preguntó que a quién se le ocurre hacer un castillo de ladrillo", recuerda, entre sonrisas, el guía David García. Es cierto que hay pocas edificaciones defensivas cuyos muros se construyeran con este material, pero tiene su lógica esta decisión arquitectónica de los Reyes Católicos, "ya que el barro cocido y la tierra, al ser más blandos que la piedra, absorben mejor los impactos de los cañones y los amortiguan, evitando grietas y derrumbes", fue la respuesta de este responsable de 'Aster Magonia' al crío.

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La construcción la inició Juan II de Castilla y Enrique IV, padre y hermano mayor, respectivamente, de Isabel. Pero fue Fernando el Católico el que ordenó levantar la segunda muralla, con cinco líneas de tiro, y el foso seco de 12 metros de profundidad, "convirtiendo, gracias a los avances técnicos del Renacimiento, un sencillo castillo medieval en uno de los Parques de Artillería más importantes y copiados del siglo XV en Europa", explica García.

La historia ha dejado testimonio, en más de una ocasión, de que de esta fortaleza era más fácil escaparse que penetrar, como demostraron ilustres reos del estilo de César Borgia, archienemigo de Fernando, que logró descolgarse con una soga de su celda, o Hernando Pizarro, que se casó entre estos muros con su propia sobrina. Aquí también estuvo cautiva Juana la Loca, justo antes de su eterno encierro en la cercana Tordesillas. "Estar preso aquí era como estar en un hotel cinco estrellas; había que tener mucho dinero, pues era el encarcelado quien mantenía de su bolsillo a todo el personal del castillo".

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El edificio estuvo en uso hasta el siglo XVII y durante 300 años se abandonó a su suerte, hasta su reconstrucción en los años cuarenta del pasado siglo, siendo hoy sede de cursos de formación que imparte la Junta de Castilla y León. Desde lo alto de la Torre del Homenaje (157 escalones con los que fortalecer gemelos y glúteo) se tienen unas vistas panorámicas de la infinita llanura castellana, con sus extensos cultivos de cereales y viñedos de verdejo y souvignon. También el convento de Santa Clara, donde elaboran las monjas de clausura sus famosos amarguillos y mantecados de Viena, y el trazado de calles y edificios de Medina.

Una plaza Mayor para las grandes ferias

Quedan lejos aquellos años en los que la plaza Mayor se convertía en una torre de babel comercial y financiera, donde todo se compraba y vendía. Aún se conservan, como recuerdo de aquella edad dorada, las placas donde se situaban los distintos mercaderes durante la época de los Reyes Católicos: armeros, buhoneros, barberos, joyeros, especieros... "Hay que tener en cuenta que estamos ante una de las plazas Mayores más grandes de España (14.000 metros cuadrados), junto a las de Madrid, Salamanca o Valladolid. Durante los siglos XV y XVI, fue epicentro de las ferias internacionales más importantes de Europa, que atraían a miles de comerciantes de paños, lienzos, sedas, encajes, libros impresos, obras de arte procedentes de los Países Bajos, Alemania e Italia, piezas de platería... y más tarde, también se realizaban todo tipo de transacciones financieras", explica con todo detalle José Ignacio Espeso, historiador del Arte y coordinador de visitas en la Fundación Museo de las Ferias.

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Luego en la plaza se siguieron organizando juegos de lanzas y cañas, corridas de toros y ferias de ganado, "pero la llegada del ferrocarril, a mediados del XIX, cambió por completo su fisonomía", alejándola de aquella que llegaron a comparar con la de San Marcos de Venecia. Sin embargo, todavía los fines de semana y las jornadas soleadas, justo a la hora del aperitivo, los medinenses se dejan ver por las terrazas de los restaurantes que visten los soportales, donde los domingos y festivos se asan lechazos y tostones en horno de leña.

Un museo renacentista al aire libre

Mientras, una pandilla de niños juega a la pelota frente a la Colegiata de San Antolín, en un lado de la plaza, donde se ubica también el Ayuntamiento y parte de lo que fue el Palacio Real. Aún se siente cierta humedad al entrar en esta parroquia –que soñó con ser catedral– debido a los acuíferos subterráneos que circulan por Medina. "Hace siglos, a algún cerebrito se le ocurrió tapar los agujeros del techo y las columnas que servían de respiraderos al edificio. Al estar hecho, como el castillo, de ladrillo –que es un material muy poroso–, requería de estas salidas y entradas de corriente de aire, pero se consideraban antiestéticas y se sellaron, provocando importantes daños que ahora se tratan de subsanar", apunta el guía David García.

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A la Colegiata, cuyo origen era una pequeña ermita levantada por repobladores palentinos en honor a su patrón, San Antolín, se accede por una puerta adintelada y el estilo de la planta es gótico-tardío. Llama la atención el altar exterior, precedente de la capilla de indios, que se hizo famosa en las Américas, y desde donde oficiaba el párroco las multitudinarias misas durante la época de ferias.

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En Medina del Campo es muy famosa su Semana Santa, "donde el silencio se escucha", según reza un cartel que luce en el Centro de Interpretación Huellas de Pasión. El recogimiento es la nota predominante en sus 15 procesiones, de las más antiguas de España, que convierten el municipio durante esos días en un museo renacentista al aire libre, por el valor artístico de sus tallas escultóricas.

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El palacio donde quiso morir Isabel

Medina siempre ha sido tierra de poetas místicos. En sus calles coincidieron Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, que cantó misa por primera vez donde hoy se levanta una capilla en su recuerdo. Son numerosas las iglesias, conventos y santuarios que salpican esta localidad vallisoletana, donde el tañer de las campanas acompaña la visita. Por aquí también anduvo Cristóbal Colón, quien consiguió financiación para su tercer viaje al nuevo continente tras reunirse con Isabel y Fernando en el Palacio Real.

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Hoy de aquel palacio queda solo una pequeña parte, que sirve de centro de encuentro entre la historia y la figura de la que, sin duda, fue la vecina más ilustre de todos los tiempos: la reina Isabel la Católica, quien vivió, testó y murió tras sus muros. Fue una herencia que le dejó el rey Juan II de Castilla a su quinta hija, cuando esta todavía no estaba llamada a reinar. El visitante puede conocer cómo era la vida de aquella época, incluso los menús que degustaban la monarca 'austera' y sus hijas: dos pares de perdices, cuatro gallinas cocidas, una pierna de cordero, unas agujas, un pedazo de tocino, dos piezas de carnero asadas... (Y solo para el almuerzo).

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Pero, sin duda, el gran tesoro que alberga este edificio es el testamento de la reina, dictado justo antes de su muerte el 26 de noviembre de 1504. "Está escrito de corrido, sin párrafos, con sus sistemas de seguridad para evitar posibles manipulaciones. En él se abordan cuestiones políticas, económicas, fueros y privilegios de nobles y ciudades. También quién iba a ser su sucesor –relega a Juana y deja la Corona de Castilla a su esposo hasta la mayoría de edad de su nieto Carlos– y recomendaciones a sus hijas para que siguieran siendo buenas cristianas", revela García, quien se lo ha leído varias veces. También, como curiosidad, la monarca fue previsora y dejó pagadas 20.000 misas por su alma y pidió ser llevada en andas hasta Granada, amortajada con un hábito franciscano. Todo redactado por Gaspar de Griçio, notario y secretario de Isabel, y rubricado en su última página con la firma "Yo la Reyna".

Tierra de verdejos, quesos y lechazos

Pero además de historia, en Medina del Campo hay un presente del día a día. Por las mañanas, a excepción de los jueves –aquí se mantiene la tradición del descanso comercial–, los puestos de las Reales Carnicerías (Avda. Lope de Vega, 1) congregan a los parroquianos con sus carritos de la compra. Verduras de huertas locales, legumbres castellanas como los garbanzos de Fuentesauco (Zamora), las lentejas pardinas de La Armuña (Segovia) y las alubias de La Bañeza (León), y, por supuesto, los tiernos lechazos y cochinillos que cuelgan sobre los expositores son los protagonistas en este mercado de abastos, ubicado en un edificio renacentista de mediados del siglo XVI.

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Junto a la puerta principal, se nota ya el aroma que desprende la quesería 'Los Quesos de Juan' (Avda. Lope de Vega, 3). Paloma Gómez, la propietaria, se esmera en cortar, con hilo de alambre, un ahumado de Campoveja. Cuenta con unas 60 variedades, "que ascienden a 90 en época navideña", tanto nacionales como internacionales. Paloma saca pecho de los locales, que suelen ser los que ofrece en las catas que organiza en la espaciosa trasera de la tienda. Además del trufado Campoveja de los Herederos de Félix Sanz (en Serrada), desfilan la pata de mulo de los Hijos de Eulalio Escarda (Pedrajas de San Esteban), el cremoso de oveja cuajado con flor de cardo de Cañarejal (Pollos), las tortas al vino verdejo de La Quesera de Rueda, los curados y añejos de Hernández García (Villaba de los Alcores) o los 40 Cantagrullas, adaptación de la tradicional receta del cheddar inglés que hacen en Ramiro.

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Qué mejor que un buen pan para acompañar estas cuñas, como el que elaboran todas las madrugadas Maicu Blázquez y Enrique del Sol en el pequeño obrador de la vecina localidad de Gomeznarro, ya en la provincia de Segovia, donde solo hay doce vecinos censados. "Trabajamos con fermentaciones largas, de 24-36 horas y con cereales básicos, como el tradicional de trigo, pero también espelta, centeno, kamut...", explica Enrique desde el otro lado del mostrador de la tienda 'Pecado Artesano' (c/ Ronda de Gracia, 4) que abrieron en 2015 en Medina del Campo. Hasta 20 variedades (boletus, cebolla, matanza –con pimentón, ajo y orégano–, cerveza, olivas...) que conviven con las hojuelas de la abuela Bene, los pecaditos, mazapanes, lágrimas de naranja y chocolate o los pestiños de azúcar y miel para los más golosos.

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Y para rematar, un vino, que en estas tierras tiene el apellido indisoluble de Rueda. En una zona con tantas bodegas, "era una iniciativa casi suicida abrir una vinoteca", reconoce Santos González, mientras despacha un paquete de rosquillas a un vecino en su tienda 'Vinos y Viandas' (Avda. Lope de Vega, 34). Un grupo de mujeres, que ha venido a pasar el sábado a Medina, pregunta por algún verdejo que se salga de lo habitual. Santos les ofrece, entre una veintena de referencias, un Campo Alegre (Bodega Campo Elíseo Rueda), "criado sobre lías finas" y vinificado por los prestigiosos François Lurton y Michel y Danny Rolland, o un Clauma (Bodegas Teodoro Recio), "con gran untuosidad y una elaboración muy cuidada". Finalmente se llevan los dos, junto a un Castelo, el verdejo medinense.

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