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Como si fuera la traca final de un espectáculo de pirotecnia, el otoño es el momento dulce del Hayedo de Tejera Negra. Los rojos de las hayas, los ocres de los robles y el verde de los pinos dibujan un paisaje de cuento que brilla incluso en los días de mal tiempo. Nadie diría que estamos en Castilla-La Mancha. Más bien en la Europa húmeda.
Nos atenemos a los datos: esta rareza fue declarada Patrimonio de la Humanidad como parte de una reserva transnacional llamada Hayedos primarios de los Cárpatos y otras regiones de Europa. Charlamos con Gregorio Cerezo, agente medioambiental de Cantalojas -uno de los términos municipales de España de mayor superficie- que, además de conocer cada rincón del parque, se sabe los mejores trucos para disfrutarlo a pedales.
El pueblo es el acceso natural para llegar a este espacio. Aquí se encuentra la Casa del Parque Natural de la Sierra Norte de Guadalajara, que sirve de control de acceso para coches. Y es que el aparcamiento que da acceso al gran hayedo solo puede digerir 130 coches al día. Normalmente suele ser una cifra suficiente para los visitantes que pasan por aquí, pero durante los fines de semana de otoño resulta difícil hacerse con un sitio, incluso para los más previsores que tratan de reservar una plaza online con antelación. Por eso, y por algún motivo más, la bicicleta aparece como una buena aliada sobre la que no hay restricciones.
Desde la Casa del Parque, los que van en coche tendrían que conducir unos ocho kilómetros por una pista forestal que asciende -en paralelo al precioso río Lillas- hasta el aparcamiento. Una vez allí, lo más habitual es echar a caminar siguiendo las balizas de la Senda de Carretas, una sencilla y encantadora propuesta circular de unos siete kilómetros perfecta para familias. Los ciclistas podrían replicar el formato pedaleando desde la Casa del Parque hasta el parking y luego caminando por esta senda, aunque el potencial de las dos ruedas es mucho mayor.
Existe un circuito balizado pensado específicamente para bicicletas: la Ruta del río Zarzas, que sale desde la Casa y traza un circuito de 20 kilómetros. Este se asoma al famoso hayedo de la Senda de Carretas, atraviesa fantásticos robledales y regala vistas de cine cuando se corona el Collado del Hornillo. Precisamente en el collado podemos aparcar las bicicletas y bastaría con caminar unos 500 metros -por el sendero indicado como Senda del Robledal- para llegar al corazón del famoso hayedo. Pero la bici todavía se puede exprimir un poco más. Si se hace, lo más espectacular está aún por llegar.
Y es que la Ruta del río Zarzas omite un hayedo "secundario" donde se encuentran algunos de los ejemplares de mayor tamaño de toda esta reserva, a pesar de que quedan a tiro de piedra del recorrido. Bastaría con hacer un ramal de ida y vuelta que suma unos asequibles 10 kilómetros al total de la propuesta balizada. Para ello, una vez pasamos el collado del Hornillo, hay que estar atentos hasta ver una señal que indica "Cantalojas a 13 km".
La Ruta del río Zarzas continuaría hacia donde indica dicha señal, pero si seguimos recto 5 kilómetros más hacia el oeste, hasta que termina la pista, vamos a disfrutar de uno de los rincones más espectaculares de todo el parque natural. El ramal en sí mismo es un lujo que combina zonas de vistas abiertas con tramos de bosque cerrado, pero por si no fuera suficiente, una vez termina la pista forestal, si bajamos a pie hacia el arroyo, tenemos todavía más hayas espectaculares.
Las hayas suponen una rareza en estas latitudes. Son habituales en zonas más frías y húmedas a partir del Cantábrico hacia el norte del continente, pero no tan al sur. Las de Tejera Negra son el vestigio de la época en que, a medida que Europa se iba templando, fueron apareciendo distintas tipologías de bosques. Aquellos de ejemplares de hojas anchas y caducas, como las hayas, fueron desapareciendo paulatinamente en favor de otros de hojas duras y perennes, mejor adaptados a la sequedad y al calor que se iba imponiendo. Pero, gracias al clima particularmente húmedo del que disfruta esta reserva y a una ubicación recóndita que los salvó de las talas, todavía podemos disfrutar de los fabulosos colores de estos supervivientes en las umbrías.
Sin embargo, no son los únicos ejemplares que llaman la atención. De hecho, parece ser que el nombre de este espacio natural proviene del color oscuro de los tejos, que antes eran más abundantes; todavía podemos ver un enorme tejo centenario en la Senda de Carretas, precisamente junto al sendero que la conecta con el Collado del Hornillo. Otros ejemplares de gran valor dentro de la reserva son los rebollos, los abedules o los acebos.
Los ríos Lillas y Zarzas acotan el espacio de mayor interés y sirven de guía para las rutas más habituales por la reserva. Ambos nacen a los pies del Pico de la Buitrera, a 2.046 metros sobre el nivel del mar, que puede ser otro objetivo bien interesante que marcarse en el parque natural (a pie).
Su nombre no debe ser casual, ya que aquí es fácil ver buitres que encuentran un espacio perfecto para anidar en las crestas afiladas de las montañas. Son solo la punta del iceberg de un ecosistema de gran biodiversidad. Lo sabe bien Gregorio, que con una enorme paciencia, mucho amor por la naturaleza y talento fotográfico, ha ido retratando a las especies más esquivas del parque natural.
La Casa del Parque acaba de añadir a su repertorio un vídeo con tomas aéreas para celebrar los diez años de Parque Natural de la Sierra Norte. Aquí, este agente forestal nos habla de otras especies más singulares como la musaraña ibérica o el lagarto verdinegro. También de los lobos, que llegaron hace más de una década -probablemente desde Soria- y parece que le han cogido el gusto a este hábitat privilegiado, aunque son tan pocos que todavía no manejan datos sólidos sobre la población.
En realidad Gregorio nació en Madrid, pero siempre ansió vivir en el pueblo de sus abuelos y, finalmente, pudo hacer realidad su sueño hace un par de décadas. Nos cuenta que a veces se trae a sus amigos de la capital y alucinan cuando se pasa horas y horas pedaleando por auténticos paraísos sin ver a un alma. Nos invita a regresar para pedalear por otros caminos más allá del río Zarzas y también a volver en primavera. "Es otro estilo. No tiene tanto colorido, pero es muy bonito cuando echa la hoja el haya, con un verde traslúcido que crea una luz preciosa".