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La reserva natural más extensa de España tiene un título a la longitud de las circunstancias: Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas. Parece como si en él todo tuviese que batir algún récord. Como el sendero GR 247, al que han rebautizado con el más sugerente nombre de Bosques del Sur y que es la ruta circular más larga del país, superando los 300 kilómetros de recorrido. El camino se pierde entre pinares, barrancos y altiplanos, pero también visita 26 pueblos serranos con encanto. La mayoría de su trazado es ciclable y, cuando no lo es, hay alternativas. La sorpresa es que el GR 247 es poco más que un aperitivo.
La mayor masa boscosa del sur de Europa está entretejida por cientos de kilómetros de pistas forestales con buen firme y desniveles suaves, algunas incluso con tramos asfaltados, que son perfectas para recorrer en bicicleta de montaña o gravel. Y, aunque todas nos regalan largos tramos remotos y encantadores, raramente recorren más de 20 kilómetros sin pasar junto a algún refugio de montaña, alguna zona de acampada controlada, algún camping o, incluso, algún hotel rural con todas las comodidades. Por eso estas sierras lo tienen todo para convertirse en una de las mecas del cicloturismo europeo.
El gran río andaluz, el Guadalquivir, es la espina dorsal del parque durante sus primeros 60 kilómetros. Nace en la zona sur, en el corazón de la Sierra de Cazorla, desde donde corre en dirección norte hasta el embalse de El Tranco, ya en la sierra del Segura. Una vez allí se escapa de este mar de montañas, rebosando hacia el oeste, para lanzarse a recorrer Andalucía hasta morir en las marismas del Parque Nacional de Doñana. Alcanzar su nacimiento y luego enlazarlo con el de uno de sus afluentes más madrugadores y mediáticos, el del Borosa, es una de las grandes aventuras que ofrece la provincia de Jaén.
Esta propuesta traza un circuito de unos 120 kilómetros y 3.000 metros de desnivel positivo acumulado, valiéndose de algunos tramos del GR 247, y es ciclable en un 96 % del recorrido. Hay que tener en cuenta que tiene un punto crítico de unos cuatro kilómetros y medio en los que habrá que sufrir un poco para alcanzar la gloria. La mayoría de los mortales tendrán que descabalgar de la bici y hacer este tramo a pie, aunque con la ventaja de que siempre será cuesta abajo y en un entorno que recompensa todos los esfuerzos. Al fin y al cabo, la idea es disfrutar con calma, incluso parando para recorrer algún sendero a pie, y haciendo una o dos noches de camino.
Arrancamos desde la localidad de La Iruela porque así evitamos las rampas inhumanas del pueblo de Cazorla. Y lo hacemos siguiendo los carteles que indican Nacimiento del Guadalquivir, subiendo paulatinamente por una carretera de montaña asfaltada que va dejando a mano derecha una vista deliciosa de las casas blancas de Cazorla a los pies del castillo de La Yedra. Al cabo de unos cuatro kilómetros, junto al ‘Hotel Rural Riogazas’, situado en una antigua casa forestal, comienza una pista de tierra que, al girar a la derecha, regala una singular vista bipolar: a mano izquierda, sobre nosotros, un paisaje de montaña quebrado; a la izquierda, a nuestros pies, un mar ondulante de olivares.
La pista poco a poco se va retorciendo, buscando desniveles más potables mientras se decanta por el paisaje alpino en detrimento de la infinidad de olivos, de los que habrá que despedirse a la altura del cruce al pueblo de Quesada. Pero no hay mucho tiempo para lamentos porque, para cuando queremos echar de menos la llanura infinita, en el horizonte van a emerger las cumbres de Sierra Nevada, que todavía conservan un pequeño manto blanco. Para entonces llevaremos unos diez kilómetros de suave subida, un esfuerzo que el camino recompensa con unos cinco kilómetros de sube y baja justo antes de encarar la última parte del puerto Lorente.
El refugio de Collado Zamora puede ser una tabla de salvación para los que hayan salido tarde. Se encuentra aproximadamente en el punto intermedio de este tramo final hasta la cumbre, donde encontramos una curiosa colección de curvas de herradura que se han excavado en la montaña para facilitar el tránsito. La obra nos hace sentir como en uno de esos barcos con fondo de cristal que permiten ver el fondo marino, solo que aquí podemos bucear sin escafandra por los estratos que hace millones de años se encontraban bajo el mar de Tethis. La última y más pronunciada herradura marca el final de una subida de 20 kilómetros que nos habrá llevado de unos 900 a unos 1.600 metros de altitud.
Desde las alturas las vistas podrían decepcionar, pero basta con descender unos metros para que se abra ante nosotros el gran valle de un Guadalquivir cuyo nacimiento está solo a unos cinco kilómetros de aquí, en la Cañada de las Fuentes. Vivimos tiempos de sequía y apenas corren los arroyos que tendrían que inundar su cueva de piedra y hacer manar agua bajo el puente. La surgencia ha vivido días mejores y vamos a tener que conformarnos con evocarlo a través de las fotos de un panel informativo. Pero si acompañamos unos kilómetros al gran río por la pista que desciende hacia Vadillo Castril, enseguida asomarán pozas y resonarán saltos de agua.
En paralelo al joven río y bajo desplomes calizos que quitan el hipo, hacemos un suave descenso de unos 10 kilómetros hasta el codiciado Puente de las Herrerías, un área recreativa con zonas para hacer barbacoa y donde se forman un buen número de pozas perfectas para darse un chapuzón. Un poco más abajo se encuentra el camping ‘Puente de las Herrerías’, con oferta de bungalows, que puede ser ideal para concluir una primera jornada ciclista. Sin embargo, si seguimos adelante, volveremos a pisar asfalto justo antes de llegar a Vadillo Castril, donde se encuentra el Centro de Interpretación de la Cultura de La Madera, el punto de visitantes de la Cerrada de Utrero y un socorrido chiringuito.
La Cerrada del Utrero es un paso muy estrecho del Guadalquivir por el que solo se puede transitar a pie a lo largo de un escueto sendero circular que ofrece vistas a la presa homónima y a la cascada de Linarejos. No hay camino posible, ni a pie, ni en bici, ni en coche, que continúe en paralelo al Guadalquivir, así que habrá que interrumpir esta historia de amor al menos por unos kilómetros. A los que les urja la compañía del gran río, tendrían que seguir las señales de Arroyo Frío. Pero esta propuesta se va en dirección opuesta, siguiendo las señales de Nava de San Pedro, para cambiar de valle y buscar el nacimiento del Borosa.
Desde Vadillo Castril cualquier alternativa implica volver a subir. La nuestra supone ascender unos 400 metros de desnivel durante ocho kilómetros, la primera mitad por asfalto y el resto por pista de tierra. Lo más reseñable de la subida es el mirador de los Poyos de la Mesa: una cumbre singular que, por el lado en que nosotros la miramos, muestra una ladera empinadísima que ha colapsado, pero que, por su otra cara, es una altiplanicie que ronda los 1.600 metros de altitud; un poco más adelante, a la derecha, sale un camino perfectamente ciclable que alcanza los Poyos tras unos siete kilómetros de ligero ascenso.
Al alcanzar el collado del Galán, rozando los 1.500 metros de altitud, nos espera uno de los tramos de vistas más espectaculares y extrañantes de toda la travesía. A lo lejos, enmarcados entre las habituales formaciones calizas caprichosas, se aparecen prados sobre repisas que hacen sentir que estamos en Asturias. Luego, a medida que perdemos altura, tras pasar por la abundante fuente de la Garganta, se vuelven a aparecer las cumbres blancas de Sierra Nevada. Y, para rizar el rizo, cuando ya hemos descendido, alcanzamos la Nava de San Pedro y todavía estamos intentando digerir este paisaje cantábrico fuera de lugar, miramos a la izquierda y se abre un inmenso encinar lleno de ciervos que nos transporta a la dehesa extremeña, solo que a 1.300 metros de altitud.
La Nava de San Pedro, en el punto kilométrico 50 de esta ruta, es un diminuto núcleo de casas perdidas en mitad de la sierra de Cazorla al que solo se puede acceder a través de pistas forestales de tierra. Exagerando un poco, parece estar tan lejos de todo como uno de esos poblados de las orillas del brazo del Mekong en Apocalypse Now, aunque con un bar, la casa rural ‘Dulce Posada’ y el Centro de Cría del Quebrantahuesos. Puede ser un buen lugar para hacer noche, al igual que el refugio ‘Fuente Acero’, que queda solo a un puñado de kilómetros subiendo en dirección al nacimiento del Borosa.
Desde la Nava nos queda por afrontar un suave ascenso de diez kilómetros que atraviesa, en primer lugar, la mencionada dehesa y, luego, tras el repentino Estrecho de los Perales, regresa al pinar. Una vez alcanzamos el collado Bermejo, a unos 1.550 metros de altitud, podemos cantar una victoria parcial porque por delante tenemos más de 30 kilómetros de descenso o llaneo donde, además, vamos a disfrutar de algunos de los paisajes más genuinos del parque natural. Para dirigirnos a él tenemos que desviarnos de la pista principal hacia la izquierda justo en el collado. Pero a los viejos fans de El hombre y la tierra quizá les interese saber que, si siguen un par de kilómetros por la pista, se van a encontrar con el Pino de Félix Rodríguez de la Fuente, que le sirvió de escenario en varios capítulos de su célebre serie.
Cruzar la valla del collado Bermejo es algo así como entrar en territorio sagrado para montañeros. La inmensa mayoría de los visitantes del parque remontan el río Borosa desde Coto Ríos y, aunque la mayoría no alcanza el nacimiento, en números absolutos el paraje suele llenarse de gente. Por eso es una idea fantástica pasar la noche en la Nava de San Pedro o el refugio Fuente Acero, para que por la mañana puedas disfrutar de la laguna de Valdeazores y del embalse de Aguas Negras prácticamente en solitario. Tras descender en paralelo a un bosque húmedo y encantado de pinos, encinas, olmos, acebos, fresnos o arces, alcanzamos estas dos masas de agua que ponen la guinda al paisaje de cuento y que marcan el inicio del tramo en que habrá que bajar de la bicicleta y empujarla.
La primera, Valdeazores, todavía conserva el nombre de laguna por su origen natural, aunque después se construyó la presa actual que le hizo ganar tamaño. Sorprende con un aspecto que se asemeja al de los ibones pirenaicos, pero con patos y una vegetación que la hermanan con los humedales del sur. Solo un poco más adelante se encuentra el embalse de Aguas Negras, construido para garantizar el suministro de agua a la vieja central hidroeléctrica que encontraremos río abajo. Estrictamente, el nacimiento del Borosa es un pequeño manantial que se encuentra, una vez cruzamos la presa, girando a mano derecha. Aunque son muchos los arroyos que aportan sus aguas a este embalse y por eso son también muchos quienes consideran que el mismo embalse es el nacimiento del Borosa.
Pasada la presa es el momento en que el recorrido comienza a complicarse para la bicicleta, pero también donde la aventura gana enteros. Ahora toca atravesar dos túneles construidos para canalizar el agua del Borosa hacia la hidroeléctrica, pero que cuentan con un pequeño carril para peatones. El primero es muy cómodo, ya que se puede ir con la bici sobre una plataforma metálica, pero en el segundo no hay tal plataforma y la bicicleta apenas cabe entre la pared de piedra y el pasamano, por lo que se sufre un poco durante el puñado de cientos de metros que se prolonga la estructura. Resulta difícil imaginar por dónde estamos pasando hasta que no salimos del túnel, tomamos un poco de perspectiva y advertimos este pasillo bárbaro, horadado como una repisa en un acantilado monumental.
Describir con palabras lo que sigue luego es una tarea para los mejores poetas románticos. Los poco más de diez kilómetros que suma el curso del río Borosa son el motivo en exclusiva por el que muchos vuelven una y otra vez hasta el parque natural. Se compone de una consecución de cascadas que estallan sobre pozas color turquesa, rodeadas de formaciones pétreas que parecen esculpidas por el mismísimo Miguel Ángel. La primera que vemos, el salto de los Órganos, es la más alta de toda la ruta, aunque más adelante, entre terrazas de travertinos, veremos otras no tan famosas pero, para muchos, incluso más bellas.
Los ciclistas más habilidosos quizá hayan podido hacer algún tramo sobre el sillín. La mayoría de los mortales habrán tenido que empujar la bicicleta pasando algún apuro que otro, pero, una vez se alcanza la presa hidroeléctrica, retomamos una pista forestal perfectamente ciclable que continúa regalando saltos de agua, ahora más pequeños, pero también encantadores. De este último tramo, su pieza más cotizada es la Cerrada de Elías, un cañón donde el camino se convierte en un sendero y el sendero en pasarelas de madera suspendidas de las paredes calizas. Unos carteles indican que está prohibido recorrerlo sobre la bicicleta, aunque parece lógico pensar que sí se pueda hacer empujándola. Pero, como ya nos hemos empachado con las delicias del Borosa, lo seguimos por la pista forestal que lo bordea haciendo una pequeña subida.
En el momento en que el Borosa vierte sus aguas en el Guadalquivir, aproximadamente en el kilómetro 80 de la ruta, podemos dar casi por concluida la misión y empezar a buscar el camino de vuelta a casa. Desde la confluencia, junto al centro de visitantes Torre del Vinagre, el camino más recto y sencillo es siguiendo la carretera A-319 en dirección a Arroyo Frío y, luego, Cazorla, salvando de camino el puerto de Las Palomas.
También se podría evitar el asfalto subiendo por una pista de tierra hasta el refugio de la Fuente de la Zarza y tomar el sendero que desciende hasta el mencionado puerto. Con esta última solución pondríamos la bandera en la tercera y última de las sierras que conforman el parque natural: la de Las Villas. Las posibilidades rozan lo infinito. Cuál será el siguiente paso seguro que se decide con mejor criterio mientras se disfruta de una de las exquisitas truchas recién salidas de la piscifactoría del Borosa, que sirve, por ejemplo, el vecino y simpático restaurante de ‘Los Monteros’.