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Situada literalmente encima de Zumaia, la ermita de San Telmo es de sobra conocida. A pesar de los siete años transcurridos desde su estreno, la mayoría de los que la alcanzan lo hacen porque aquí se celebra la boda en la película Ocho apellidos vascos. El lugar merece la visita a pesar de las aglomeraciones. Situado en el mismo borde del cantil más elevado, que cae a plomo sobre la playa de Itzurun, regala espectaculares vistas de la parte más arisca del litoral vasco, que conforma el Geoparque de la Costa Vasca.
Hemingway llegó a Zumaia de la mano de Ignacio Zuloaga, a quien había conocido en París. El pintor, que compartía su afición taurina con el escritor, tenía en la localidad su casa estudio, que erigió sobre las ruinas de una ermita del siglo XV. Hoy es sede del Espacio Cultural Ignacio Zuloaga y en la actualidad está siendo sometido a una profunda reforma.
Extendido entre los municipios de Deba, Mutriku y Zumaia, el Geoparque de la Costa Vasca tiene su más espectacular expresión en el flysch de Zumaia. Esta formación geológica consiste en una sucesión de capas pétreas donde se lee la historia del planeta, como un libro gigantesco. Especialmente recomendable es la visita de la playa de Sakoneta, cuando la marea baja deja al descubierto las innumerables obleas de roca, sobre las que discurre un sendero de gran recorrido.
Busturialdea es una de las comarcas con la que Hemingway mantuvo una relación más intensa. Aquí opera Mertxe Begiristain, impulsora de la ruta en la zona. Su fascinación por el norteamericano la impulsó a invitar al nieto del escritor John Hemingway. “Estuvo encantado al conocer tantas referencias sobre su abuelo”, explica en su casa rural de Ea Astei, mientras sostiene una fotografía en la que aparece junto al heredero del novelista.
La Reserva de la Biosfera de Urdaiba es otro excepcional espacio natural. Situado en torno a la ría del Oka, destaca la riqueza de su avifauna. Incluye marismas, playas, bosques y acantilados que tienen enclaves tan señeros como la isla de Ézaro, el cabo Machichaco y, sobre todos ellos, el peñón de San Juan de Gaztelugatxe, mágico enclave que pone a prueba a quienes lo visitan con sus 241 escalones, que no todos son capaces de superar.
En Kanala, plena Reserva de la Biosfera de Urdaibai, abre sus puertas una casa rural tematizada en torno a la figura de Ernest Hemingway. Las habitaciones están personalizadas con episodios de la vida del autor y rebosan libros, fotografías, cuadros y otros objetos relacionados con el premio Nobel. La finca es vecina de la iglesia de Kanala, donde fue párroco Andrés Untzain, mundakarra a quien Hemingway llamaba "Don Black" y que el propio escritor consideraba su "mánager espiritual". A los pies del templo, la tímida valla del pequeño cementerio deja pasar la vista, que se pasea a placer por la ría de Mundaka y el espacio protegido.
Por su significado histórico, la localidad de Gernika-Lumo destaca sobre el resto de las referencias. Destino especialmente querido por Ernest Hemingway, tanto por ser donde residían algunos de sus mejores amigos vascos, como sobre todo por el bombardeo sufrido por la localidad durante la Guerra Civil española. Una magnífica exposición recuerda esta relación, junto con otros aspectos de la vida del autor en el Euskal Herria Museoa de la localidad. Hemingway & Euskal Herria muestra su lado más humano y desconocido del autor. Comisariada por el historiador Edorta Jiménez, gran estudioso de la vida de Hemingway, contiene mas de 100 fotografías de su paso por el País Vasco, innumerables documentos, algunos de ellos inéditos hasta la fecha, y diferentes objetos de gran valor testimonial.
“Hemos querido mostrar un Hemingway de carne y hueso, alejado de los estereotipos”, subraya el comisario de la exposición. Un hombre, que según especifica Jiménez, fue amante de la buena vida, pero no un mujeriego, como asegura la leyenda; “es cierto que tuvo cuatro esposas, pero siempre se separó antes de casarse con la siguiente”, señala. La muestra permite descubrir a un hombre que no tiene mucho que ver con aquel anciano barbudo que, con un vaso de vino en la mano, se asomaba a la barrera en las plazas de toros. “Fue un hombre con luces y sombras, pero siempre comprometido con sus ideales”, explica Jiménez.
Preside la exposición el famoso carrito de 'Helados Pereira'. Conservado desde los años 50, es el mismo que aparece en la foto de Hemingway cuando paró en Bermeo para comprar un helado. Una réplica del retrato que le hizo José María de Uzelay junto a su amigo el marino Juan Duñabeitia es otra de las piezas más importantes de la muestra. Junto a ellos, una máquina de escribir de la época, la maqueta del yate con el que pescada en La Habana y otros objetos cotidianos. Aparecen junto a ediciones de sus novelas, como la renombrada en euskera de El viejo y el mar. Entre todo ello destacan algunos documentos, como el descalificado de la CIA que relaciona al escritor con los círculos vascos exiliados en Cuba.
No lejos del museo, varios grupos de colegiales caminan rumbo al Gernika Jai-Alai. Son niñas y niños que van a recibir clases de frontón; más de uno acabará convertido en famoso pelotari. El deporte de la pelota vasca, pelota a mano, cesta punta y pala cautivó a Ernest Hemingway desde el principio. Algunos de los mejores amigos de Hemingway fueron los pelotaris vascos que conoció en Cuba, con los que compartió inolvidables jornadas en el llamado Palacio de los Gritos, el frontón de la Habana. “La pelota vasca –señaló al referirse a la modalidad de Jai-Alai, o cesta punta– es el deporte más rápido y violento que conozco”, señaló en una ocasión.
Sobre unos jardincillos de la parte alta del pueblo se eleva la réplica realizada en cerámica a tamaño real del Gernika de Pablo Picasso. Igual que el original, solicitado por las autoridades de Gernika-Lumo para albergarlo en la localidad, es el recuerdo del terrible bombardeo que la aviación fascista realizó sobre la población el 26 de abril de 1936. Hemingway expresó su enorme repulsa por aquella acción igual que hacia la dictadura franquista, lo que le supuso no poder visitar España durante casi 20 años.
En el cercano barrio de Altamira, en Busturia, se localiza otra referencia hemingwaiana. Es el Palacio Txirapozu, actualmente en manos particulares y sometido a una larga restauración. Aquí vivió José María de Uzelay, que pintó a Hemingway en uno de los bancos de piedra a Juan Duñabeitia, en un cuadro que, al parecer, le encargó el mismo Hemingway.
Aunque Mundaka es conocida por acoger la ola izquierda más famosa que existe, que la convierte en destino preferente de todos los surferos del mundo, la localidad nos interesa por otra razón que la relaciona con Hemingway. Está en su casino que, a pesar de su aire decadente y necesidad de una urgente restauración, no hay que dejar de visitar. Aquí Hemingway degustó un plato de percebes, cuyo aspecto le dio cierto reparo, aunque finalmente admitió su sabor a mar. No es ahora la mejor época para este molusco, pero sí para degustar cualquiera de los deliciosos pescados que prepara su restaurante. Hay que hacerlo en la galería acristalada que regala excelentes vistas del puerto y la villa marinera.
Fue en el casino de Mundaka donde Andrés Untzain sufrió el ataque al corazón que acabó con su vida mientras jugaba a las cartas. Hasta aquí se desplazó Hemingway en 1959 desde Bilbao, cuatro años después del fallecimiento del religioso mundakarra, para conocer por boca del sobrino de Don Black dónde estaba su tumba. En su acompañía se acercó al cementerio de Mundaka, donde desde entonces se conservan sus restos.
El cercano Bermeo es la siguiente parada donde se detecta el paso de Hemingway por este tramo de la costa vasca. Fue en 1959 y marchaba rumbo a Bilbao. Le acompañaba su secretaria Valerie Danby-Schmit, que acabó casándose con un hijo del escritor, Gregory. Viajaban a bordo de La Barata, el Lancia que conducía el piloto italiano de carreras Mario Cassamassima. Se sabe de la parada por la foto que le hizo Valerie delante del carrito de los helados de la 'Casa Pereira', pieza principal de la exposición abierta en Gernika. Amante de los viajes en automóvil, describe Hemingway en una de sus cartas el miedo que pasa cuando su chófer lanza el coche a 160 kilómetros por hora. Sabedor de que la mejor manera de conocer tierras y gentes es a bordo de un coche, dejó escrito en El verano peligroso: “las carreteras conducen a los mejores lugares”.