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Ruta del Estany Llong (Parque Nacional de Aigüestortes y Estany de Sant Maurici, Lleida)

Tras el rumor del agua pirenaico

19/11/2024 –

Actualizado: 29/07/2022

Fotografía: Alfredo Cáliz

Existen paisajes de alta montaña tan majestuosos que, basta estar frente a ellos, para sentirse un privilegiado. Puede que tengas que frotarte bien los ojos para asegurarte de que no es un sueño, o mirar bien a tu alrededor para que tu retina se acostumbre a tanta belleza. Acabarás cautivado sin remedio. Es justo lo que ocurre en el Parque Nacional de Aigüestortes y Estany de Sant Maurici. Situado en el corazón del Pirineo de Lleida, sus cascadas, lagos glaciares y riachuelos forman un paisaje de cuento que podrás disfrutar a lo largo de sus senderos. Ojo, sin bañarte, estás en un lugar protegido.
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Junto a la Iglesia románica de Sant Joan de Boí, en la comarca de Alta Ribagorza, espera Meritxell Centeno, la guía interpretadora que nos llevará por una preciosa ruta hasta el Estany Llong, uno de los 200 lagos de los que presume este parque nacional, el único en toda Cataluña. Rozando los 2.000 metros de altura, es tan motivador alcanzar el destino, como adentrarse por los tesoros naturales que ofrece el camino.

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Meritxell arranca el 4x4 por la carretera de Caldes. En la subida, varios senderistas caminan sin perder de vista el cauce izquierdo del río Sant Nicolau, hacia el aparcamiento de la Palanca de La Molina, donde podrán enlazar con la Ruta de la Nutria hasta el Planell d'Aigüestortes y adentrarse en la exuberancia del parque.

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"De Boí al Planell hay unos 10 kilómetros sólo de ida y otros 10 de vuelta", cuenta la guía, que destaca el servicio de taxis que ofrece el parque para poder combinar la subida o bajada en vehículo. "Es una manera de hacer que los Pirineos sean más accesibles para todos", apunta esta amante de la naturaleza que recuerda que los coches privados sólo pueden acceder hasta la Palanca de La Molina.

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Los tesoros de la Ruta de la Nutria

Inmersos ya en este primer tramo donde comenzamos a sentir el esplendor de los valles glaciares en cada curva, un bosque de avellanos nos acompaña en la subida. También hay abedules de tronco blanco, pinos silvestres y negros, arces blancos y serbales, una vegetación que arropa joyas como la pequeña ermita románica de Sant Nicolau -la única del parque- o ensalza idílicos paisajes como el Estany de la Llebreta o la Cascada Sant Esperit.

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Llegamos al lago con el croar de la rana bermeja como saludo de bienvenida. El agua es hoy un impecable espejo. En ella se reflejan el intenso verdor de las montañas y las escarpadas crestas de este paraje que emergió del fondo del mar hace 250 millones de años para luego ser modelado por el hielo. Con una profundidad que llega a los 11 metros, su cubeta glaciar toma la forma alargada del valle, un paraíso donde anidan aves como el pato azulón o la garza real.

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Según ascendemos, el lago parece encogerse encajado entre las montañas del valle. Las vistas son de postal. No muy lejos, el tronar del agua desvia nuestra atención hacia una de las cascadas más impresionantes del parque, la de Sant Esperit, cuya agua pristina cae con furia erosionando la roca que encuentra a su paso. En total seis saltos y varias pozas conocidas como "marmitas de gigante" alcanzan en algunos puntos los seis metros de profundidad.

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"Aunque es muy apetecible, está prohibido bañarse dentro de los límites del Parque Nacional", recuerda Meritxell. "Los visitantes deben ser conscientes de que estas aguas deben permanecer limpias para que la fauna y los microorganismos que habitan en ellas -muy sensibles a cambios- puedan vivir. Las cremas solares o las pomadas antibióticas que podamos llevar en la piel son muy contaminantes", añade la guía, que también destaca la investigación que se está llevando a cabo en los lagos del parque para el estudio del paleoclima. Si alguien no respeta las normas, la multa es de mínimo de 300 euros.

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El pino negro uncinata avisa de que aún no hemos superado los 1800-2000 metros. Dejamos atrás un viejo fresno que marca un mirador natural hacia el lago y un búnker escondido entre grandes rocas al que te puedes asomar. "Hay más de 6000 búnkers en los Pirineos, ordenados construir por Franco en la post-guerra", apunta la guía, que también destaca la cercana cueva del Sardo, un importante yacimiento arqueológico que muestra que aquí ya hubo presencia humana hace 8.000 años. En el camino aparecen pasos canadienses -para que no se escapen las vacas- y varias cabañas de piedra, ya abandonadas, que recuerdan esos tiempos cuando los pastores pasaban día y noche en la montaña.

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Un paseo accesible para todos

Dejamos el coche en el Planell d'Aigüestortes para proseguir la ruta hacia el Llong caminando. Aún faltan 4 kilómetros. Junto a una caseta con varios paneles interpretativos sobre la flora y fauna del entorno, sale una pasarela de madera que lleva hasta el Mirador de Sant Esperit (1.800 m), rodeado de las conocidas como "rocas aborregadas", cuya forma redondeada es resultado de la erosión de los antiguos glaciares sobre las rocas del fondo del valle. Estamos en el corazón del parque.

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"Aquí el rebeco pirenaico es el rey de la montaña", anuncia Meritxell, "aunque en verano es difícil verlo, porque se refugia junto a los neveros buscando refrescarse". También hay urogallos, un ave "amenazado de extinción que en la Península Ibérica sólo encontramos en los Picos de Europa y en los Pirineos". En las aguas, conviven anfibios como el tritón pirenaico con peces como la trucha faria o el phoxinus, una especie invasora "introducida por los franceses como cebo de pesca y que se come los huevos de los anfibios", alerta la guía, que cambió radicalmente su vida en la ciudad por el campo, al enamorarse de un pastor.

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Nos dejamos engullir por el bosque para recorrer un tramo de la Ruta de las Pasarelas de Aigüestortes, que comienza en el puente del Morrano. El paseo de un kilómetro y medio ofrece una de las estampas más bucólicas del camino siguiendo el río Sant Nicolau. Gracias a unas pasarelas de madera que protegen la flora y los meandros, no hay que preocuparse por tropezar con una piedra o mojarse los pies con alguna de las charchas llenas de renacuajos. La ruta es circular, sin desnivel, y perfecta para hacer con niños o incluso con personas que necesiten silla de ruedas. Hay que recordar que hasta aquí se puede subir con taxi.

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Los meandros que vemos en el camino forman un excepcional ecosistema conocido como "aguas tortuosas" o Aigüestortes que da nombre al parque. "Es un fenómeno que ocurre cuando la tierra va ganando terreno a la masa de agua y forma estos meandros alrededor de la corriente principal del río Sant Nicolau", explica Meritxell, que destaca cómo "los más de 200 lagos glaciares, torrentes, ríos y turberas de agua le han valido al Parque Nacional ser el único espacio protegido alpino incluído en el Convenio internacional de Ramsar, que protege los ecosistemas de agua del Planeta".

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Rododendros, abetos, abedules y álamos blancos dibujan con sus formas y colores un exuberante paisaje salpicado de pequeñas cascadas y riachuelos salvados por puentes, un escenario casi poético donde organizan baños de bosque para reconectar con la naturaleza. "Estamos en un bosque maduro, con árboles que alcanzan a vivir entre 300 y 400 años", explica Meritxell, mientras señala las ramas de un pino negro, rotas por el peso de la nieve del invierno y colonizado ahora por una montaña de hormigas rojas.

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Un poco más adelante, llama la atención un tronco con tres agujeros: "los dos más pequeños seguramente son de un picapinos o un pico real; el de mayor tamaño, es de un pito negro", detalla la guía, a quién le apasiona vivir cerca de la montaña. Sólo hay que escucharla hablar. "Identificamos el abedul por sus hojas en forma de corazón; el rododentro casi siempre va acompañado de un abeto; y la madera del álamo blanco se usaba en época medieval para las tallas de las cruces", cuenta a modo de anécdotas. Su padre, ebanista, seguro que le descubrió muchas más.

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Dejamos atrás las pasarelas para seguir por un sendero donde -ahora limpio- se ven restos de una gran "colada" de grandes troncos partidos y rocas arrastradas hasta el río por los tremendos aludes ocurridos en febrero. Unos pasos más y el gran prado de la Font del Planell Gran se convierte en el lugar perfecto para un descanso y un rápido picnic con agua de manantial. "El agua de la montaña es pura pero no está tratada ni tiene sales minerales. Si bebemos mucho, corremos el peligro de deshidratarnos", alerta Meritxel, que además de guía, ejerció como periodista ambiental durante más de 10 años.

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La última etapa discurre por un antiguo lago colmatado que se supera con nuevas pasarelas de madera hasta el Prats de Aiguadassi, un prado conquistado por las vacas que pastas apaciblemente con el collado de Portarró de Espot como telón de fondo. Mejor no molestarlas. Seguimos ascendiendo por el bosque hasta llegar a un antiguo refugio de montaña convertido en un agradable bar donde tomar algo fresco. Un último esfuerzo de subida, y el Estany​​ Llong se descubre ante nosotros a vista de pájaro. Puedes bajar hasta sus aguas o quedarte ensimismado -una vez más- con la panorámica.

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Una vez allí tienes dos opciones: la primera es volver por el camino andado o completar la travesía hasta el lago más famoso del parque, el Estany de Sant Maurici, cruzando el Portarró de Espot, paso natural hacia valle. Una vez en el lago, se puede bajar en taxi hasta Espot, donde también hay un autobús que recorre los pueblos de las cuatro comarcas de circunvalación del Parque Nacional.

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Bonus track

Imprescindible una vez salimos del Parque Nacional es la visita a alguna de las joyas románicas de Val de Boí Taüll, como Sant Climent y Santa María de Taüll. Aunque hay muchas más, son el mejor comienzo. Las pinturas originales del interior se arrancaron para custodiarlas en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (Barcelona). En la de Santa María se reprodujeron de nuevo; en la de San Climent, es posible ver la capa profunda donde aún quedan fragmentos auténticos del siglo XII.

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El impactante Pantocrátor que estaba en el ábside de la Iglesia vuelve cada vez que se proyecta el video mapping, un Cristo en Majestad con influencias griegas y bizantinas cuyo proceso pictórico se descubre en un dinámico vídeo que se proyecta cada 45 minutos sobre la misma piedra. Promete dejarte con la boca abierta.

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