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Mequinenza es nuestro punto de partida. También lo era de los llaüters, o sea, pilotos de embarcaciones conocidas como llaüts que, hasta que llegaron las presas en los años 60, navegaban el Ebro hasta Tortosa cargados hasta los topes con hasta 40 toneladas de carbón que extraían de las decenas de minas que había en la mismísima ribera del río. Luego emprendían el camino de vuelta cargados con arroz, cerámicas o lo que hiciera falta subir. Si la suerte les sonreía y soplaba el viento adecuado, lo hacían a vela, pero muy habitualmente debían remontarlo sirgando, o sea, siendo remolcados por mulas que caminaban por un sendero junto a la ribera tirando de la embarcación con una cuerda o sirga.
Hoy estos caminos han quedado sumergidos bajo el agua, pero su impacto en la cultura popular todavía palpita. Mònica Navarro, guía entusiasta de los muy recomendables museos de Mequinenza, nos cuenta que en el pueblo todavía se apela al esfuerzo diciendo ¡hay que sirgar!
El Museo de Historia se encarga de luchar contra la desmemoria arrojando luz sobre el pueblo extinto, sobre la obra literaria y pictórica de Jesús Moncada y sobre el histórico motor económico del pueblo: la minería del carbón. Aunque para conocerla en detalle, nada como acercarse al vecino Museo de la Minería. Se trata de una explotación ficticia, creada ex profeso para ser museo, una vez que las minas auténticas habían quedado sumergidas tras la construcción del pantano de Riba-roja de Ebro.
El Museo de Historia ocupa el único edificio que sobrevivió del pueblo extinto: la elegante escuela María Quintana Ferragut, de 1927. Del resto de la vieja Mequinenza apenas se vislumbra, un poco más al este, el antiguo trazado urbano de su parte alta. Fue demolido entre finales de los 60 y principios de los 70, pero hará unos 15 años se hicieron unas obras de limpieza que, entre otras cosas, sacaron de entre los escombros parte de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción.
"Para la gente mayor fue muy importante. Puede que los de fuera solo vean ruinas, pero ellos ahora por fin pueden venir a ver su pueblo, a la iglesia donde se casaron y bautizaron a sus hijos". Mònica lo ha visto en los ojos de su madre, que también le ha contado que no había mejor gimnasio que caminar con tacones por estas cuestas empedradas.
En su Camí de sirga, Moncada describe escenas en las que unos vecinos perplejos y aturdidos trataban de seguir con sus vidas a pesar del polvo y el ruido de la maquinaria que iba destruyendo poco a poco el pueblo que los había visto nacer. Ayudan a imaginar la escena y, sobre todo, a evocar cómo era el pueblo antes, las rutas literarias que se pueden contratar en los museos o las que propone el proyecto Espais Escrits a través de su Mapa Literario Catalán. Se haga como se haga, habría siempre que pasar por el solar de la casa de Moncada, frente al cual, en un panel de acero, se puede leer "Derrúmbala si es necesario, pero sin ensañarte. Lo que tus ojos tomarán por argamasa y piedra es dolorida piel de otros días; allí donde no oirás sino silencio nosotros escuchamos palabras antiguas".
Tras los vestigios del pueblo nuevo, escalando por la ladera, también se pueden advertir los restos de una muralla que abrazaba al pueblo viejo y subía hasta el castillo que domina la confluencia de los ríos Ebro, Segre y Cinca. Lo que vemos hoy es una reconstrucción de 1959 bastante poco fiel al original, que había quedado en ruinas, castigado por las batallas y el abandono. Una de sus más dolorosas derrotas, durante la Guerra de Independencia, sin embargo se ha convertido en uno de los mayores orgullos de los locales: el nombre de Mequinenza tiene el "honor" de estar grabado en el arco de triunfo de París por haber sido una de las conquistas clave del ejército de Napoleón en España.
En la novela de Moncada la protagonista es Mequinenza, pero muchas de las historias pivotan en torno al pueblo vecino de Fayón, cuya estación de tren registra casi un siglo de despedidas y bienvenidas. Pueblo y estación también han quedado sepultados bajo el agua con alguna feliz excepción que sirve de pretexto para se organicen paseos en llaüt por el río. Para ser rigurosos hay que decir que las embarcaciones actuales solo comparten el nombre con aquellas históricas que le sirvieron al autor de Camino de sirga para narrar algunos de los episodios más heroicos de la novela. Y es que ahora las circunstancias son mucho menos exigentes, con un agua mansamente embalsada y profundidades muy estables que evitan los frecuentes encallamientos de antes.
Sea como sea, vale la pena embarcarse para disfrutar de las vistas y, sobre todo, para escuchar las historias sobre la desaparición del pueblo viejo de Fayón desde el punto de vista humano. Hoy nos las cuenta Eva Amposta, una enamorada de las tierras del Ebro y soplo de aire joven para luchar para contrarrestar una presa, explica, que no solo inundó las casas, sino las formas de vida que ofrecían las fértiles vegas del Ebro y el Matarraña. El punto álgido de la visita es la llegada al campanario del pueblo viejo, a propósito del que nos cuenta algunos episodios particularmente dramáticos de una despoblación que tuvo que culminarse por la fuerza de las amenazas.
Otra parada estelar del paseo en llaüt es la de los restos de un viejo puente ferroviario del que solo se conserva su parte final: una boca de túnel que conducía a la vieja estación de Fayón. Se concluyó en 1933, pero tuvo una vida muy corta ya que fue escenario de batallas durante la Guerra Civil y la aviación republicana acabó bombardeándolo para tratar de evitar el avance del ejército de Franco. Una réplica de la boca del túnel la podemos encontrar arriba, en el pueblo nuevo de Fayón, decorando una de las estancias del Museo de la Batalla del Ebro, que alberga una de las colecciones más importantes de patrimonio relacionado con el conflicto, con piezas de artillería, propaganda, uniformes, recreación de posiciones de campaña...
El museo tiene una razón de ser bien sólida: sobre Fayón se lanzó el primer ataque republicano, el 25 de julio de 1938, que daría el pistoletazo de salida a la última gran batalla de la Guerra Civil. El espacio, junto a las recreaciones de la batalla que se organizan anualmente, sirve de dinamizador económico para el pueblo nuevo de Fayón, que ha conseguido preservar parte de su encanto pasado gracias a unas coquetas viviendas, bajas y encaladas. En cualquier caso, los recuerdos del pueblo viejo son una constante, por ejemplo, como decoración de los bares; de hecho, el espacio favorito de locales y visitantes es la ermita de Nuestra Señora del Pilar, el único edificio en uso construido antes de la desaparición del viejo Fayón, donde hay un mirador de excepción al Ebro.
Pero volvamos al río y a la cabeza del túnel que dejamos en nuestro paseo en llaüt para poner un broche chill a la ruta. Frente a los restos del puente ferroviario se encuentra el Port Massaluca, ya en la provincia de Tarragona. Hace las veces de camping, con bungalós comprometidos con el medio ambiente del que dependen, además de empresa de alquiler de kayaks y embarcaciones orientada a la práctica de la pesca. Desde su embarcadero también se pueden contratar los paseos en llaüt. Pero quizá por encima de todo sea una ubicación privilegiada, con un nivel del agua sorprendentemente estable durante todo el año, perfecta para relajarse y comer.
Desde la sencillez, sin grandes aspiraciones pero con gusto por el trabajo bien hecho, su cocina sorprende con buenos arroces, carnes a la brasa y algunos platos con algo más de carácter, como su "carpaccio" de oreja, sus boquerones rebozados con miel y vinagre de Módena, o su flan de orujo.
Platos de sabores intensos, con abundante sal, azúcar y especias, que hacen que se disfrute lo que probablemente sea su mejor cara: una buena bodega con vinos de la denominación de origen Terra Alta, cuyas peculiares bodegas modernistas pueden ser un siguiente paso en la ruta.