Compartir

No te pierdas ningún destino

Crea tus rutas, encuentra y guarda los mejores destinos con nuestra App.

Descargar app
{{title}}
{{buttonText}}
cala deia ruta tramuntana

Ruta por la sierra de la Tramuntana (Mallorca): Deià - Sóller

La montaña que no quiso renunciar al mar

Actualizado: 18/02/2020

Fotografía: Sergio Lara

La ruta GR-221 recorre la sierra de la Tramuntana de Mallorca en diferentes etapas. Hemos elegido la más bonita y fácil, que incluye una cala, un faro, un asiento de primera fila con vistas al skyline de la montaña y dos de los pueblos más hermosos de la isla: el montañés Deià y el marinero Sóller.
Descárgate la App, acierta con tus planes y gana premios
Descargar app

Una de las mejores descripciones del paisaje interior de Mallorca, de la sierra de Tramuntana, es la que hizo George Sand, que conoció la isla en 1837. Su idea de pasar un bucólico invierno en un clima templado, en compañía de sus dos hijos y del compositor Frédéric Chopin, se vio truncada por una inusual ola de frío que duró varios meses, una sucesión de incomodidades y, según cuenta la escritora en su obra Un invierno en Mallorca, unos lugareños hoscos, incultos e interesados únicamente en el dinero.

alt

El libro es una sucesión ininterrumpida de insultos a los mallorquines, pero aun así se vende como estrategia de márketing en las librerías, junto a las guías de viajes. El cabreo que se cogió Sand con su casero y los pobladores de Valldemossa no le cegó, sin embargo, para poder apreciar toda la belleza del paisaje, que definió como El Dorado para los pintores, "hay un verde helvético bajo un cielo calabrés, en medio de la solemnidad y el silencio de Oriente".

Efectivamente, hay algo oriental en la Tramuntana que la diferencia de las demás sierras. Algo difícil de describir y que solo puede apreciarse internándose en ella. Estos bosques mantienen una suavidad dentro de lo agreste; salpimentada por cipreses, palmeras y hasta pequeños cañaverales. Los caminos empinados siempre llevan recompensa: un mirador a un Mediterráneo esmeralda, a unas montañas que al atardecer se vuelven de color rosa, o a un mar de vegetación que, a veces, puede resultar sorprendentemente exuberante.

Cuando no se cumple la ley de Murhpy

Además, esta montaña mallorquina, que en 2010 fue declarada Patrimonio Mundial de la Unesco, cuenta con los senderos de pedra en sec. La ruta GR-221, con 90 km, recorre la sierra de Tramuntana en varias etapas y se abastece de los antiguos caminos, restaurados ahora por el Consell de Mallorca. La forma de pavimentar esas calzadas rurales era con piedras juntas, sin emplear ningún tipo de argamasa entre ellas, de ahí su nombre de "seca".

alt

Dentro de esta ruta, la etapa de menor dificultad y una de las más bonitas (por una vez, la ley de Murphy no se cumple) es la que va de Deià (refugio 'Can Boi') a Sóller (refugio 'Muleta'). Esta caminata de cuatro horas y media y 10 kilómetros, no solo une dos de las poblaciones más icónicas de isla, imprescindibles para el viajero, sino que nos da la oportunidad de ver Cala Deià (al pasar muy cerca) y acabar el día con una vista espectacular del puerto de Sóller, desde el humilde pero evocador faro de Cap Gross.

alt

Al noroeste de la isla, esta pequeña localidad está formada por un conjunto de casas de piedra de marés y contraventanas de color verde, cuidadosamente integradas en el paisaje. Tener casa en Deià, si no se ha nacido aquí, es sinónimo de estatus, por eso gran parte de los residentes de este lugar hablan inglés, alemán, noruego, sueco o suizo, formando una sofisticada y pudiente Torre de Babel. La culpa de todo la tuvo el escritor inglés Robert Graves (1895-1985), que se instaló aquí buscando un lugar barato, alejado del mundo y con buen clima para escribir, y cuyos restos yacen ahora en el cementerio de Deià, junto a la iglesia. Pero eso fue hace mucho tiempo, cuando Mallorca era una isla perdida, a la que a nadie en su sano juicio se le ocurría venir.

Un pueblo montañés con cala incluida

Los albergues que forman la red de refugios de Mallorca están situados en lugares estratégicos y con encanto y permiten pernoctar por muy poco dinero, aunque también los hay para disfrutar de un pícnic o barbacoa. Hay refugios de montaña y costeros, y para acceder a ellos solo hay que reservar plaza o apuntarse en la larga lista de espera, habitual en los meses de primavera y verano.

alt

Nuestra ruta empieza en el refugio de 'Can Boi', en Deià y el primer tramo transcurre por un estrecho sendero. A la derecha hay un riachuelo y a la izquierda las partes traseras de las casas, siempre reveladoras y simbólicas, con sus patios o huertos y sus imprescindibles limoneros, naranjos y buganvillas. En todo momento y a lo lejos, puede verse el típico paisaje de la sierra de Tramuntana: las fincas ordenadas en terrazas de distintos niveles y rodeadas por pulcros muros de pedra en sec. Tras 20 minutos de marcha, el bosque se acaba en el Pont de Sa Cala, un puentecillo que cruza un riachuelo.

alt

Los que quieran seguir la ruta solo tienen que cruzar la pequeña carretera y continuar el sendero, pero merece la pena acercarse a Cala Deià, a tan solo 10 minutos andando. El premio es una de las calas con más historia de la isla. Aquí venía Graves a darse su baño diario, a esta pequeña playa de cantos rodados y aguas de un color indefinido, que oscila entre todas las tonalidades del verde. Hay dos bares-restaurante que en verano están hasta la bandera; por eso primavera es la mejor época para disfrutar de esta incómoda pero preciosa playa y hasta darse un chapuzón. Las medusas (que no son tontas y buscan las mejores aguas) también gustan de este lugar, por lo que nunca está de más comprobar si nos hacen compañía.

La abrupta costa de Llucalcari como telón de fondo

De vuelta a la ruta y tras saltar un botador –especie de escalera que se ponía para que el ganado no entrara–, iniciamos el camino de Sa Pesta, que es ascendente y pasa por bosques de olivos, pinos y encinas. De vez en cuando, algún claro o pequeño recodo nos muestra la costa de Llucalcari con diferentes filtros dependiendo del grado de luz y sol del día. Puede ser gris y misteriosa o azul añil, con todas las promesas de felicidad de un día de verano.

alt

El camino pasa por el predio de 'Son Bujosa'. Una antigua posesión (el equivalente mallorquín a la masía catalana) con su huerta de árboles frutales y almendros. La Mallorca rural y vaciada resucita y 'Son Bujosa' se anuncia como alojamiento para cuatro personas amantes de la tranquilidad y el sosiego. Pasada esta casa, el camino se cruza con la carretera MA-10, por la que hay que andar unos metros. En primavera es frecuente ver pelotones de ciclistas extranjeros que vienen a recorrer la isla sobre dos ruedas. Hay que internarse de nuevo en el camino. Subidas y bajadas nos llevarán a la pequeña aldea de Son Coll (unas pocas casas) y, más adelante a la Font de Ses Mentides, un lugar donde brota el agua que riega los huertos del Pla des Coix. Después, el conjunto de casas de Can Miquelet nos indica que entramos en el término municipal de Sóller.

alt

La ruta nos lleva a una gran casa de tres plantas, con una preciosa puerta de entrada en forma de arco frente a un imponente mirador. Hemos llegado a Son Mico y Can Prohom. Dos casas que comparten una única estructura arquitectónica. La segunda es ahora propiedad particular. 'Son Mico', sin embargo, es un pequeño agroturismo de cuatro habitaciones y sirve una de las mejores tartas caseras de la sierra de Tramuntana, elaboradas por las hermanas Isabelle e Inés, mitad francesas, mitad mallorquinas.

Olivos centenarios que juegan a dar miedo

Contrariamente al resto de la isla, la temporada senderista hace que este lugar abra solo en primavera (del 1 de febrero al 31 de junio) y en otoño. Si se tiene suerte de coincidir con el calendario hay que hacer una parada para probar la famosa tarta de limón con merengue, top ten en TripAdvisor. O, si la dieta lo impide, al menos tomar resuello y descansar los pies unos minutos. El espectáculo de su mirador merece la pena, ya que desde aquí pueden divisarse los picos más emblemáticos de esta sierra: Puig de Bálitx, el puntiagudo L'Ofre y Puig Major (el más alto de Mallorca y Baleares).

alt

Con el regusto del dulce y las piernas más descansadas abandonamos este lugar. Bajando por el sendero enseguida vemos la Capilla de Castello, olvidada y a punto de convertirse en una ruina irreparable, junto a una palmera que ha vivido tiempos mejores. En este punto del camino hay que tener cuidado para no perderse. La ruta no está todo lo bien señalizada que debiera y un porcentaje bastante elevado de senderistas han tomado desviaciones equivocadas al llegar a este lugar teniendo que desandar el camino. El problema es que hay distintas formas de llegar a Sóller desde aquí.

alt

Si se sigue recto, que es lo que la intuición señala, abandonaremos la ruta GR, que aquí hace un giro a la izquierda y baja hasta el collado de Can Bleda, donde también hay un agroturismo, por si nos perdemos y se nos cae la noche encima. 'Son Bleda', como se llama este establecimiento, se asienta en un antiguo monasterio del siglo XII y cumple con todos los ingredientes del lujo rural mallorquín. A saber: silencio, piscina con vistas a la costa, terraza donde cenar mirando a las montañas, casona con sus patios llenos de plantas y palmeras y la sensación de querer ingresar en la mafia o en cualquier organización criminal para saborear esto más a menudo.

Si seguimos fielmente nuestra ruta, lo que no siempre es fácil, nos internaremos en la zona de Béns d’Avall. Un tramo llano que ofrece vistas a la costa de Deià y a la punta de Sa Pedrissa. Aquí empezamos a descender y debemos estar atentos para tomar el camino de Muleta que nos llevará al valle del mismo nombre. Los protagonistas son ahora los viejos olivos, que adoptan formas divertidas, sorprendentes, siniestras y que los senderistas aprovechan para hacerse selfies en las posturas más insospechadas.

Un faro al final del camino

De noche el Valle de la Muleta bien podría servir de escenario a una película de Tim Burton, puesto que las variadas formas podrían confundirse con animales y monstruos. Pero de día estos inocentes árboles pueden ser el lugar perfecto para hacer una parada para el bocadillo, o el caviar y champán francés, que el senderismo admite muchos niveles. Dos casonas interrumpen este paisaje vegetal. Una de ellas está en obras, camino de convertirse en agroturismo, aunque sus obreros no conocen aún el nombre del establecimiento.

alt

Hay que permanecer atentos a la desviación que indica el camino al refugio 'Muleta', el punto final a nuestro recorrido. El sendero asciende ligeramente mientras nos muestra la torre Picada, en el extremo del puerto de Sóller, como un espejismo. No hay que fiarse de estas imágenes seductoras que a veces dan una falsa idea de cercanía. Pero con el mar delante, la pendiente a nuestro favor, es decir hacia abajo, y un camino que conserva parte de su antiguo empedrado, empezamos ya a ver la luz al final del túnel. Bueno, más que luz se empieza a apreciar el faro de Cap de Gros, que se levantó en 1842.

Pero antes hay que pasar un aljibe y, más adelante, un antiguo horno de cal, atravesar unos viejos bancales y, si empezamos a ver gatos (bastante grandes, por cierto), es señal de que ya estamos en el refugio 'Muleta'. Una casa de dos pisos con las contraventanas marrones que, desde 1912 a 1944, desempeñó el papel de instalación telegráfica. El refugio cuenta con un bar-restaurante con mesas corridas y una chimenea que se agradece mucho en los meses de frío. Junto a este edificio y sobre los acantilados está el blanco y sencillo faro.

alt

La vista que ofrece el mirador, personalizado con un pequeño árbol que ha adoptado la forma del viento, es digna de una larga y saboreada pausa. El pequeño puerto de Sóller aparece a lo lejos, con su barrio marinero de Santa Caterina, los dos faros del lado norte de la bocana y las pequeñas casitas y hoteles en torno a la playa. Y, si hay suerte y unos prismáticos, puede hasta verse el viejo tranvía que hace el trayecto entre el pueblo y su puerto. Para los que tengan tiempo y ganas, tres kilómetros cuesta abajo, los separan de formar parte de ese decorado. Sentarse en una terraza junto al muelle, pedir una cerveza o un helado (esta localidad es famosa por ellos) y saborear la felicidad disfrazada de sudor, sano cansancio y perspectiva de agujetas, en esa hora mágica en la que los barcos de pesca vuelven al puerto.

Te puede interesar