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Ruta por las Foces de Lumbier y Arbayún (Navarra)

Donde el diablo se asoma al vacío

Actualizado: 08/11/2019

Fotografía: Ana Oses

Agua, roca y tiempo han moldeado dos de los cañones naturales más impresionantes de Navarra, las Foces de Lumbier y Arbayún. Esta es una ruta por gargantas con formas aparentemente imposibles, donde la estrechez del paisaje da paso en algunos puntos a cómodos caminos y playas en plena montaña navarra.
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Solo media hora en coche separa Pamplona del murmullo del río Irati. Este es el responsable de haber abierto la roca, a lo largo de los siglos, que ha cristalizado en la Foz (garganta, en lengua romance de Navarra) de Lumbier. Aunque es una expresión que traslada al mismísimo mundo de Tolkien, estamos en la Navarra Media, y así les gusta reiterarlo a los lugareños.

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Llegar a la Foz de Lumbier es dejarse embaucar por el sonido ambiente de las aves. Esta es una tierra de rapaces, donde el buitre leonado no deja lugar a dudas de quién es el anfitrión, junto a las águilas perdiceras, los alimoches o las chovas (pertenecientes a la familia de los córvidos). En esta excursión de 24 horas se les escucha volver a sus nidos tras un buen festín. Alzando la vista, aparecen varios buitres leonados sobrevolando apaciblemente la garganta, tras su almuerzo en el muladar, el terreno donde yacen las presas que han dejado los ganaderos.

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Zona prepirenaica, la Foz de Lumbier puede recorrerse rodeando la foz a lo largo de 5,5 kilómetros, o siguiendo un camino lineal de dos kilómetros y medio (atravesándola en paralelo al río). Un paseo de una hora por las que fueran las antiguas vías del tren, El Irati, que entre 1911 y 1955 conectó Pamplona con los pueblos de Aoiz y Sangüesa. Son estos caminos legendarios por los que cruzaban las maderas de la Selva de Irati, transportadas por el que fue el primer tren eléctrico de pasajeros de España. "Los troncos tenían que llegar hasta la estación por el río, por lo que los madereros los ataban y los llevaban corriente abajo hasta llegar a Aoiz, donde los cargaban en el tren. Es lo que se conoce como las almadías", cuenta Íñigo Urbina, del Centro de Interpretación de las Foces de Lumbier.

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Pero todo pasaba por aquí, por el corazón de esta garganta de tonos ocres y rojizos –hoy Vía Verde–, donde predomina la naturaleza mediterránea. Un paseo acompañado solo por el rumor de las aguas del río Irati, que, llegado al pueblo de Lumbier, se une al río Salazar, uno de sus afluentes. Esta reserva natural es apta para todos los públicos: para los más aventureros que deciden pasar una jornada haciendo descenso interpretativo en los rápidos que forma el río (a través de empresas de turismo activo como 'Nattura'), así como para familias que optan por transitar esta senda llana, rememorando entre encinas, bojs y coscojas aquellos días en los que el sonido del tren resonaba entre roquedos.

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Pasado marino y ferroviario

Dos túneles reciben al excursionista en su ruta, dos inmersiones en esta roca caliza de cien metros de altura que hace miles de años descansaba bajo el mar Cantábrico. "Hoy quedan los fósiles de antiguos moluscos marinos, alguna duella dactilar, así como los restos de las olas plasmados en estas ondulaciones de la roca, todas ellas pruebas de ese pasado marino de la montaña navarra", dice Lorea Oñate, del Centro de Interpretación. También está todavía muy presente el pasado ferroviario, donde con linternas se pueden apreciar las poleas del techo, así como postes, restos de carteles y unos recovecos excavados en la pared que resguardaban a lugareños y peregrinos cuando pasaba el tren.

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Son 1.300 metros de recorrido donde hay lugar para el misticismo, con una historia que prevalece por encima de todas: "Se dice que en el siglo XVI una vecina de Lumbier –cuenta Íñigo Urbina– quería cruzar la foz pero no podía. Así que decidió venderle el alma al Diablo que andaba por estos parajes y éste le construyó un puente en una noche. La vecina pudo cruzar, pero en 1812, en la Guerra de la Independencia, las tropas españolas lo destruyeron para que no pasara el séquito de Napoleón".

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El puente protagonista en esta leyenda es el conocido como 'el del Diablo', aunque algunos vecinos de la zona prefieren cambiar a este personaje por un ángel. Aunque hay que tener precaución si se quiere llegar hasta el único extremo del puente que hoy permanece, hay una pequeña senda que discurre hasta allí, a la que puede accederse agarrado a una cuerda y pegado a la roca. Unas vistas dignas de desafiar el vértigo y que a los más atrevidos regalan el poder ver la poza de aguas turquesas que hay bajo el Puente del Diablo, de 38 metros de profundidad, desde las alturas.

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Una foz para recorrer con la vista

La Foz de Lumbier cuenta con una prima-hermana en esta zona: la Foz de Arbayún, la mayor garganta de Navarra en cuanto a extensión, pero no transitable. A apenas quince minutos en coche de Lumbier, Arbayún deja ver su espectacularidad solo desde el mirador de Iso, el único habilitado. Seis kilómetros de extensión para recorrer con la vista, donde el río Salazar discurre entre paredes verticales de casi 200 metros de altura.

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En esta Reserva Natural hay que hablar de microclimas, ya que las carrascas, quejigos y coscojas mediterráneas conviven con otras especies de zonas húmedas como los avellanos, hayas o tilos. Las grandes rapaces también habitan estos parajes, en especial el buitre leonado, que tiene en la Foz de Arbayún una de las mayores colonias del mundo (250 parejas). Pero también es este reino del quebrantahuesos, del águila o el búho real.

El guardián de estos juegos de la naturaleza es Lumbier, pueblo alfarero que da la bienvenida a través de sus callejuelas entre casas de piedra y madera. Su plaza mayor recibe al viajero con la Iglesia de la Asunción de fondo, del siglo XVI, mientras los lugareños saludan e invitan a tomar el vermú, acostumbrados a estas visitas durante todo el año.

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Lumbier presume de tener un pasado de villa fortificada, un legado que mantienen especialmente algunas de sus casas, con 500 años de historia, el orgullo de sus vecinos. Pero ante todo Lumbier es pueblo de puentes, gracias a ese papel de cruce de caminos entre los ríos Irati y Salazar. El más característico es el de Las Cabras, a las afueras, donde los más afortunados en un día claro quizá puedan ver nutrias y truchas, barbos y salmones.

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La parada foodie en Lumbier es 'Iru Bide' (Av. de Bijues, s/n), el restaurante del chef Javier Burguete que, 49 años después, continúa junto con su hermana el legado de sus padres. Un homenaje al producto navarro por excelencia, donde en temporada de otoño destacan los platos de caza y hongos, como las Patatitas asadas rellenas de hongos con cebolleta caramelizada y escalope de foie a la sartén, o el pichón estofado con pastel de patata trufado. Pero 'Iru Bide' también responde en todos los sentidos de la palabra a su significado en euskera: Hiru es tres y Bide significa camino, por lo que cruzar el umbral de esta casona de piedra ya da cuenta de que nos encontramos en un pueblo que ha sido desde siempre encrucijada entre Francia, Navarra y el resto de España.

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Montañeros nacionales, pero también extranjeros, vienen hasta aquí a probar la interesante carta de vinos navarros cada vez más conocidos, como el Pago de Cirsus de Ablitas (al sur de Navarra, cuyo restaurante cuenta con 1 Sol Guía Repsol), o los vinos de San Martín de Unx, un pueblo de la baja montaña navarra que ha hecho de este producto su sello distintivo, además de los inconfundibles Ochoa, Chivite y Homenaje.

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Un campo medicinal en el pulmón de Navarra

Pero hay un baluarte más que ha exportado este pequeño pueblo prepirenaico. A solo cinco minutos en coche, un camino de tierra llega hasta la finca Bordablanca, una plantación de hierbas y flores medicinales, propiedad de 'Josenea', empresa dedicada al mundo ecológico. Más de 60 plantas llenan de color las tierras colindantes a Lumbier, gracias a Jesús Cía. Aquí los tejados son de tierra y cada planta se recoge a mano. Todo es medicinal, y se producen extractos para diferentes usos, como la alimentación, la cosmética o los laboratorios. "Nuestro fuerte son las infusiones para un mercado fundamentalmente femenino. La mujer de entre 25 y 60 años es nuestro principal público", dice este antiguo mecánico, que dio un giro radical a su vida para dejar su huella en el sector de la agricultura ecológica.

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Cultivan y secan, cuidan y conciencian de manera 100 % artesanal. Todo de manera natural, inspirados por una economía circular, en una especie de reencuentro con el pasado. Aunque todas las plantas tienen su historia, hay una que destaca por encima de todas, por su aspecto de múltiples flores blancas apiladas en una sola. Se trata de la Achillea millefolium, "que deriva del griego Archilleía en alusión a Aquiles, quien era ducho en el arte de la medicina con la que curaba a sus guerreros". Es una planta beneficiosa, por tanto, para la regeneración de tejidos.

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En esta finca producen en función de las peticiones del mercado. "Este año hemos cultivado muchísima albahaca, porque no había en el mercado; pero hoy mismo nos han pedido dos toneladas de Hierba Luisa desde China, ya que necesitan homologación europea para entrar en Estados Unidos, como ocurrió hace unos meses con otro gran pedido de té", explica Cía, a quien recientemente el Parlamento de Navarra le concedió la Cruz de Carlos III El Noble por su labor de integración de personas en exclusión social al mercado laboral. "Con la gente que nadie quiere se puede hacer una gran empresa, y hacerla rentable", dice orgulloso Jesús.

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La vuelta hacia Pamplona por las carreteras entre los valles siempre es con el sol encajado entre esas gargantas, ensamblado perfectamente entre el sonido de los ríos Irati y Salazar, el eco de aquellos días de viaje en tren y el choque primigenio de cuando las olas empezaron a dar forma a uno de los paisajes más emblemáticos de esta Navarra diversa.

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