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El Parque Nacional cierra en invierno y los ancestros de aquellos caballeros, comerciantes y monjes aprovechan la calma para deslizarse por los gallizos de esta vieja fortaleza, testigo de la historia desde hace mil años. Descubrir el pasado y sus leyendas con niños, adolescentes o adultos bajo un día de sol espléndido y frío, o con las calles nevadas y las chimeneas espantabrujas con sombreros blancos, es una de esas aventuras que se fijan en la memoria.
"Allá en las montañas, al pie del macizo más bonito jamás visto, el Mondarruego –que significa monte rojo porque se tiñe de ese color al atardecer–, hay un pueblo detrás del cual ya no queda otro hasta llegar a Francia. Por allí vivían los monjes hospitalarios, se llega hasta la brecha de Roland –la que abrió con su espada Durandal–. Imaginad lo que era subir por estos caminos con el caballo, hasta cerca de Francia. Sí, la historia se puede contar como un cuento".
Son poco más de las 9.30 de la mañana de un día de diciembre y Pilar Fuertes, "la maestra" para los más de 200 habitantes de Torla, experta en historia medieval, abre las posibilidades infinitas de este pueblo en invierno. Lo que aquí llaman temporada baja resulta el tiempo perfecto para quienes buscan el turismo de montaña mezclado con la historia, lejos de las multitudes de las pistas de esquí o el senderismo en procesión. El Parque Nacional de Ordesa –cumple centenarios junto con el los Picos de Europa en 1918– "ya se vende solo y este pueblo y sus alrededores, con sus otros valles –Bujaruelo y Otal–, bien valen otras historias".
Lo primero que sorprende del conjunto fortaleza es su aspecto de villa medieval sin tachones del siglo XX. Entre sus casas de piedra y tejados de pizarra no agreden a los ojos barrabasadas propias de la especulación inmobiliaria. Ana Sánchez, la farmacéutica del pueblo, sonríe sentada al lado de Pilar. "En las épocas de crisis, cuando todo el mundo saltaba, nosotros dormíamos. Por eso, el pueblo no está destrozado. Solo hay dos edificios de apartamentos a la salida, algo fuera de contexto, pero no demasiado para lo que se ve por ahí".
Recorrer Torla, uno de los pueblos más bonitos de Huesca, con estas mujeres es descubrir otros rincones diferentes a los que se frecuentan cuando uno llega, casi de paso, para atacar las conocidas cascadas de Ordesa. Torla, cuyo significado es torre, está emplazado sobre una peña enorme de piedra sobre la que se levantó una torre de vigilancia –luego castillo y hoy Museo Etnológico– y la Iglesia de San Salvador. Forma parte del Valle de Broto, históricamente enfrentado al valle francés de Baregés, cuyas luchas dieron días de gloria a Torla.
"Eligieron este lugar para la torre porque tiene una vista privilegiada si los franceses decidían atacar. Aquí no llegaron los árabes, nuestro enemigos venían del otro lado de la frontera, que está a tan solo dos horas. La última vez que entraron fue en 1809, durante la Guerra de la Independencia, pero siempre hemos sido bravos. No hay mas pueblos hasta llegar a Francia, solo el hospital de San Nicolás de Bujaruelo", cuenta la maestra al pie del pequeño trozo de muralla que se extiende entre la Iglesia y el pueblo, con una magnífica panorámica sobre la entrada y salida al valle.
Las calles huelen a humo de leña de roble y el pueblo respira por las primeras nieves, aunque ya no es como hace años. Ahora difícilmente se quedan aislados unas horas. Como pueblo fortificado y frío, la gente vivía apiñada dentro de la muralla y alrededor de la Iglesia, que actuaba también como torre de defensa. La ruata, o plaza redonda, acogía a quienes vivían dentro de las murallas, muy apiñados con los animales, aprovechando el espacio y el calor. Pilar Fuertes recuerda a Pedro II y la herejía de los cátaros, tan perseguidos por el Vaticano que algunos de ellos terminaron refugiados en Torla, como en otros tiempos caballeros de las Cruzadas.
"En los archivos se encuentran apellidos que fueron premiados por haber ido a las Cruzadas y fueron recompensados por el Rey con un escudo, que ponían en la puerta de la casa. Los infanzones. Servía para identificar la nobleza de la familia y también para que el recaudador de impuestos no se parara a cobrar". La experta en historia medieval da el dato a las puertas de alguna de las casas fortificadas más hermosas del pueblo, mientras muestra el escudo de la villa. Una torre con las cuatro barras por encima, símbolo de la Corona de Aragón.
No todo fueron calamidades. Allá por 1645, muchos se hicieron ricos con la feria de Yedra y se creó una figura muy curiosa para el desarrollo del pueblo. "Hablamos del correspondant –explica Pilar, mientras asciende con Ana hacía las casas más altas de la plaza– Como no querían pasar dinero de un pueblo a otro por temor a los bandidos, en otro pueblo de Francia se escogía a una persona de confianza y se le dejaba el dinero de lo que habían vendido en la feria hasta un año después. Y viceversa, un francés dejaba el dinero de lo que habían vendido y los sueldos jaqueses, hasta un próximo encuentro de feria. Tiempo después, se intercambiaban lo sacado por las mercancías y muchos se hicieron ricos".
Comerciaban con hielo, sal, aceite del Somontano, animales, esquillas –cencerros–. De la parte española salían materias primas menos elaboradas, aunque había otras, como las medias de estambre "que se sacaba de la oveja ojinegra, típica de aquí, cuya lana tiene mucho estambre. Hay dibujos de pastores elaborando las medias", cuenta Pilar. De Francia llegaban cosas mucho más elaboradas, como los relojes desmontados por piezas y cierta maquinaria.
Pese a que Felipe II prohibió vender caballos a los franceses –eran un bien de guerra para la batalla y los jinetes– las gentes de la frontera tampoco le hicieron mucho caso. La capital estaba muy, muy lejos y aquí había que sobrevivir. Y vaya si lo hicieron. Toda la arquitectura del pueblo recoge esos avatares, buenos y malos.
Con tanto dinero, llegaron de Francia maestros canteros –como ya sucede en otros lugares de Pirineo– el más conocido de todos, Aucum de Azur, a quienes se deben algunas de las ventanas renacentistas –"parecen venecianas", comenta la historiadora– que hay en las mejores casas fortaleza. "Junto a los del comercio hay que apuntar a los notarios. En la Edad Media había más notarios que ahora, se tomaba nota y levantaba acta de todo y cobraban. Imaginad cuánto, por eso algunas otras de las casas más notables del pueblo, como las de los Orús que tienen dos peces en el escudo, se hicieron con posibles".
Para cuando volvemos a pasar por la antigua casa de Aduanas –hoy en desuso pero magnífica– Pilar y Ana ya nos han mostrado las ventanas ojivales del maestro cantero del Renacimiento, las troneras –o arpilleras– de las grandes casas, el lugar donde estuvo la antigua puerta de Francia y han hablado de los apellidos de las del pueblo: Casa Ruba, Casa Viu, Casa Oliván, Casa Café. La sorpresa espera a la puerta del Restaurante 'El Rebeco', un lugar que esconde la esencia de lo que debió de ser Torla hace quinientos años: "Veréis qué cocina, es asombrosa".
Y sí, con la boca de par en par estamos ante la cocina de la Casa Ruba, que hoy acoge al restaurante de Ramón Viu. Viu, pese a estar en plena faena, preparando la carne a la brasa que ofrece en el local, enseña encantado la maravillosa cocina y la casa de su familia desde hace siglos. "Mis bisabuelos y abuelos se sentaban aquí, en aquellos días invernales tan largos. ¿Imagináis la de de cosas que se debieron decidir en sitios así?".
Es fácil viajar al pasado nada más echar un vistazo a los altos escaños, labrados y dispuestos en L alrededor del fuego, con las tablas plegadas contra la pared, listas para ser extendidas en cuando el guiso estaba listo, los techos ennegrecidos por el tinte de la piedra y tantas horas de humos y secretos…
Afuera ya atardece, la luz azulada del invierno baña todo el pueblo y el Mondagorri está rojo como prometían Pilar y Ana por la mañana. Las chimeneas con los espantabrujas lanzan más humo y las tizoneras que hay por las paredes de todo el pueblo –actuaban como viejos braseros– cobran todo su sentido, trasladándose a un tiempo donde monjes hospitalarios, cátaros y derrotados caballeros del pobre Roland, rondaban por estas calles.
Al día siguiente, dos excursiones –tan maravillosas como accesibles– al Puente de los Navarros y a Fragen, de fácil acceso y para todos los públicos.
En Torla, en invierno los hoteles grandes suelen cerrar por vacaciones, aunque como aclara Araceli, del 'Hotel Los Abetos', "depende mucho del tiempo. Por ejemplo, nosotros abrimos hasta el puente de diciembre". Y al lado, el 'Hotel Bujaruelo' abre para fin de año. Pero el recurso más sencillo son las casas rurales, en general bien dotadas y siempre disponibles. Hay dos restaurantes –además del mencionado 'El Rebeco'– que se disputan la buena mesa: 'La Cocinilla' y 'El Duende'. Y bares donde los bocatas de chorizo, panceta o tortilla solucionan el comienzo de la jornada.