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Rutas literarias: Camino de Santiago en coche con Jean-Christophe Rufin (Día 1)

Una pavana inolvidable por el Camino Primitivo

Actualizado: 27/09/2019

Fotografía: Alfredo Cáliz

Alguna vez en la vida hay que hacerlo. A pie, en bici, en coche, a caballo. Viviendo en la Península Ibérica, privarse del Camino de Santiago, esa ruta que patean millones de personas de todo el planeta, es un error fácil de evitar. No nos debería echar atrás lo de hacer la peregrinación a pie. No es lo mismo, pero también se peregrina paseando el alma en un coche. Tres días para recorrer el Camino Primitivo, el origen de todo. Son 14 jornadas para el auténtico peregrino, 323 kilómetros. No hay palabras justas que definan la experiencia. Solo sensaciones, vida y paisaje siguiendo las huellas del escritor (dos premios Goncourt) y fundador de Médicos sin Fronteras, Jean-Christophe Rufin en El Camino Inmortal. Para contar a tus nietos.
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Jean-Christophe Rufin, novelista, médico, diplomático y aficionado a la montaña, se echó al Camino de Santiago dispuesto a no escribir ni una línea. Empezó un día de la segunda década de este siglo XXI. Tampoco dio más transcendencia al asunto –es montañero– ni recurrió al manido "necesitaba reflexionar" con que muchos justifican lo que no necesita explicación.

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Unos meses después de acabar la experiencia, ya en el hogar, "en la prisión de la memoria, el Camino se despertaba, aporreaba los muros, me llamaba". Se rindió. El resultado fue El camino inmortal –en francés, Immortelle randonnée– 219 páginas que son una incitación a buscar "cielos resplandecientes y senderos fangosos, ermitas solitarias y costas batidas por las olas". Con sus textos subrayados emprendimos el viaje.

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A falta de tiempo para hacer el Camino desde Hendaya, como nuestro autor, la elección fue acotarlo al Camino Primitivo en coche, el origen de todo. La experiencia no concede la credencial Compostela, pero aproxima a las razones de por qué hoy esta ruta medieval, mezcla de arte, historia, naturaleza y religión, es transitada por millones de personas de toda raza y creencia. Hemos topado con peregrinos y turis-peregrinos y de todos se aprende. Padecen el virus del Camino. Muy contagioso.

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El aperitivo en Valdediós, el Valle de Dios (Villaviciosa)

Da igual de dónde arranques, dice Rufin. Puedes salir desde la puerta de tu casa, ya sea en el corazón de Baviera, o de una casa rural en un pueblo de León. O del Monasterio de Valdediós en Villaviciosa (Asturias), un desvío que se permite el médico francés y del que partimos porque sí. Es un bello inicio.

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Finaliza agosto, pero "cae orbayu como dicen aquí" comenta la señora cincuentona –de algún lugar de Castilla– que espera a Roberto Carneado, el guía que abre la visita a la Iglesia de San Salvador, lo más hermoso del conjunto monumental de Valdediós. Nos invade una "DANA" –Depresión Aislada en Niveles Altos, nos lo acabamos de aprender–, término nuevo con que los meteorólogos dan la bienvenida a lo que hasta hace unos veranos era "la gota fría". El cielo está negro y lo único que tranquiliza la espera es que la tienda de las hermanas Carmelitas Samaritanas está abierta, con la hermana Ana al frente.

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La monja resulta ser la alegría del patio, de la tienda y de las relaciones de las monjitas con internet. "Llevamos aquí desde hace tres años, el 13 de julio del 2016. Estamos en el Camino del Norte y el Primitivo, por Vega de Sariego y Pola de Siero, un desvío de nada. Nos visitan los que están cansados de la costa (el Norte) o les agobia la gente del Camino Francés. Nunca tenemos mucha gente. Hay para acoger hasta 22 peregrinos. Llegan alemanes, de Taiwan, coreanos... Los coreanos venían con un sacerdote. La mayoría son católicos. Lo sé porque cuando piden indicaciones y les digo allí la capilla, o allí el claustro, si saben lo que son esos lugares, sé que son católicos".

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Mientras la hermana habla, ha preparado un pequeño kit del caminante que vende en la tienda, compuesto por árnica –"se lo llevan para las grietas y las durezas"– y otros ungüentos para los pies, lo más sufrido del auténtico peregrino. De paso, aconseja las pastas que ellas mismas hacen. El albergue, como los incluidos en la red pública del Camino, cuesta 6 euros la noche y sí, luce limpio y repleto de luz, abiertas sus ventanas al escaso sol de la mañana.

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Es el momento en el que Roberto abre la cancela hacia la joya del lugar, la iglesia prerrománica de San Salvador. Para Rufin, una de las mejor conservadas de entre todas las que se topa desde que arranca en Hendaya. "Es del estilo postramiriense, año 875", cuenta el guía, cuyo esfuerzo por hacer ameno el lugar empieza con una llave "del año 2006, con la que vamos a entrar a un lugar de hace 1.200 años".

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Alfonso I, Alfonso II el Casto, Ramiro I, su sobrino Ordoño, Alfonso III… El repertorio de los monarcas del Reino de Asturias, claves en la historia del Camino, se desgrana entre exclamaciones de admiración hacia la iglesia, con piedra de sillería, dorada ahora por el sol, espléndida en su sencillez. Cede la puerta y en su penumbra surgen dos restauradores, enfrascados con sus lupas sobre las antiguas pinturas.

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Al pequeño grupo de visitantes le invade la belleza austera que tiene el románico de Ramiro I, con los rastros de las columnas sogueadas en los capiteles, como los de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo. Cumple con los requisitos de los tiempos oscuros de la Edad Media y de la religión.

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Sobre Valdediós, reflexiona Rufin que "durante siglos, el cristianismo dio a Europa su poderío y su grandeza... Cada uno tenía su lugar asignado, remitiendo todo cambio al día siguiente de la muerte". Con una linterna, Roberto alumbra el dintel sobre una de las capillas de la iglesia, con letras en latín, donde reza algo así como "la mendicidad y la lepra caigan sobre quien profane el lugar". Con tal advertencia, como para no respetar el lugar asignado.

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Aquí ya huele a Reconquista. Ya sea por las tres capillas que le rodean o por la inscripción en el exterior, recordando "a los siete obispos que bendijeron la iglesia", señala el guía, un 16 de septiembre del año 893, en el siglo IX. Al atravesar el prado, de San Salvador a Santa María, donde se han encontrado restos del Paleolítico, es fácil entender por qué el médico francés recordaba a los peregrinos que "sienten de lejos las presencias telúricas, los efluvios mágicos, las ondas espirituales que emanan de una fuente oculta, del fondo de un valle". Valdediós tiene esas presencias.

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La puerta del gran monasterio se abre e ilumina la penumbra del enorme altar barroco. Instintivamente, la mirada se dirige en busca de los monjes "directamente salidos de un cuadro de Zurbarán", que el día que llegó el médico francés "cantaban las vísperas en el joyero de oro del maravilloso altar barroco". Esta mañana los monjes no están, pero sí el guía que ha conocido a algunos de ellos. Ricardo Carneado –ha debido ser monje o está muy cerca de Dios– señala la belleza del barroco con entusiasmo. Es abrumadora para quien considere el estilo demasiado ostentoso.

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Pero la curiosidad derriba prejuicios para acercarse a admirar el carruaje de la derecha del retablo, que lleva enganchado en sus ruedas a una imagen del diablo, castigado a ser machacado con cada rodada de la carroza. "Este monasterio, construido 325 años después de la iglesia, fue donado al Císter por el rey Alfonso IX y su esposa Berenguela", relata el guía, quien se apresta a responder a las preguntas de los visitantes. En esas ocasiones siempre hay uno que necesita exhibir que sabe más que el resto. No falla.

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A la salida, camino de Oviedo, el día está más gris. El orbayu flirtea todo el camino con las nieblas, a veces trozos desgarrados que se enganchan en los robles o entre los eucaliptos. Esto es Asturias, y para quien lo dude, aquí están hórreos y paneras de cuatro o seis pegollus . "En Asturias me vi inmediatamente impresionado por algo áspero, primitivo y al mismo tiempo de una gran nobleza. Un pequeño edificio omnipresente que se llama hórreo", cuenta el francés.

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No hay gasolineras a la vista, ni cafés, ni lugares de carretera, pero sí casas y aldeas solitarias que a veces tienen la suerte de caer bajo la mirada de algún peregrino extranjero con buena jubilación, y encuentran una segunda vida. Esa sensación dura poco.

De Valdediós a Oviedo hay 38 kilómetros; escoger la antigua N-634, ahora un paraíso de tráfico escaso gracias a la autovía del Cantábrico, es un acierto porque se mantiene más pegada a los pueblos que significan algo en la ruta. Van quedando atrás lugares como Pola de Siero, un referente jacobeo. Y llegamos, ahí está Oviedo.

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Oviedo, el principio de todo

“En Asturias, reino al que sus montañas protegían de las invasiones árabes, el rey Alfonso II, en el siglo VIII, al tener conocimiento del descubrimiento de las reliquias del santo en Compostela, decidió ir a ver personalmente ese milagro. Partió de Oviedo y trazó el camino de la primera peregrinación”, escribe nuestro francés. Alfonso II el Casto, sin descendencia sanguínea, su herencia sobre la divulgación de la leyenda de los restos del apóstol ha superado a cualquier estirpe.

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Aquí estamos, al pie de la placa que relata esos hechos frente a la catedral de San Salvador, corazón de Oviedo. Basta sentarse diez minutos en los escalones de la estatua de Alfonso II para observar el trajín que se trae el peregrino y el turista, conscientes o sorprendidos por lo que desvela ese cuadrado. Como está mediada la mañana, no tenemos la suerte que Rufin, quien salió al alba de Oviedo y "ningún turista impío ensuciaba con sus zapatillas la emocionante placa". Ahora, la placa es pisada cada minuto, pero quien se da cuenta lo evita. Eso sí, es difícil rozar la trascendencia que le echa el francés cuando da el primer paso. Para "precipitarme tras la pista de Alfonso II", escribe, que le recuerda al "pequeño paso para el hombre, un gran paso para la Humanidad".

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Pero pesa saber que hace más de 1.200 años un grupo de tipos calzados, como en las series medievales de Netflix y HBO, arrancaron esta gran película. La primera senda jacobea que ahora se patean más de 300.000 personas cada año, sin incluir turistas. La cultura, la naturaleza, la religión o los retos personales –o todo ello mezclado– une al personal desde aquí hasta Santiago de Compostela durante 14 o 15 jornadas. Para muchos, cubrir el Primitivo es haber hecho el Camino. Pero este es otro debate.

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Para Biviana y Victorio –ella de Murcia y él de Albacete– el Camino se ha convertido en una pasión desde hace unos años. Están al pie de la placa, pero ellos vienen desde Serdío, en el Val de San Vicente, Cantabria, más de 130 kilómetros. Son peregrinos, eso se ve a la primera nada más observar su equipo. El tamaño de la mochila, el desgaste de las buenas botas de caminante, la ropa. "Ya tenemos una Compostela, nos encanta", explica Biviana, morena, radiante tras seis jornadas desde Serdío.

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La media de un peregrino está entre 20 y 30 kilómetros al día, depende de la edad, de los días que tenga para disfrutarlo, del reto. A Victoriano, el recorrido por Cantabria y Asturias le parece único, aunque por ahora Roncesvalles-Somport se lleva los premios en belleza. "A veces nos reencontramos con gente que conocimos hace cinco años, como nos ha pasado ahora. No creo que se hagan amigos para intimar, pero sí amigos del camino, reencuentros felices. Es toda una filosofía, una cultura, una forma de andar", remata Victoriano, mientras se despide con el tradicional "Buen Camino".

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Desviar la vista de ellos y recorrer la plaza ante la catedral de San Salvador es confirmar que estamos en "Santiagolandia", como escribe Jean-Christophe Rufin. A esta Santiagolandia llena de vida, risas, espíritu entre religioso y boy scout pertenecen la media docena de jóvenes tiradas en el suelo, felices porque vienen desde León. "Es una parte del Camino Francés y sí, hay mucha gente, pero lo hemos pasado muy bien". Que sea agosto, que haya multitudes, da igual a los 20 años. Las subidas inmediatas a Instagram con sus historias, compensan todo. Que se sepa: ningún ángel, ni virgen ni apóstol ha protestado aún por la utilización de su imagen, no piden derechos de autor. Hay cola para entrar en la hermosa catedral, así que próxima etapa del coche en este día, el Monasterio de Cornellana. Media hora (33 kilómetros), algo más de un jornada para un buen peregrino.

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Cornellana, espiritualidad jacobea

Cornellana sigue en ruinas tal y como la encontró el escritor hace casi una década. En sus balcones, algunas pancartas claman por aprovechar sus mil años de historia para exigir su reparación. Sus muros no están por los suelos, pero los cristales rotos, las contraventanas deterioradas y el santo que preside la entrada hecho polvo, transmiten una triste sensación de desamparo.

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Todo lo contrario que el albergue que hay a la espalda del gran monasterio, como advierte Rufin en el libro. Allí está una pareja de holandeses entrañables. Acaban de finalizar la jornada, hacen la colada y se toman un vino blanco. Es media tarde y hasta las ocho no llega el encargado de sellar las credenciales.

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La carretera que lleva de Cornellana a Campiello parece un anuncio de las energías renovables. Los molinos aerogeneradores, blancos, elegantes, cortan con sus aspas los trozos rasgados de niebla. Y sus valles. "Asturias desplegó todos sus encantos. Fue durante esos días maravillosos una pavana interminable de valles salvajes y crestas suntuosas… de caminos trazados como unas caricias divinas en la ladera de las montañas", escribe Rufin, entrando en esa mística que ataca a tantos peregrinos del Camino, como si el aire estuviera impregnado con algún incienso mágico. De Cornellana a Campiello (28 kilómetros), en una tarde de agosto que semeja noviembre, se atisba ese estado de espiritualidad al que aluden los jacobeos en algunas etapas.

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Pero a Campiello vamos a la búsqueda de uno de los personajes al que Jean-Christophe Rufin más letras dedica en El Camino Inmortal. Se trata de una tal Herminia, mujer de negro como la recuerda él en 'Casa Herminia', el albergue privado de Campiello al que acuden franceses –muchos con el libro de Rufin–- holandeses, belgas, italianos, portugueses o norteamericanos.

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'Casa Herminia' (Campiello), buena comida y buena cama

Primera sorpresa, 'Casa Herminia' está muy lejos ahora de ser una modesta casa rural, donde se daba de comer a los peregrinos lo que hubiera, todo muy rico, por parte de una señora muy mandona y arremangada. Es un establecimiento moderno, perfectamente señalizado, que ocupa varias entradas en la misma carretera y está repleto de extranjeros. Unos esperan a que les sellen las credenciales dentro de la tienda con aspecto de colmado y parada de gasolinera; otros, a obtener las habitaciones.

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Da un poco de respeto preguntar por Herminia, aquella señora que describe el médico francés. Quizá se haya muerto. Ante la pregunta de si la señora vive, la carcajada de la empleada que sella a los peregrinos la jornada conmueve la fila. Está vivita y coleando. Y mucho.

Herminia viste de verde claro, tiene una abundante melena rubia, una sonrisa que le llena toda la cara y no aparenta más de 50 años. Y sí, asegura que es la misma con la que se topó Jean-Christophe la primera vez que vino. "Luego ha regresado más veces. Hace unas semanas vino un amigo. Y mira, aquí mismo tengo su libro en francés dedicado". Sí, ahí está la edición francesa, en una esquina de la barra con otras guías y libros –más bien extranjeros– que hablan de Herminia.

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Porque ella no para. Mientras la sigues por los pasillos, camino de colocar a tres turisperegrinas en su habitación –utilizan el servicio de Mochila Expres, visten ropa deportiva moderna para Instagram y vienen a disfrutar– va desgranando su historia. Llegó aquí vía matrimonio y se encontró con que la antigua pensión y casa de comidas de la abuela de su marido, que también se llamaba Herminia, podía ser una apertura al mundo en un lugar tan cerrado. Y empezó a pelear.

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"En los años 80, las gentes de aquí aún se reían de ver a algún pobre peregrino, desarrapado que hacía el Camino. A mí siempre me gustaron. Yo estoy abierta al mundo y el mundo viene a mí a través de todos ellos. Me gustaba darles de comer, escuchar, hasta que convencí a lo míos –especialmente a mi marido– de que de esto se podía vivir. No había ni legislación sobre los albergues privados. Tuve que buscar y buscar. Amplié el negocio en el 2008, sí, cuando empezaba la crisis, y aquí estamos".

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Todo ello lo cuenta mientras abre la ventana del dormitorio para las peregrinas, al tiempo que les convence de que la ruta más hermosa al día siguiente es la de Hospitales, la más antigua y que ella ha relanzado hace una década frente a Pola de Allande. Justo la que recomendó a Rufin y que le elevó a las más altas cotas espirituales. Algo que se repetirá en otros peregrinos con los que nos topamos, porque la división de opiniones sobre si estas rutas del Camino Primitivo son más o menos hermosas, o más que las de Roncesvalles es una constante.

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Para entonces, camino de su cocina, Herminia ya ha entrado en la historia de su suegra y de ella misma. En su juventud currando en San Sebastián, en la alegría y éxitos de sus dos hijos y de lo que ama esta aventura en la que esté embarcada. "Distingo a la primera a los peregrinos de los turisperegrinos. No solo yo, cualquiera de los que nos dedicamos a esto, pero todos son respetables. Ahora hay muchos portugueses, en bicicleta. Y los asiáticos, hace ya unos años que vienen".

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Tiene entre sus manos un enorme puchero de aluminio, con el que hace unos meses se presentó al concurso de "puchero" en honor de la otra Herminia, la abuela de su marido, la precursora. "Aprendí tanto de ella… Por aquí llegó a pasar la mujer de Franco una vez. Mi suegra daba de comer a todos. Así que en los tiempos duros pudo ir a ayudar a algunos que estaban en la cárcel porque conocía a los guardias que comían en su casa".

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Ella piensa que el libro de Rufin se debió vender bastante en Francia y Bélgica porque son muchos los que llegan con él en la mochila. "Los peregrinos necesitan descanso, buena comida y buena cama. Vienen buscando algo, unos a sí mismos; otros no saben aún el qué. Pero es difícil que nadie vuelva sin algo en el interior", cuenta.

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Y como el que rectifica ante las profundidades, salta a la parte material. "No sabéis la inversión que he hecho en colchones de viscoelástica, por ejemplo. El día antes de la inauguración, no hubo forma de que echara a un holandés que no me dejó ni quitar la funda esa noche… Yo soy muy creyente, pero el Camino acoge a todo el mundo. Hay muchos de otras religiones. He visto últimamente gente de Turquía, de Egipto –aunque hay cristianos allí, muchos– y del Líbano, por ejemplo".

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Grandas de Salime, paisajes hipnotizadores

Se necesitaría un invierno de nieve, nieblas y lluvias al pie del fuego para recoger las historias de esta mujer, siempre esperando a los jacobeos. Ha convertido una parada que se hace a mediodía, entre Tineo y Pola de Allande, en un punto y final para muchos viajeros. Porque ahora es un ir y venir todo el año, aunque la mejor época es la primavera y el otoño. Nunca en julio y agosto si se puede evitar. "También he salido en un documental en Arizona, yo no lo sabía, me lo enseñaron unos norteamericanos que me reconocieron. ¿Qué os tenéis que ir a Grandas de Salime? ¡Venga, que es largo aunque sea en coche y llueve!".

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Es verdad. De Campiello a Grandas de Salime hay 43 kilómetros, pero asaltan de nuevo las nubes, las montañas de cimas rapadas, la niebla y los palos que en invierno marcan la nieve. El atardecer de agosto ya no es el de junio, pero cae lento sobre las cumbres habitadas solo por los cantos rodados de pizarra, el piorno que mantiene el pulso con el brezo que extiende un escandaloso color rosa a finales de verano.

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Hacia Tineo por allí; o Borres, Berducedo, Pola de Allande, Buslarín. Nombres del Camino Primitivo que van pasando en diferentes indicaciones de la carretera, siempre rodeados de paisajes hipnotizadores ayudados por la caída de la luz. A veces, las cumbres de las montañas han intentado ser asaltadas por los viveros de pinos, con escaso éxito en su intento de trepar hasta la cima. Otras, las nieblas dejan ver un serbal –el árbol del cazador– en todo su esplendor. Y al fin, allá al fondo aparece el pantano de Grandas de Salime, lugar para descansar los viajeros y el coche tras una jornada que ha cumplido las expectativas muy por encima de lo previsto.

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