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No es para menos. Desde el mirador de la Caseta del Rey -así es como conocen el lugar en el Valle de Riaño porque el Rey Emérito pasó por aquí a cazar rebecos, según parece- el enorme bisonte, de algo más de 1.000 kilos, se recorta en la distancia. El atardecer alarga su sombra sobre la hierba y la roca. Su perfil recuerda, inevitablemente, a las pinturas de los de la Cueva de Altamira.
Es alucinante. ¿Cómo es posible que en el siglo XXI, en el Valle de Anciles -un lugar virgen, de verdad- en las montañas de Riaño, aparezcan esos animales, para muchos de nosotros ligados a la prehistoria? Pero ya pocas cosas sorprenden. Desde mitad de la tarde los viajeros del 4x4 han tenido la oportunidad de reírse con las búfalas de agua; ser agradecidos dando pan a los caballos potokka; fotografiar en las cumbres a los rebecos; alucinar con la cabra hispánica o escuchar el canto de un águila real.
“Los bisontes que tenemos en el Valle de Anciles son una especie diferente de la de Altamira. Este es un Bison bonasus, proveniente de Polonia, Bielorrusia y Rumania. Mientras que el de Altamira es el Bison priscus, hoy desaparecido”, aclara Pelayo García González, agente del Medio Natural y uno de los responsables de Sendas de Arnua, la empresa local de Riaño autorizada para realizar el safari por Anciles. Los científicos señalan que el bisonte de Altamira era más grande, pesado y de cuernos más largos, pero parecido a este que estamos viendo avanzar entre la hierba perezosamente, seguido de las hembras.
Toño, el guía del 4x4, llama a los bisontes y a las búfalas con nombre, “ven, Bonasus”, al macho, o “ven bonita, ven, Sumatra”, a la búfala que manda. Es más un método para que le reconozcan la voz que por tener un nombre. “No, no tienen nombre”, cuenta Pelayo, pero es una forma de hacer saber a los maravillosos bichos que los humanos amigables están ahí.
¿De dónde han llegado estos animales tan reconocibles en el imaginario nacional, gracias a perfiles estudiados en nuestra juventud, con la Cuevas de Altamira? “Llegaron en mal estado en abril de 2017, desde una finca de una ciudad del Levante”, responde educadamente Pelayo, mientras que Toño aclara que venían “famélicos”.
Mientras la búfala se para al pie del todoterreno exigiendo su ración de pan, metiendo la nariz a través de las ventanillas y peleando con las de su especie, averiguamos que tanto búfalas como bisontes formaban parte de un mismo lote, rescatados de las manos de un desaprensivo que fue multado por el mal estado de los animales. Hoy es un placer observarles disfrutar en estas 500 hectáreas que tienen en libertad.
“De los bisontes vinieron dos hembras y un solo macho. Ahora tenemos siete. Los lobos se comieron un ternero de bisonte recién nacido. ¿Que cómo es posible con este tamaño? Los lobos son listos; marean al ternero y a la madre hasta que le hieren. Y saben esperar su oportunidad”, explica Pelayo, quien también recuerda los momentos felices de estos años.
Como, por ejemplo, la mañana que subieron y se encontraron a la primera cría de bisonte recién parida. La hembra es flaca y no suele notarse mucho la preñez, porque las crías, pese al tamaño del bicho, son pequeñas. Observarlas al atardecer, cuando ya habíamos pensado que nos marcharíamos de Anciles sin verlas, es un placer. “Hay ya cuatro bisontes nacidos en Anciles”, reitera Toño, orgulloso.
“La gente nos pregunta cuál es el mejor momento para ver a los bisontes. Tanto los bisontes como los caballos pottoka están en un territorio grande. A veces podemos no encontrarlos, pero la gente se va igualmente feliz. La fauna y la flora de estas cuatro horas -además de las búfalas, rebecos, ciervos, cabras monteses, águilas-, compensan”, reconoce Pelayo. “Y la flora -hay especies de orquídeas como la piramidal, que empiezan a interesar a los botánicos; y el halcón peregrino, el águila real”, añade Toño.
Además de que las cuatro horas son un placer para la mirada por las vistas sobre el pantano de Riaño y el aspecto recogido pero majestuoso del Valle de Anciles, el contacto con la naturaleza, la conciencia de que es un proyecto sostenible, fruto de la cooperación entre el Ayuntamiento de Riaño, la Fundación del Bisonte Europeo y los responsables de Sendas de Arnua, genera una cierta euforia el ver a los animales a sus anchas. Estamos haciendo algo que la gente ya ha empezado a apreciar.
Toño cree que, después de la pandemia, mucha gente ha redescubierto la naturaleza, igual que aumenta la cultura de la sostenibilidad, algo que los equipos en Riaño cuidan. “En el Valle de Riaño parece que las cosas empiezan a mejorar también. Este es un lugar en donde la gente quedó en shock tras la batalla que se perdió cuando el pantano inundó los nueve pueblos. Ha costado salir de ese letargo, pero han comenzado algunas iniciativas privadas, como la del barco por Riaño; las actividades náuticas, nuestros safaris de Sendas de Arnua o la visita al Museo Etnográfico. Todo intentando mirar al futuro”, reflexiona Pelayo.
Los caballos potokka, donados por la conocida Lucy Rees -una mujer interesante, reconocida en la doma y cuidado de caballos como el potokka-, son los más descarados cuando se acercan hasta el coche. El macho -un auténtico machito patriarcal, grande y bruto- intenta meter la cabeza por la ventanilla y aparta a las hembras con coces y cabezazos. Lo que haga falta, pero ellas aguantan.
Las búfalas de agua son más pacientes, aunque también se cuelan por la ventanilla o apresuran su paso a recoger el pan premiado. Llegaron cinco hembras a Anciles, eran el lote obligado para traer los bisontes. Y el Parque de Cabárceno les donó un macho. Como las búfalas, al igual que las vacas, tienen tiempos de preñez más cortos que los bisontes, han aumentado su número con más rapidez. Los bisontes solo tienen un ternero al año.
“No es conveniente dar de comer a los animales, pero de vez en cuando un poco de pan sí que podemos. Y ellos lo agradecen”, subraya Pelayo. Ayuntamiento y Arnua han aprovechado el cierre perimetral que hace años se hizo en Anciles para reintroducir la cabra hispánica, de forma que los animales viven en semilibertad.
Esto no es un zoológico ni lo va a ser, resaltan los guías, que, como todos los habitantes de Riaño que han aguantado estos casi 40 años, tienen la esperanza de que proyectos así “ayuden a divulgar la cultura de nuestros antepasados, ponerla en valor. También que nuestras acciones sirvan para la concienciación de las dificultades en las comunidades rurales”.
Además de los bosques de hoja caduca -hayas, robles, fresnos más abajo, abedul- y las montañas calizas que dan cobijo a tantas aves, a Anciles han comenzado a llegar algunos interesados, adelantados y buscadores de flores curiosas. Los amantes de la botánica. Y se han encontrado con alguna sorpresa. Además del lirio de montaña -aún en verano, brotado, con un color intenso bellísimo- se han encontrado alguna orquídea curiosa, como la piramidal. También en la flora se avanzará seguro.
Porque los responsables de Arnua -el nombre de una mujer de la tribu vanidiense, la tribu cántabra de donde descienden los de este castigado y sufrido valle- tienen claro, como los otros emprendedores de Riaño, que es su esfuerzo, el de los locales, lo que les va a sacar adelante. De las distintas administraciones hace tiempo que ya no esperan mucho. Ellos están en el futuro, aunque el bisonte y su sombra nos envíe por unos segundos al Paleolítico.