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Las Sálvora, en el Parque Nacional de las Islas Atlánticas

Leyendas y soledad en las islas del fin del mundo

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Actualizado: 09/08/2021

Fotografía: Adrián Baúlde

Las Sálvora son un diminuto archipiélago integrado en el Parque Nacional de las Islas Atlánticas, un privilegiado reducto de naturaleza salvaje en Galicia donde los mitos conviven con hechos heroicos.

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Este conjunto de islas, islotes, arrecifes y bajíos, debe considerarse el último archipiélago donde el continente europeo se desperdiga en el Atlántico. Es cierto que hay otras pequeñas porciones de tierra más próximas a Finisterre, la última esquina del mundo gallego. Es el caso de las Lobeiras y Os Forcados, pero éstos y otros similares no son otra cosa que simples islotes, rocas amenazadas de extinción bajo las olas, que pasan desapercibidos en la profusa e insondable geografía litoral gallega.

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Es cierto que tampoco son demasiado grandes, pero nuestro archipiélago está formado por verdaderas islas. A esta circunstancia se une otra menos tangible, pero no menos importante. Una soledad y un remoto aislamiento más que remarcables en estos tiempos de gentrificación absoluta. Con ellos perviven enredados en sus roquedos las brumas de leyendas y hechos heroicos que parecen imposibles. Unos y otros llevan a este atribulado archipiélago -perteneciente al municipio de Ribeira- a ese lugar incierto y profundo en el que todo resulta posible y convierte a las Sálvora en las islas del fin del mundo.

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Se extienden las Sálvora en un lado de la bocacha de la ría de Arousa, la más amplia de Galicia. Es un conjunto de illas, como dicen por aquí, repartidas en tres microarchipiélagos: Sagres, las más adentradas en el océano; Vionta y sus islotes, justo enfrente de Aguiño y Sálvora, la más grande.

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Con una extensión inferior a los dos kilómetros cuadrados, Sálvora es la gran desconocida del Parque Nacional de las Islas Atlánticas, pues carece de línea regular de barcos, como las otras islas del parque (están las Cíes, las más famosas; y sus hermanas, Ons). Con un cupo de solo 125 visitantes al día los meses de verano, estos solo pueden recorrer la playa del Almacén y los caminos que llevan al faro y al antiguo poblado, más o menos el 1 % de la isla. Muchos creen que es demasiado escaso, pero los responsables del espacio protegido consideran que es la mejor medida para conservar su estado natural y salvaje.

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La primera salazón de Galicia

Hasta el siglo XVIII, piratas y sarracenos y pulpeiros y pescadores fueron los únicos visitantes de Sálvora. A finales de aquel siglo, el coruñés Jerónimo de Hijosa instaló en la rada más protegida de la isla la primera salazón de pescado de Galicia.

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La propiedad de la isla pasó por diferentes manos. Entre ellas las de la familia Otero-Goyanes, últimos propietarios hasta la compra de Sálvora por una entidad bancaria en 2007 y su posterior integración en el parque nacional. Con el paso del tiempo, los dueños de Sálvora hicieron y deshicieron a su antojo, llegando a introducir especies cinegéticas, como ciervos y conejos, cuyos descendientes aún pueblan la isla.

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La fábrica de pescado consolidó una pequeña población de colonos que llegó a tener 60 almas. Eran familias humildes que subsistían del marisqueo, la pesca de bajura y los cultivos que lograban sacar adelante y por los que pagaban impuestos al amo de la isla. La aldea, apenas ocho viviendas en las que se amontonaban familias de hasta doce miembros, todavía se conserva, y los herederos de los caballos que utilizaron forman una pequeña población que permanece salvaje y libre en Sálvora.

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O Almacen es el edificio más importante de Sálvora. También conocido como pazo de los Otero-Goyanes, aquí se asentó la fábrica de pescado. Se accede por una pasarela tendida sobre un mínimo complejo dunar. En su interior, un elemental museo que conserva un par de dornas, embarcaciones típicas de estas aguas, una carroza que se utilizaba para desplazarse por la isla y multitud de objetos recuperados del poblado abandonado.

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Leyendas de sirenas y la Santa Compaña

Al lado del pazo se alza la capilla de Santa Catalina, en lo que fue la cantina de Sálvora. A sus pies, un oxidado cañón recuerda el pasado tumultuoso de la isla. Algo más allá, vigila la sorprendente estatua de una sirena. Recuerda el presunto origen legendario de los Otero-Goyanes. Asegura el mito que un caballero llamado Froilaz naufragó en Sálvora. Aquí descubrió una sirena tan varada y desorientada como él. Algo que la había dejado muda. Aquello no impidió que el noble se enamorara y casase con ella. La sirena no tardó en traer al mundo a Mariño.

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Lejos de sentirse feliz con aquella dicha, Froilaz añoraba que su esposa pudiera hablar. Marchó a consultar al cura del pueblo, quien le aconsejó provocarle una impresión fuerte para que hablase. Así lo hizo. La noche de San Juan tomó a su hijo en brazos y, saltando sobre la hoguera, simuló que el pequeño Mariño se le caía a las llamas. Horrorizada, la sirena dio un grito estertóreo que le hizo expulsar la espina que tenía clavada en la garganta, recobrando el habla.

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No acaban con la sirena las leyendas en Sálvora. Camino del faro llaman la atención unas enormes piedras, de formas tan extrañas como el equilibrio en que se sitúan. Parece que el viento las va a mover en cualquier momento. Pertenecen a la estirpe de los bolos graníticos del Alto de Gralleiros, punto más elevado de la isla. Es la misma sensación que ha tejido la leyenda que asegura que algunas noches de viernes, en su entorno se aparece la Santa Compaña. En busca de las almas descarriadas que encuentre, la procesión de las ánimas recorre la isla y cruza la aldea abandonada, hasta llegar a la Praia dos Bois. Allí se sumerge en el agua rumbo a la isla de Noro.

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No lejos, otro mito formidable salpica el ambiente salino de Sálvora. Señala la presencia de la espada Excalibur en la isla, donde la clavó Merlín, a la espera de que la desclave el verdadero rey de los celtas. Más allá del faro, en el valle de los Conejos, así llamado por la abundancia de estos lagomorfos, se descubre una enorme roca con una profunda cicatriz con forma de cruz. Aseguran que la gravó el filo de la mítica espada.

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Las heroínas del Santa Isabel

El suceso que aconteció el 2 de enero de 1921 no tiene nada que ver con leyenda alguna. Pero la realidad de sus hechos alcanzó tan heroica magnitud que disputa con los mitos el papel protagonista de la historia de Sálvora. Pasada la medianoche, el farero de la punta Besuqueiros escuchó ladrar a su perro y salió a ver qué pasaba. Las ráfagas del temporal que reinaba aquella noche no le impidieron escuchar gritos y llamadas de auxilio.

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Venían de los bajíos de Meixide, a menos de cien metros de Sálvora y en la bocacha de la ría. Un barco había chocado con la escollera y se hundía. Era el Santa Isabel, un vapor de pasajeros, que pasó a ser conocido como el Titanic español, pues en su naufragio perecieron 213 personas. Corrió el farero a la aldea a llamar a los vecinos, pero los hombres habían marchado a tierra firme para celebrar el Año Nuevo.

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Sólo estaban las mujeres y los niños. Tres de ellas no lo dudaron. Mariana Fernández, 14 años; Josefa Parada, 16, y Cipriana Orujo, 25, se lanzaron en sus frágiles dornas al temporal. Desafiando a la espantable galerna remaron cinco kilómetros para salvar hasta 20 naúfragos, ayudadas desde tierra firme por otra joven, Cipriana Crujeiras. Su valor fue reconocido por Alfonso XIII, quien las condecoró siendo recibidas por multitudes.

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Los viejos hórreos del poblado de Sálvora lucen flamantes después de su reciente restauración. Han sido bautizados con los nombres de aquellas heroínas, junto con el del segundo oficial del Santa Isabel, Luis Cebreiro, quien también tuvo un papel decisivo en el salvamento de los supervivientes del naufragio.

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