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Si a finales del XIX enamoró a los artistas del modernismo catalán, en los años 30 del siglo pasado comenzó a ser polo de atracción para la comunidad gay de Europa y Norteamérica y a partir de los 60 se convirtió en uno de los destinos preferidos del turismo nacional e internacional. Su posición relativamente aislada, entre el Garraf, los viñedos del Penedès y el Mediterráneo, le ha conferido siempre un aire cosmopolita de exaltación de libertad. Sitges, a escasos 40 kilómetros al sur de Barcelona, ha pasado de ser un pequeño pueblo de pescadores -aún conserva una de las pocas cofradías de pesca artesana de Cataluña- a un referente del Mediterráneo donde locales y visitantes viven sus playas, calles, museos y festivales los 365 días del año. Una villa marinera non-stop.
Pasear mientras hundes los pies en la arena, dorarse al sol vuelva y vuelta -con o sin traje de baño-, resguardarse bajo la sombrilla, practicar el vóley playa o jugar a las palas. Las playas de Sitges son todo un ecosistema del turisteo desde Semana Santa hasta bien entrado el veroño. La localidad cuenta con 26 playas y 17 kilómetros de costa rodeada de naturaleza. Las hay tranquilas y familiares a las que se puede acceder desde el centro urbano: Aiguadolç, Bassa Rodona, Sant Sebastià (de tradición marinera muy popular entre los locales), Estanyol, Fragata o La Ribera, donde se encuentra “el primer chiringuito de España, creado en 1913 por el capitán Calafell, y que recibió ese nombre de chiringuito por la expresión cubana para pedir un café (chiringo)”, según explican desde la Oficina de Turismo.
También hay propuestas para aquellos que se animan a tomar el sol sin ropa, como las nudistas de Balmins -tres pequeñas calas con vistas al skyline más instagrameable de Sitges-, l’Home Mort –“una de las primeras playas consideradas de ambiente LGTBIQ+ del mundo en los años 30”-, Cala Morisca o Cap de Grills. Un poco más apartado del centro, tras serpentear la carretera que va paralela a los acantilados, está la playa del Garraf, con sus 33 casitas de pescadores y antiguos empleados de la línea ferroviaria pintadas de verde y blanco, los tonos que se imponenen en sombrillas y tumbonas. Barcos y yates salpican el mar, mientras en el 'Chiringuito de Garraf' (de 1977) y 'La Cúpula' (1989) desfilan entre los comensales fuentes de pescaíto frito, suquet de judiones y almejas, ostras de Normandía o gambas de Vilanova.
Una de las estampas más habituales los fines de semana en Sitges es ver a collas de ciclistas dando pedaladas por los alrededores, adentrándose por los caminos que se dibujan entre los viñedos y olivares del Penedès o recorriendo el paisaje de naturaleza salvaje del Parc del Garraf. El parque ocupa el 65,6 % del territorio del municipio y lo cruzan dos rutas GR accesible desde el casco urbano, perfectas para practicar senderismo, running o ciclismo: el GR 5 (Sendero de los Miradores) y el GR 92 (Sendero del Mediterráneo).
Ambas rutas ofrecen unas vistas espectaculares del litoral, donde la acción del agua y el viento sobre la roca calcárea ha originado numerosas cuevas y simas. Por el camino se irán sucediendo ermitas, antiguas masías, barrancas de viñas y nos encontraremos con especies como el palmito, el lentisco, el carrizo o la oruga de mar, una planta con flores rosadas muy característica de la zona. Si estamos atentos y previstos de prismáticos, podremos observar halcones y águilas sobrevolando el entorno.
Desde hace más de un siglo, Sitges ha sido lugar de referencia para escritores, pintores, músicos e intelectuales. La ciudad alberga cinco museos y dos centros de visitas, con más de 13.000 obras de arte. Fue a finales del XIX cuando el coleccionista y artista Santiago Rusiñol la convirtió en la cuna del modernismo catalán. Entrar en la casa de este “drapaire del pasado” es penetrar en una cámara de los tesoros. “En Cau Ferrat (que podríamos traducir como Madriguera de Hierro) se organizaban fiestas, con exposiciones, lecturas de poemas, conciertos musicales, a las que eran invitados Emilia Pardo Bazán, Federico García Lorca, Manuel de Falla, Antonio Machado, Ramón Casas, Pablo Picasso o Carlos Gardel”, explica Armando Álvarez, guía del museo. Rusiñol era todo un influencer del momento, pues atraía a todos estos artistas que se paseaban por las calles y plazas de esta pequeña villa marinera, “incluso trajo al mismísimo rey Alfonso XIII”. Por eso los sitgetanos le tenían tanto aprecio. “De hecho, la figura de Rusiñol está dentro del Récord Guiness, porque desde la primavera del 31 en la que falleció, cada semana sigue llegando a Cau Ferrat un ramo de flores de las mujeres de la Asociación de Ram del Tot L’Any.
Cau Ferrat se divide en dos plantas. La de abajo corresponde a la vivienda, que adquirió a unos pescadores de la zona en 1894. “Está tal y como la dejó en vida. Incluso en su testamento, donde la cede a los vecinos de Sitges, establece la disposición de los objetos”. Rusiñol decía que “el coleccionismo es una enfermedad que no tiene cura”. Él llegó a atesorar hasta 3.000 piezas, entre cuadros, esculturas, muebles, en una colección ecléctica y que permanece cerrada: “Ninguna pieza que él no tuviera puede entrar y no saldrá de manera permanente de este museo”, apunta Armando. Platos de centros cerámicos de Paterna, Manises, Aranjuez; ventanas, frisos y medallones del antiguo castillo medieval de Sitges; piezas de la necrópolis de Puig de Molins (en la isla de Ibiza)... En el despacho, se conservan un piano de Falla y unas láminas pintadas por un jovencísimo Picasso, “que asistía a las tertulias en el mítico café 'Els Quatre Gats' de Barcelona”.
La segunda planta era el taller del artista. Sus techos altos y las vidrieras, de estilo modernista y gótico, le confieren un aire catedralicio. “La casa se inauguró con la llegada de dos cuadros de El Greco -Las lágrimas de San Pedro y María Penitente-, que fueron trasladados en procesión desde la estación de tren, para escándalo de la Iglesia”, recuerda el guía. Doménikos Theotokópoulos era muy admirado por los modernistas porque, como ellos, “era un incomprendido y rompedor en la Corte de Felipe II”. Por el espacio del taller se distribuyen 750 piezas de hierro, de los siglos XVI y XVII, procedentes de todos los rincones de España. También una colección de vidrios y copias de Velázquez, Botticelli y cuadros de Rusiñol, como el curioso Retratándose (1890), que pintó a cuatro manos con Ramón Casas, o el perturbador La Morfina, que generó una fuerte polémica en su época, al retratar a una mujer bajo los efectos de los alcaloides.
El edificio que alberga el Museo de Maricel fue antes hospital medieval y convento de monjas concepcionistas. En la segunda década del siglo XX, el coleccionista y filántropo estadounidense Charles Deering se enamora del sitio y encargó a Miquel Utrillo que lo convierta en un increíble palacete de estilo novecentista frente al Mediterráneo. “El museo se inaugura en 1973 por parte de los entonces príncipes de España, Juan Carlos y Sofía”, señala el guía Armando Álvarez.
Las obras que alberga son un recorrido de diez siglos de historia, desde el románico hasta el siglo XX, con piezas de la colección de antigüedades del doctor Jesús Pérez-Rosales (hijo del último alcalde de la Manila colonial) -entre otras, unos alabastros tallados del Real Monasterio cisterciense de Poblet-. También hay cuadros y esculturas de Josep Llimona, Joaquim Sunyer, Arcadi Mas i Fondevilla o de la Escuela Luminista de Sitges, “que decidió sacar los caballetes del estudio a las playas, calles, viñedos y estación de tren de Sitges”. Incluso nos podemos encontrar con la originaria escultura de El Greco, “la primera del mundo dedicada al artista, que se levantó con las donaciones de los 3.000 vecinos de la villa, la mayoría pescadores y viticultores, de finales del XIX”.
Rodeada de edificios donde cuelgan la ropa a secar y bajan los toldos para que no entre el sol en las habitaciones se cultivan unas pocas viñas de malvasía que este año, con las altas temperaturas y escasas lluvias, han producido bajo mínimos. “Somos de los pocos viñedos urbanos que quedan en Cataluña”, reconoce Nico Girona, del Centro de Interpretación de la Malvasía de Sitges. Hace décadas, las cepas llegaban hasta la orilla de la playa. La variedad entró en el siglo XV procedente de Grecia y los vinos dulces tuvieron mucho éxito. “Pero es una niña de cristal, porque coge muchas enfermedades y con mucha frecuencia; es un poco odiada por los viticultores, mientras que la adoran los enólogos”. La irrupción de la filoxera y el auge de los espumosos en el Penedès marcaron el inicio de su decadencia. Por eso, antes de morir en 1935, el diplomático Manuel Llopis de Casades decide legar a un cuñado y un sobrino la administración de sus propiedades en Sitges, entre ellas una bodega y 12 hectáreas de viñedo, que acaban donando al hospital religioso de Sant Joan Bautista, “con la única condición de que debían producir, al menos, 24 botellas al año”.
El hospital pasó a ser residencia en 1997, por lo que es habitual ver a ancianos charlando animadamente con turistas que visitan el Centro de Interpretación. En Celler Hospital de Sitges (una de las 40 bodegas del Penedès y Garraf que elaboran monovarietal de malvasía) cada añada superan esas 24 botellas comprometidas, con una producción anual es de unas 10.000 entre las cinco vinificaciones que hacen: blanco joven (Blanc Subar), un crianza de 4 años en bota (Llegat Llopis), un espumoso (Monembasia) y los malvasía dulce y seco (al estilo generoso). El dulce, que es el más reconocido, cuenta con una crianza en barrica de castaño durante 10 años, más uno en botella, “que le confiere aromas a frutas sobremadurada, chocolate, orejones, piel de naranja en almíbar y notas de café. Y aunque es un vino de 15 grados, es peligrosito porque se toma sin ser demasiado empalagoso”, advierte Girona.
Uno de los sitios donde se puede dar buena cuenta de los vinos de esta bodega y otras que producen malvasía es en 'La Nansa'. Abrió sus puertas en 1963 y fue el padre de los actuales propietarios, los hermanos Francesc, Anton y Mireia Rafecas, quien se animó a montar este restaurante en pleno boom turístico y recuperar el recetario tradicional de Sitges. El arroz a la sitgetana -con salchicha, costilla de cerdo, langostino, cigala y almeja-, los caracoles de monte con bogavante, la ensalada xató en invierno, los canelones de la abuela Rosita o los calamares encebollados con malvasía son ejemplo de ello. El patriarca Antoni, a sus 83 años, sigue llevando la cuenta de las escumas de Sitges, unos merengues deshidratados con láminas de almendra que elaboran para los postres siguiendo la receta de la desaparecida pastelería 'La Estrella'.
Una de las formas más interesantes de conocer Sitges es recorrer sus calles. Podemos comenzar callejeando por el antiguo barrio de pescadores, donde aún se conservan los techos, ventanas y zócalos con el blauet (azul marino) tan característico. Ahí nos encontraremos, coronando una colina asimétrica, la iglesia barroca de San Bartolomé y Santa Tecla, que es una de las estampas más icónicas del municipio, tanto en su cara norte como sur.
Continuamos el paseo por los palacetes que fueron construidos entre los siglos XVII y XIX por los americanos -o indianos- que emigraron a América para emprender negocios del vino y el calzado, y que regresaron con bastante fortuna. Son lujosas casas de estilo neoclásico, ecléctico, modernista o racionalista, donde algunos plantaron palmeras para recordar los paisajes del añorado Caribe.
Ilustres vecinos de Sitges, como Facundo Bacardi o Andreu Brugal, se quedaron al otro lado del Atlántico con sus fructíferos imperios del ron. Acabamos la jornada por la efervescencia de la calle Primero de Mayo y sus perpendiculares del Pecado, como se las conoce, por ser el epicentro del ocio nocturno de ambiente LGTBIQ+ con fama mundial.
Otra parada interesante para desconectar son los Jardines de Terramar, un pulmón verde de tres hectáreas frente al mar, que diseñó en 1929 con estilo novecentista Miquel Utrillo. Bajo la sombra de olivos silvestres, cipreses, palmitos y pinos blancos podemos cobijarnos los días de más calor y sentir el frescor que emana del pequeño estanque de nenúfares.
“Uno de los logros que hemos conseguido es que el turismo en Sitges está desestacionalizado. Es cierto que en verano recibimos más visitas, pero todo el año tenemos eventos que hacen atractiva la ciudad, que permanece viva los 365 días del año”, aseguran desde Turisme. El calendario arranca con los Carnavales –“que se celebraban incluso durante la dictadura”- y se remata en octubre con el Sitges Live by Creative Connections, donde se fusionan la cultura irlandesa y catalana. Es muy popular el Rally Internacional de Coches de Época construidos hasta 1938, las alfombras de flores por el Corpus Christi o la Pride gay en verano. Pero, sin duda, el gran acontecimiento es el Festival Internacional de Cine Fantástico de Catalunya, que se viene celebrando de manera ininterrumpida desde 1968 y que convierte las calles de Sitges en un auténtico desfile de zombis, a los que te puedes encontrar tomando el sol en la playa, tapeando en una terraza o haciendo la compra en el súper.