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Antes de cruzar la frontera con Francia, encontramos un pueblo que parece una postal: Ochagavía. Conocido en la etimología vasca como pequeño nido de lobos, es uno de los últimos reductos del Pirineo navarro. Un pueblo de tejas y fachadas oscuras pero lleno de luz a través de sus balconadas, que ofrecen vistas eternas a los hayedos pirenaicos.
Sotosalbos, Pelayos de la Sierra, Collado Hermoso, Requijada, Orejanilla son algunos de los pueblos segovianos donde detener el reloj y aislarte de todo. Si el jolgorio de sensaciones que brinda el románico sur de Segovia se trufa con un pueblo abandonado –La Alameda de Orejana– la escapada da para ser feliz toda una vida. Al bienestar contribuyen cositas deliciosas no precisamente menores, como los judiones de La Granja, el cordero asado o el cochinillo. Y de postre, ponche segoviano.
Las Tierras Altas de Euskadi o las Basque Highlands, como han bautizado a la comarca de Goierri, es un hermoso entorno natural de verdes prados que rodean caseríos en los que pastan rebaños de ovejas latxas, villas que conservan su huella medieval, ostatuak (bares de pueblo) que han apostado por una gastronomía más cercana y mercados que no han faltado a su cita semanal desde hace más de cinco siglos.
A 90 kilómetros de Madrid, entre montañas de vistas prodigiosas, hayedos y robledales centenarios, lagunas y ríos –el Jarama– se encuentra un lugar de nombre precioso y ajustado, la Sierra del Rincón. En ella se esconden cinco pueblos que han sobrevivido a la marabunta de la capital: Prádena del Rincón, Horcajuelo de la Sierra, Montejo, La Hiruela y Puebla de la Sierra. En un tiempo fueron "la sierra pobre" y abandonada, hoy son la joya de la corona aún por descubrir por miles de personas.
En otoño, la mágica policromía inunda la sierra norte de Guadalajara: los tonos amarillos, naranjas y rojos de los robledales se funden con los grises y morados del cielo, mientras los verdes de los prados se enredan con el negro que caracteriza la arquitectura de la zona. Un destino que invita en esta época a buscar setas, visitar pueblos de cuento y pasear por el monte bajo la lluvia.
En pleno Parque Natural de la Sierra de Mariola (Alicante) está Bocairent, un pueblo de piedra, en alto, bucólico, lleno de sitios insólitos, en la Vall d’Albaida, a la que los enamorados de esta comarca llaman la toscana valenciana. Porque el Mediterráneo también puede ser rural.
En el extremo occidental del continente europeo se alza Muxía, un territorio áspero y desolador, de cabos y bahías gobernadas por tempestades y marejadas donde sus hombres y mujeres veneran el Atlántico desde tiempos inmemoriales. Es la Galicia más pura, la que sabe a percebe y huele a salitre, la de la eterna morriña, de pescadores valientes, leyendas de naufragios y tradiciones milenarias.
Desembarcar en el puerto de La Savina es sinónimo de cambio de prioridades. En Formentera, la isla habitada más pequeña de las Baleares, la vida va a un ritmo diferente, se respira tranquilidad y sosiego. Las aguas turquesas que la rodean encierran ese magnetismo que hace perder la noción del tiempo. Playas de aires paradisiacos, salvajes paisajes y unos miradores que quitan el hipo son algunas de las razones que harán que quieras quedarte a vivir. Y en otoño, la isla está casi para ti.
En la teoría, Caños de Meca es una calle de 2,7 kilómetros en pleno Parque Natural de La Breña y Marismas del Barbate, plagada de casas bajas, restaurantes y bares. En la práctica, es un auténtico paraíso de acantilados roba-alientos y playas eternas, donde los azules del cielo se mezclan con los del océano regalando escenas irrepetibles que parecen haber sido pintadas (o soñadas).
Dos partes aragonesas, dos catalanas y una valenciana. Se agita y surge un conjunto de 18 pueblos que tendrás que explicar dónde están cuando regreses a casa e irremediablemente se lo cuentes a todo el mundo. Alucinarás con el paisaje semitoscano y provenzal de olivos, almendros y frondosos pinos de El Matarraña. Pasearás por pequeños pueblos de calles imposibles que exhiben su histórico porte encaramados a lomas, mientras la naturaleza te llama con cantos de sirena.
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