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Amanece en el embalse de El Tranco, en pleno corazón de la Sierra de Segura (Jaén). Los verdes bosques que lo rodean se reflejan como un espejo en sus aguas. Una familia de ciervos baja hasta la orilla para beber. Están tranquilos, no se percatan de la presencia de una embarcación que desde lejos les observa. El barco solar no hace ruido, no supera los 9 kilómetros por hora y sus 60 tripulantes guardan silencio para no ser descubiertos. Saben que están viviendo un momento efímero.
Joaquín Santos es el capitán de esta embarcación movida únicamente por la energía de sus 30 paneles fotovoltaicos. Ocupan los 50 metros cuadrados del techo. Lleva tras el timón desde que el barco se inauguró hace casi dos años y medio. "La magia que tiene este paseo son las panorámicas del entorno desde el agua. Estás viendo la vegetación y los animales desde otro prisma", asegura este gaditano de Algeciras. "Y no solo tenemos ciervos. Aquí conviven gamos, cabras y jabalíes, entre otros mamíferos", aclara.
El barco parte cada hora del Centro Turístico y Recreativo del Embalse del Tranco, muy cerca de la presa. Se alternan dos rutas diferentes de 60 minutos cada una por un precio de 6 euros el viaje: la de Hornos de Segura y la de Bujaraiza. La primera navega por el brazo izquierdo del pantano y ofrece unas pintorescas vistas a lo lejos del pueblo de Hornos de Segura y del Yelmo, la segunda montaña más alta de la Sierra de Segura con sus 1.809 metros y donde se celebra cada mes de julio el Festival Internacional del Aire (FIA).
El paseo se acerca hasta las ruinas de un antiguo cortijo para terminar en la cascada del Chorreón, solo visible en primavera, cuando su cauce está lleno. "Las ruinas que vemos son del cortijo de la zona de baños, de 1900 más o menos. Con la apertura de la presa en 1946, se produjo una expropiación y muchas viviendas fueron abandonadas. Hasta aquí venía gente de toda la zona para hacerse curaciones con las aguas termales. Cuando el pantano llega al 8 %, es posible ver unas termas romanas que ahora están hundidas bajo el cortijo", explica Joaquín, mientras señala las casas de otras dos aldeas entre olivos que se divisan desde la proa: la Platera y el Carrascal.
Junto al capitán se encuentra María Sánchez. Ella se ocupaba de explicar el paseo en barco antes de que empezaran a funcionar las audioguías (disponibles por 1 euro). Ahora se encarga de ampliar información y de servir algún que otro refrigerio durante la navegación. María pide a los visitantes que se fijen bien en el paisaje, en las diferencias entre la vegetación de las diferentes zonas. "Lo que vemos en la parte baja es pino carrasco. No es autóctono de aquí. Llegó cuando Renfe taló los pinos laricios que había para la construcción de las traviesas que usan para los trenes. En total, se repoblaron 30.000 hectáreas con pino carrasco, de crecimiento más rápido. El laricio (que crece más a lo ancho) aún puede verse en las zonas más altas, junto al pino negral", explica esta joven de Villacarrillo.
La segunda ruta es la Bujaraiza, camino hacia el sur. "Su nombre se debe a una antigua población que había detrás de la isla de Cabeza de la Viña. El poblado se dinamitó a comienzos de la Guerra Civil. El pueblo de Coto Frío nació años después como guardián del parque y dicen que sus habitantes procedían de Bujaraiza", cuenta María. La ruta permite ver parte de la Sierra de las Villas y la cordillera del pico Banderillas, con casi 2.000 metros de altura; además de la isla de Cabeza de la Viña, accesible cuando el nivel de las aguas baja (aunque no desde el barco).
El barco ya ha dado la vuelta y se dirige al punto de partida. De camino, María recuerda a los navegantes que este entorno sufrió en 2005 una tormenta eléctrica que quemó 5.000 hectáreas. "Cuando se produce un incendio en un bosque de pinos, las piñas cerradas cogen tantísimo calor que explotan y salen disparadas. Son auténticas bombas capaces de originar más focos de incendio". Es justo lo que ocurrió aquí. Afortunadamente, la humedad de la zona ha ayudado a que la montaña se repoblara rápidamente de forma natural.
Dos niños ríen y señalan con sus dedos hacia el agua, donde asoman varias truchas arcoiris. Sus padres les hacen poco caso, no le quitan ojo a un grupo de buitres leonados que sobrevuelan el pantano. Mientras, el cocker marrón que les acompaña se tumba tranquilo a los pies de sus dueños. No es el único animal a bordo. Un guacamayo azul observa desde la popa las ondas que va dejando el barco sobre el agua. "Un día como hoy, el embalse está al 52 %. Tenemos una profundidad de 40 a 70 metros según la zona, y la presa, que se eleva sobre el agua 22 metros, está soltando 14.000 litros por segundo", cuenta Joaquín. "Este tipo de datos son los que más me pregunta la gente", dice sin perder de vista el rumbo.
El algecireño recuerda el día que trajeron el barco al pantano como si fuera ayer. "Fue en julio de 2016 y fue toda una odisea", asegura. "Se construyó de una sola pieza en Palma de Mallorca. De ahí lo llevaron a Valencia en barco y después en camión hasta esta sierra. El problema llegó cuando vieron las carreteras en forma de herradura que tenemos aquí. En Cortijos Nuevos tuvieron que cortar varias olivas para crear un carril porque era imposible pasar por ahí. El día que llegó al pantano, cerraron las carreteras cercanas y todo el mundo salió a mirar cómo deslizaban el barco con una grúa sobre el agua. Fue una fiesta". Joaquín se emociona al rememorar ese día. "Solo hay tres barcos más como este en España: en El Retiro de Madrid, en el Pantano de Guadalest de Alicante y el de la estación marítima de Denia", dice orgulloso.
El embalse de El Tranco ofrece muchas otras actividades además del paseo en barco. Puedes alquilar desde un hidropedales a una piragua o un kayak si lo que te apetece es seguir en remojo. Para quién opte por caminar, hay varias rutas de senderismo por la zona, desde una sencilla como la que rodea el propio pantano (6,7 kilómetros), a otra con dificultad media, como la del río Borosa, para la que hay que dedicar el día entero. "Es una de las rutas más bonitas", asegura María. "Te lleva hasta el cañón natural de la Cerrada de Elías y las lagunas de Valdeazores. En el primer tramo del camino, hay unas pozas al lado del río donde puedes bañarte en aguas cristalinas".
La otra excusa para alargar la jornada en este oasis natural de tranquilidad es la tirolina. Con un recorrido de 140 metros, esta actividad te permite volar de forma paralela al embalse por 4 euros el viaje (9 euros si son tres descensos). Es una de las actividades favoritas de María. La guía que antes acompañaba a Joaquín en el barco, ahora indica a una familia cómo ponerse bien el casco y los arneses. La seguridad es fundamental, hay que estar bien amarrado. Ella, junto a una gran colchoneta, ayudará a frenar con suavidad a quienes se lancen.
Al otro lado de los cables, en la torre de madera de 11 metros de altura donde también se encuentra el rocódromo, está su compañero Antonio Mudarra. "Piernas arriba y como si estuvieras sentada, así coges más velocidad", comenta a una chica de unos 14 años a punto de lanzarse con una cámara GoPro sujeta en la cabeza para grabar el descenso. Su madre reconoce tener un poco de vértigo, pero aún así, se ha atrevido a subir con su hija. "Cuando el salto promete emoción y unas vistas preciosas, el empujón viene solo", dice animada. El padre las espera abajo con cámara en mano. Tendrá varias ocasiones de fotografiarlas, porque la niña repite dos veces más sin dudarlo, cogiendo cada vez más carrerilla en el salto. Ya en tierra firme, María les invita a afinar el oído. ¿Escucháis a los ciervos? Estamos en temporada de berrea y esos son sus bramidos".
Para saciar el apetito, no hace falta moverse del pantano. El mismo Centro Turístico y Recreativo del Embalse de El Tranco cuenta con un restaurante en su primera planta que ofrece platos de la gastronomía segureña, carnes a la brasa y menús especializados en torno al aceite de oliva vírgen extra (desde 28 euros). Y todo con el aliciente de estar comiendo frente a unas panorámicas que te elevan casi literalmente sobre las aguas del pantano. Para los días más calurosos, su terraza al aire libre con sistema de nebulización es muy buena opción.
En la carta del restaurante proponen desde un cordero segureño a unas collejas, "una hierba de toda la vida, similar a las espinacas y muy típica de Jaén, que ahora se sirve como gourmet". Sonia Muñoz, la cocinera, prepara también los tradicionales Galianos segureños, hechos con los andrajos, un guiso elaborado con pollo, conejo, tomate, ajo y AOVE –todo desmigado–, y al que se echan las tortas galianeras (de maíz) que absorven todo el caldo, quedándose como una especie de tortilla.
Tampoco puede faltar el ajo blanco con aceite Oro de Génave y manzana, el carpaccio de gamo con hierbas aromáticas y parmesano, o la Pluma ibérica con salsa de orejones, setas de la zona recién recogidas, cebolla confitada y berenjena blanca asada con miel. De postre: sirven unas gachas dulces hechas con harina, leche, matalauva, canela y pan frito por encima. Imposible quedarse con hambre.