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El Museo Textil con Javier, el tamborilero universitario enamorado de su pueblo.

Un día en Val de San Lorenzo: Posada Real 'La Lechería' y Museo Textil

Un pueblo con una banda sonora mítica

Actualizado: 15/02/2019

Fotografía: Alfredo Cáliz

La Maragatería es mucho más que el cocido y los arrieros maragatos. Val de San Lorenzo es la prueba de ello. El Museo Textil y El Batán descubren la historia de los telares y su música mágica, de la que nacieron mantas y prendas para el ejército, o velas para las naves que surcaban mares lejanos. 'La Lechería', Posada Real, es el lugar para acoger estas sensaciones, prueba de que una cocina renovada convive con un cocido como debe de ser.
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Hace tan solo unas décadas, la banda sonora que acunaba las calles de Val de San Lorenzo (La Maragatería, León) dejaba perplejo al visitante, hasta que adivinaba qué sonido le envolvía. "Eran los telares. En mi infancia, se escuchaban por todo el pueblo. Se puede decir que en cada casa había uno". Rubén Domínguez, chef y hostelero de 'La Lechería' (Recomendado Guía Repsol 2020), no pasa de los 40 aunque hable de su infancia como si hiciera siglos que transcurrió.

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Recupera los recuerdos desde su restaurante y posada, uno de esos lugares que debería haber en todos los pueblos, donde parar a comer, dormir, desayunar…Hacer de todo con garantía de gusto y sugerencias de primera en cuanto a rutas turísticas no concurridas y consejos para patear la zona.

Rubén y María, su mujer, apostaron hace tres lustros por cambiar sus carreras –de historiador él y maestra ella– y montar su vida en el Val. "Yo soy de aquí. Mi padre es uno de los últimos hilanderos, Pascual Domínguez, siempre con mi madre. Val es el pueblo más animado, con más servicios de la zona: farmacia, guardería y algo de marcha, más allá de Astorga", explica este hombre, que no se deja encajar en la terminología de los neorrurales, pero que habla de redescubrir su tierra con la misma pasión con la que describe sus platos.

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Porque el historiador se ha reconvertido en un chef más que aceptable y la charla transcurre a retazos, envuelta por el olor del cocido maragato que devoran dos paisanos de la mesa de al lado. Van por las diez carnes del primer volcado –ya saben, este cocido se come al revés– y no hay cliente que entre al que no se le vayan los ojos tras la bandeja. Hasta que llega el crujiente de oreja con crema de lentejas, que sirve como aperitivo, y es el primer paso para confirmar al personal que sí, que un historiador puede reciclarse en un buen cocinero, con voluntad y cariño por el oficio.

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Más allá del cocido maragato

Las manitas de cerdo con langostinos confitados y los chipirones salteados con salsa tártara que caen a continuación, confirman la primera impresión de que se puede recorrer La Maragatería y encontrar mucho más que el cocido como plato de fundamento.

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La tradición de los arrieros maragatos que traían el pescado en las alforjas de sus machos, chorreando y protegidos con hielos, creó un milagro casi cotidiano. En los montes de León, al pie del Teleno, se podía comer buen pescado. Quien pudiera pagarlo, claro. Las cosas han cambiado mucho por estas tierras, aunque no todo lo que sus habitantes quieren, pero el viajero sí que aprecia que hasta aquí también han llegado las mejoras de la cocina nacional.

Pese a estos avances, a Rubén le sabe a poco y con razón. "No hemos sabido reconvertirnos, afrontar la decadencia de los telares. La gente joven sigue peleando por marcharse, porque no es fácil aguantar. Nosotros abrimos casi al inicio de la crisis, aunque aquí nos llegó más tarde. No en el 2008, sino en el 2011, y hemos aguantado como hemos podido. Tenemos nueve habitaciones y abrimos todos los días, incluido Fin de Año y Nochebuena", comenta, mientras María se pierde en la bodega para buscar un buen vino.

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Este Val de San Lorenzo es de los que se incluyen en la ruta del oro que crearon los romanos, otro mundo de los muchos que encierra esta comarca leonesa. Aquí, en vez de patios para las reatas de machos de los arrieros –oficio que define el territorio– lo que había en las casas era lugar para los telares; o siglos antes para las ruecas, aunque nunca viniera la Bella Durmiente.

La lana de las ovejas se cardaba y se peinaba para luego fabricar paños. Desde mediados del siglo XVIII se inició el despegue de la industria. De estas y otras cosas, el comensal se entera en el comedor de 'La Lechería', donde la conversación se generaliza con naturalidad con las mesas de al lado.

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Al acabar el almuerzo, las recomendaciones y las mantas de colores que vende María en la entrada de esta Posada Real, junto al telar de la familia que recibe a los hospedados en la segunda planta, convencen a los viajeros para hacer una parada en la ruta de la Maragatería o del Camino de Santiago y dedicársela a la visita del Museo Textil y antiguo Batán, un éxito para recorrer con niños, ancianos ¡y adultos!

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Un museo con mucha tela

A Miguel Ángel Cordero, el director del museo de la hilandería, se le ilumina la cara cuando observa la sorpresa de los visitantes adultos y de los niños –los colegios son especialmente bien recibidos– al entrar en el edificio. Restaurado con mimo, la hermosa nave recoge todo los telares –funcionan– y el proceso de la lana hasta el producto final.

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Pero además hay un vídeo y una exposición de la que Cordero y Javier –estudiante, tamborilero del grupo folclórico de Val de San Lorenzo y enamorado de la historia y la tradición de la tierra– se sienten orgullosos. "Aquí se ve todo el proceso de la hiladura, y estas fotos y el vídeo corresponden a la Escuela de Pintores de La Moncloa (Alcántara, Vázquez Díaz, Sorolla, Aniceto García), que estuvo aquí seis semanas en un verano estupendo. Es una lástima, pero el grueso de este material está en el Museo de Historia de Madrid, en Tribunal. Las fotos están en los sótanos. Hemos intentado recuperarlas, pero no nos hacen caso", se queja, antes de que el ruido de los telares tape sus palabras.

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El paseo hasta el antiguo Batán –cinco minutos– da para evocar historias de abuelos en la infancia. Es invierno, anochece antes y una luz azulada que extiende el humo de las chimeneas de leña, envuelve el aire por encima del río, aún con escasa agua. "Este edificio es de 1920 y hasta que llegó la luz eléctrica se movía por fuerza hidráulica. Afuera están los canales que movían el mazo". El tono de Cordero sigue lleno de entusiasmo, mientras con Javier se encarga de poner en marcha la maquinaria, que transporta a las visitas a la Revolución Industrial.

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La historia ha dejado rastros curiosos en Val de San Lorenzo y sus talleres, desde las mantas que se vendían al ejército español a las exportaciones para la Libia de Gadafi. Hoy, solo un par de familias mantienen la tradición del proceso completo y diseñan con vivos colores y calidades de primera; constituyen un regalo diferente, en tiempos en los que encontrar algo distinto para regalar, autóctono, es cada día más difícil en cualquier lugar.

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