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El Generalife (La Alhambra, Granada): el jardín de los amores infieles

La Casa Real de la Felicidad es esta

Actualizado: 10/05/2019

Fotografía: Sofía Moro

La Casa Real de la Felicidad. ¿Quién osaría dar ese título a un lugar, mereciéndolo de verdad? Pues lo hizo Ibn al-Yayyab, poeta, intelectual y ¡político!, visir –primer ministro en la corte nazarí de Granada– y consejero de seis sultanes durante casi medio siglo. Para él, la Casa Real de la Felicidad era el Generalife, la finca de caza y de cultivos de la Alhambra, el palacio de verano de los sultanes. Y de los amores prohibidos de las sultanas.
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En primavera, la brisa y el sol de la madrugada despiertan los olores del Generalife. El calor del verano profundiza en el aroma del jazmín, de las trompetas rojas (estas no las disfrutaron los sultanes, llegaron de América) o del azahar. En otoño e invierno, el mirto se aprovecha de la languidez de esas trepadoras ostentosas para expandir su aroma –entre geranio y madera– por toda la Alhambra, pero sobre todo por esta belleza de lugar, que Al-Yayyab compara con una novia adornada para su boda, en uno de sus versos más hermosos labrados dentro del Generalife.

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Entrar en esta finca de recreo y de siembra, una almunia para los sultanes nazaríes, que está fuera de las murallas de la Alhambra pero es un paseo de unos cientos de metros, es viajar quizá a la parte más lúdica y hermosa de la cultura árabe, la más cursi para quienes tienen miedo al romanticismo.

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Lola Almansa no tiene miedo al romanticismo, menos en estos jardines que ella ha metido en un cuento para niños, El enigma del Palacio de los Leones, con ilustraciones de Manuel Vaca, que convierte el recorrido por los lugares en una aventura más que entretenida para los más jóvenes.

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"Es una casa de campo, lugar de caza y de recreo, pero también y sobre todo, para las sultanas. No está claro su fecha exacta de construcción, a final del siglo XIII e inicios del XIV", cuenta Lola, una enganchada a la Alhambra hasta el punto de que los mayores en sabiduría del lugar la consideran una entusiasta frenética, que ha llegado a descubrir "un búho sabio y feliz" a lo largo de las yeserías de los palacios de La Sabika (la colina de la Alhambra).

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"El paraíso feliz de la Alhambra"

La primera parte del Generalife, los Jardines Nuevos, planificados al inicio del siglo XX, reciben a los grupos de asiáticos y europeos que recorren el lugar. La mayoría de ellos lo hacen una vez acabada la visita a los palacios de la Alhambra, cansados ya y más si hace calor, y a menudo eso no permite apreciar la belleza del lugar. En la entrada, a la izquierda, las vistas sobre el Albaicín y Granada distraen la atención del teatro al aire libre, de 1952. Aquí se celebra el Festival Internacional de Música y Danza de Granada.

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Es difícil imaginar que aquí hubo huertas, muchas y grandes, pero el paseo-camino del Palacio del Generalife recuerda que también se sembró de todo, incluidos los nuevos frutos y productos traídos de las Américas por los barcos de los Reyes Católicos o Carlos V. De ahí la primera pintura del maíz en Europa, en el Mirador de la Reina. La felicidad de flores y plantas se debe a la Acequia del Rey o del Sultán, que recorre el lugar con murmullos de agua que embrujan a las visitas.

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Todo se comprende, incluido el pretencioso nombre de la Casa Real de la Felicidad, ante el Palacio del Generalife, el lugar que llevó al poeta Al-Yayyab a dar tal nombre a esta construcción de precioso patio rectangular, con acequia y jardines alrededor, más los arcos que llevan a las estancias del palacio. El interior de este último no deslumbra si uno viene de visitar los palacios nazaríes, pero es un aperitivo si se ha empezado por los jardines. Y la luz, esa luz granaína que concede un halo a toda la colina de la Sabika y que en el Generalife alcanza su momento clave.

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Es aquí, en el Patio de la Acequia, donde las cámaras y móviles de chinos, japoneses y demás turistas se disparan para repetir uno de los planos más famosos de la ciudad palatina de Granada. Los selfies y las fotos de grupo pueden hacerle a uno acabar en el agua, a no ser que escoja para visitarlos la primerísima hora de la mañana o última de la tarde. Los surtidores cruzados vuelven loco al personal y Lola Almansa tira de su cuento sobre "el paraíso feliz de la Alhambra" para recordar que algún sultán con humor ordenaba, "de repente, abrir los canalillos que servían para regar y mojar a sus invitados, que no sabían de dónde salía el agua".

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Rumor de agua y luz filtrada

El lugar más desconcertante en estos momentos de los jardines del Generalife es este, el que acoge la leyenda más popular, el Ciprés de la Sultana, donde se supone que la mujer de Boabdil y un caballero arrayán engañaban al desdichado último rey de Granada. La leyenda mantiene que, tras ser pillados bajo el ciprés, se desencadenó la matanza de los arrayanes, leyenda jamás probada, pero que volvía locos a los escritores románticos. Y a los visitantes de este siglo XXI, porque en la era de Tinder o de Meetic es fácil imaginar que en un lugar tan bello se siguen viviendo momentos de amor, valga la bendita cursilería.

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Ahora, el canto más maravilloso y para muchos lo inolvidable del Generalife es la Escalera del Agua. Quizá porque es difícil que las fotos hagan justicia al lugar, entre otras cosas por la dificultad enorme de recoger y retratar como se merece el sonido del agua cayendo por las barandillas de esta escalera mágica. Y tampoco las imágenes de vídeo hacen justicia al rumor del agua bajando por las tejas de la barandilla, a los olores que se cuelan entre las trepadoras o a la luz filtrada por techos vegetales en estos tres tramos de escalera, donde las manos se hunden en busca del frescor de las aguas limpias de Sierra Nevada.

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"Todo es atractivo y coqueto en estos jardines del Generalife, que a algunos decepcionaron por pecar de ignorancia", cuenta el francés Henry Lyonnet, también conocido como el escritor y periodista Alfred Copin, en La España Desconocida, (Ed. Cátedra). "Por todas partes hay surtidores de agua, tejos podados y cipreses enormes, de uno de los cuales, monstruoso, se dice que tiene mil años. Sea cual sea su edad, lo cierto es que ya estaba ahí en tiempos de los moros".

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Y aquellos tiempos de cultura, sabiduría, ciencia y amor pasean por la casa de campo, esta finca de recreo de cuento, donde los pasos susurrantes de las sultanas enamoradas envueltas en velos, los poetas visires o el triste Boabdil, espiando a su mujer infiel y al amante caballero arrayán, nos pisan los talones.

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