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Mallorca es como un queso gruyère. Una mole de caliza (3.640 km2) en el mar Mediterráneo repleta de cavidades excavadas durante millones de años por la acción del agua. En ellas descubrimos un microcosmos oscuro y reservado, que hace olvidar el dorado y azul turquesa del exterior para regalar al que se interna en sus galerías un espectáculo de formas fantasmagóricas esculpidas por la naturaleza.
Estalagmitas, estalactitas, banderas, columnas… Las cuevas del Drach, las de Artá, dels Hams o de Campanet son las más icónicas, que se localizan en el levante de la isla. Pero hay decenas repartidas por todo el litoral mallorquín y a la mayoría se puede acceder por tierra. Una de las más espectaculares es la cueva des Coloms.
En esta cavidad marina no suena el violín, como en las del Drach, tan solo las olas que golpean las paredes que la ocultan. Entre leyendas y rondallas, Des Coloms se ha ganado la fama de la Cueva del Pirata de Mallorca. No cuesta mucho imaginarse a los contrabandistas, navegantes y filibusteros escondiendo sus mercancías y riquezas en esta cavidad secreta. Aún así, "solo son rumores", asegura Jaume Nicolau, dueño de la empresa de actividades acuáticas 'Skualo'. "La gente confunde esta cueva con una terrestre que se encuentra al lado y que sí se llama des Pirata. De cualquier forma, la publicidad le ha funcionado bien a Des Coloms. Demasiado bien, en cierto modo. "En un domingo de agosto se puede llenar de gente", explica Nicolau, preocupado por la protección de esta cavidad que forma parte de la Red Natura 2000.
Este guía de turismo activo lleva 25 años explorando y mostrando las maravillas de esta cavidad, además de desarrollar una labor de conservación, limpieza y respeto por su frágil entorno. "Es importante ir con un guía que te explique cómo proteger los espeleotemas y conservar la cueva en buen estado", comenta. El equipamiento también es fundamental para realizar esta actividad con seguridad. Traje de neopreno para las piscinas donde se mezcla agua fría y salada a una temperatura de 18 grados, calzado adecuado "para no torcerse un tobillo", focos y luces led para iluminarse en medio de la oscuridad de la caverna y casco "para no abrirse la cabeza en la entrada si hay olas".
Porque esta no es una excursión turística al uso y es imprescindible que no haya marejadas para realizarla, puesto que hay que nadar algunos metros y la marea puede dificultar la entrada en la cueva. El premio es uno de los tesoros cavernarios de Mallorca y el otoño y el invierno dos épocas idóneas para explorarlo y huir del turista. El mejor punto de partida, los muelles de Porto Cristo.
Desde la sede de 'Skualo' zarpamos hacia el espacio natural protegido de las calas vírgenes. Nuestra embarcación, una ágil lancha motora de unos 7 metros de eslora, pasa desapercibida junto al yate de Rafa Nadal, que también está amarrado aquí. Sin embargo, nos permite acercarnos lo máximo posible a la cueva, bordear la costa y regatear con soltura los envites del mar. Este no es el Cantábrico, pero en los meses de invierno se mueve y eso se nota con cada salto sobre las olas en la travesía náutica.
Rumbo sur, vamos contemplando uno por uno los arenales que salpican la línea costera. Cala Magrana, Mendía y Romántica son los últimos vestigios de cemento y ladrillo hasta llegar a la reserva natural donde el bosque se funde con el Mediterráneo y donde solo se puede acceder a pie o en barco a este entorno protegido. En él, descubrimos idílicas calas como Falcó o Varques, además de formaciones talladas en las paredes de caliza, donde el puente del Caló Blanc destaca sobre el resto como un monumental arco natural. En la punta d’en Barrafau se encuentra la cueva des Coloms, porque lo dice el guía, ya que aquí solo se contempla la verticalidad del acantilado ante nosotros.
Unos 20 metros de natación son necesarios para llegar hasta la cueva oculta tras la pared, donde la luz desaparece poco a poco a medida que nos internamos en ella y los focos se vuelven imprescindibles para contemplar este espectáculo natural. "Esta es una galería de 250 metros de longitud y 25 de anchura, estructurada en dos salas", explica Jaume Nicolau. Tras el pequeño paso submarino (1 metro), accedemos a la sala de la Playa, donde se conserva una pequeña superficie de arena introducida por las corrientes marinas y donde tranquilamente Edmundo Dantés o Jack Sparrow pudieron haber escondido su tesoro.
Bajo la playa se extiende una enorme cubierta de infinitas estalactitas que crean un techo que se derrite en agujas y se une a las estalagmitas que afloran del suelo. El resultado son enormes columnas e incontables formaciones como las banderas, creadas tras miles de años de reacción química natural entre el agua y la caliza. La cueva está formada por diferentes galerías comunicadas por angostos pasadizos que nos recuerdan que venir con un guía experto en espeleología es buena idea. No solo para saber entrar, también para saber salir.
La sala de la Catedral está compuesta por varias piscinas de agua cristalina donde zambullirse y bucear bajo esta monumental bóveda que descubre nuestros focos. Los tramos, sorteando estalagmitas por el suelo pulido por la acción del agua, dan paso al nado, y los saltos a las pozas. Contemplamos la infinidad de formas que dibujan la cúpula y que disparan la imaginación de cualquiera a medida que avanzamos por los recovecos de Des Coloms. Aquí, sin embargo, es mejor no tocar nada. "Hay gente que viene por libre y se lleva un trocito de estalactita", cuenta Jaume Nicolau, mientras recuerda la importancia de respetar el entorno de esta cavidad. Por ello, es clave seguir siempre la misma ruta y fundamental no dejar ningún tipo de rastro a nuestro paso.
El recorrido espeleológico dura unos 45 minutos y su trazado es circular, saliendo de la misma manera que se ha entrado, con una pequeña inmersión apta para cualquiera. Tras la vuelta al barco y a la luz, el recorrido costero de 20 minutos hasta Porto Cristo se convierte en un paseo panorámico por la reserva, con un pequeño desvío hasta el puente rocoso del Caló Blanc y hasta Cala Varques. Esta playa virgen tiene agua azul turquesa, arena blanca y fina, y demasiado trajín en verano. El otoño e invierno guardan la faceta más íntima de esta reserva natural del levante mallorquín cuyo tesoro, más allá de leyendas o de piratas, se sigue escondiendo en sus cuevas.