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A medio camino entre Daimiel y Manzanares emerge de la rotunda llanura manchega esta construcción color ocre. Un profano podría confundirla con una fortificación de la Reconquista, ¿pero en mitad de la planicie? Miguel Torres, investigador principal del yacimiento, lleva diez años a la cabeza del proyecto, aunque todavía le brillan los ojos cuando explica el carácter único de este tipo de construcción.
Nos habla de un puñado de vestigios de la Edad de Bronce tan envidiables como la motilla, pero que siempre se encuentran en zonas elevadas. Y se sigue sorprendiendo de que se construyera este asentamiento en mitad de la llanura. “Eso sí que lo hace único en el mundo”.
La motilla es una construcción de carácter defensivo compuesta por tres murallas concéntricas en torno a una torre de vigilancia, que debió alcanzar los diez metros de altura. En su interior encontramos un entramado de pasadizos estrechos y zigzagueantes que trataban de impedir una entrada directa y en bloque del enemigo, y que dan acceso a una serie de silos donde se almacenaba el grano, a hornos donde se producía cerámica y, sobre todo, al gran pozo que se adentraba hasta 21 metros bajo el suelo, buscando el nivel freático del acuífero que les diera un agua apta para el consumo.
Si tomamos medidas desde la base del pozo hasta la torre vigía, la construcción suma 30 metros de prominencia, lo que la convierte en todo un rascacielos de la época. Con esas dimensiones y su estado de conservación, caminando por sus pasadizos podríamos volver a perder la noción del tiempo y creernos en alguna fortificación de la Orden de Calatrava.
Pero cuando Miguel nos acerca al pozo, nos azota con un golpe de realidad: este patio trapezoidal se va cerrando como un embudo a través de rampas y plataformas que ayudan a llegar al nivel freático con cubos e, incluso, animales de carga… porque por entonces ni siquiera conocerían la polea.
La del Azuer es el exponente mejor conservado y estudiado de la llamada Cultura de las Motillas. Se trata de un tipo de sociedad guerrera y jerarquizada que proliferó en La Mancha a partir de finales del tercer milenio antes de Cristo, gracias a la dominación del fuego y la aparición de la agricultura y la ganadería, y que perduró aproximadamente entre los años 2.200 y 1.300 a.C. Su característica principal son los asentamientos en la llanura relacionados con cursos de aguas fluviales o subterráneos, que se establecían alrededor de fortificaciones desde las que se conseguía tener un dominio visual del territorio y, así, de sus recursos.
Han aparecido otros poblados cercanos y coetáneos, pero situados en zonas elevadas, como el del Cerro de la Encantada, en la cercana Granátula de Calatrava. Los hallazgos de sus excavaciones, como ajuares funerarios más opulentos, indican que podrían haber sido los asentamientos de las élites desde los que controlaban a las motillas de las llanuras, que se dedicarían a explotar y almacenar los recursos. De estas se han documentado hasta 45 yacimientos en toda Castilla-La Mancha, la mayoría en la provincia de Ciudad Real. Solo en el término municipal de Daimiel hay ocho, muchas de las cuales se encuentran en terrenos que fueron o siguen siendo inundables, como la que está en el corazón del Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel.
Esta motilla se encuentra a escasos metros de la ribera del río que le da nombre, el Azuer. Ahora es solo la cuenca seca de un afluente del Guadiana que, desde finales de los años 80, es noticia cuando lleva agua. Sin embargo, décadas atrás, los agricultores apenas tenían que extender sus tubos de regadío hasta el río para disponer de agua abundante. De hecho, no era extraño que su vega se anegara con las crecidas. Por eso algunas ideas peregrinas han llegado a especular con que la Motilla podría haber sido una puerta a la Atlántida, seguramente al imaginarla rodeada de agua y con los fosos inundados. Pero el agua, en realidad, era un tesoro que guardaba con celo en sus entrañas.
Parece poco razonable que aquellos guerreros se decidieran a construir sobre un terreno empantanado. Más aún si tenemos en cuenta que, alrededor de las murallas, hay restos de un asentamiento de menor altura. Por otro lado, hay estudios que apuntan a que el clima hace 4.000 años era relativamente árido. Así que, aunque probablemente tuvieron que lidiar con alguna crecida, sus habitantes seguramente mantuvieron a raya al río.
Hace algo más de una década, tras la última época de grandes lluvias, los torrenciales aportes del Azuer hicieron rebosar el acuífero y el agua comenzó a aflorar por el pozo más antiguo de la península; según los expertos, este alcanzó niveles que habrían sido récord en su época.
En la sala de recepción de visitantes que hay junto al yacimiento se ha colocado una enorme fotografía aérea de la Motilla con el pozo lleno de agua. Desde las alturas, parece un laberinto cuya salida es un ojo de agua color turquesa. La estampa se ha convertido en su mejor publicidad. Pero hoy el pozo lo veremos seco. Hace ya años que no aflora agua. Y ya hay ganas de volver a ver al viejo con su mejor cara. Por eso, la Motilla del Azuer, además de ser un punto para la divulgación de la Prehistoria Reciente de La Mancha, también se ha convertido en un altavoz crítico contra la desecación del acuífero.
Hasta la década de 1970 la motilla era una mera suposición. La estructura por la que ahora caminamos se había vencido parcialmente y estaba completamente colmatada. Parecía una simple mota natural -de ahí su nombre- que hacía de linde entre cuatro fincas de cultivo sobre las que trabajaban, ajenos al poblado que había bajo sus pies. De entre las decenas de motillas documentadas, la mayoría de los esfuerzos de investigación se volcaron sobre la del Azuer por sus dimensiones, además de porque era la única que parecía no tener superposiciones de periodos posteriores.
Isabel Angulo, restauradora de la Motilla, nos habla de las dificultades y vicisitudes de unos trabajos que van camino de cumplir medio siglo. Hay que tener en cuenta que muchos de los muros que hoy vemos en pie vencieron sobre el terreno arcilloso. En las primeras fases de los trabajos la política fue levantarlos pieza por pieza, siguiendo la técnica de anastilosis. “Pero hoy la política es no interpretar: si está tumbado, se mantiene tumbado”. Lo cuenta mientras señala a un fragmento de la tercera muralla exterior, que aparece plegado como si hubiera sido víctima de la orogénesis alpina.
Por un lado, da pena no poder ver toda la estructura reconstruida. Por otro, es una suerte poder advertir ambos estadios del yacimiento. En cualquier caso, como apunta Angulo, hay que tener en cuenta que “es posible que nunca nadie hubiera llegado a ver la motilla como la estamos viendo nosotros ahora”, dice en referencia a que, quizá, no todos los muros de los que tenemos constancia hubieran coexistido en pie. Por eso ahora prefieren que las reconstrucciones sean digitales, a través de recreaciones 3D: “así, si la interpretación fue incorrecta, en un futuro se podrían corregir”.
Pero que prefieran no interpretar no significa, en absoluto, que Isabel y Miguel se hayan acomodado en el inmovilismo. Son un factor clave en el éxito turístico de la Motilla del Azuer, que está atrayendo a miles de visitantes desde que abrió sus puertas a visitantes en 2014 -en 2022 fueron casi 10.000-. Además, ya están impulsando una nueva fase de excavaciones. Hasta el 2010 los estudios se centraron en una motilla que quedó excavada casi al 100 %, tras lo cual llegó una etapa de abandono. Ahora han reimpulsado los estudios hacia el poblado que existió en el perímetro del área fortificada. Y sueñan con poder, en un futuro, recrear alguna casa de la época con las técnicas de construcción que han descubierto.
Torres es el encargado de hacer unas visitas guiadas en las que demuestra dotes de locutor, buena pedagogía y mucha mano izquierda para mantener atentos a niños dispersos y a expertos historiadores a la vez. Pero la guía de Miguel es la segunda parte de una visita que comenzó hace una hora y media en el centro urbano de Daimiel. Y es que la Motilla del Azuer se encuentra en un recinto vallado y habitualmente cerrado, que solo se abre para pequeños grupos de hasta 18 personas. Previa reserva online, el grupo se da cita en el Museo Comarcal de Daimiel, donde se le ofrece una pequeña introducción a la Cultura de las Motillas a propósito de algunos elementos expuestos que se excavaron en el yacimiento del Azuer.
Aquí nos muestran la reproducción de uno de los 63 enterramientos que se han hallado en la motilla y que suelen apuntar a muertes violentas, además de a tallas medias sorprendentemente grandes, de alrededor de 1’60 metros de altura. También podemos ver una comparativa entre cómo eran las cerámicas de los pobladores de las motillas y de los posteriores íberos. E incluso quedará constancia de que la tradición quesera manchega data de hace cuatro milenios, gracias a una primitiva quesera de cerámica agujereada que servía para filtrar el suero del cuajo de la leche de sus ganados de cabras y ovejas.
El museo se ubica en la antigua casa del médico. La introducción a la motilla se hace en la planta inferior, entre restos de asentamientos íberos, romanos, islámicos y cristianos. De regreso a la motilla, vale la pena echar un vistazo a las plantas superiores, con tres salas dedicadas a hijos célebres de Daimiel: al pintor Juan D’Opazo, al ceramófilo Vicente Carranza y al arquitecto Miguel Fisac. De este último se pueden rastrear algunas de sus obras por el pueblo, como la del cercano mercado de abastos o la del, algo más distante, instituto laboral.
Precisamente en este se encuentra el nuevo Centro de Interpretación del Agua “Savia”, que puede ser un buen aperitivo antes de acabar el día con una de las célebres puestas de sol desde el Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel, desde donde la vista quizá alcance a ver la prominencia de la Motilla de las Cañas en mitad del humedal.
MUSEO COMARCAL DE DAIMIEL - Luis Ruiz Valdepeñas, 8. Daimiel, Ciudad Real. Tel. 926 85 34 79.